/ lunes 6 de diciembre de 2021

¿Tres años de transformación?

México, es un hecho, ha vivido tres transformaciones: la Independencia (1810-1821), la Reforma (1858-1861) y la Revolución (1910-1917), ¿cuál ha sido el impacto de estos eventos? El carácter transformador de estos acontecimientos tiene que ver con los notables cambios que produjeron y porque en cada uno de ellos se promulgaron leyes: la Constitución de 1824, la de 1957 y la de 1917. Por supuesto, la trascendencia de estos eventos solo quedó constatada con el paso del tiempo, pues aunque día con día escribimos historia —y nuestra propia historia—, lo cierto es que su peso se hizo visible con el paso de los años, pues el transcurso del tiempo es la única medida que nos revela el verdadero peso de nuestras acciones.

El pasado miércoles 1º de diciembre se cumplieron tres años de que Andrés Manuel López Obrador asumiera la Presidencia de México para iniciar la autonombrada 4ª Transformación. En este contexto, debemos formularnos una pregunta fundamental: ¿en verdad la actual gestión se encuentra a la par de las tres transformaciones que ha vivido nuestro país? En mi opinión, no es así, al menos aún no lo es. El apelativo 4ª Transformación es más un eslogan que un hecho histórico equiparable a la Independencia, la Reforma o la Revolución; es un intento forzado y apresurado de consagrarse en la historia, algo que solo es posible, insisto, con el paso del tiempo y el inexorable juicio que las generaciones futuras hagan de nuestro trabajo, hechos y acciones. Cualquier apuesta que pretenda adelantarse al juicio del tiempo será mera presunción y, en los casos más dramáticos, megalomanía.

Ahora bien, nos guste o no nos guste, debemos reconocer algo: el nombre de Andrés Manuel López Obrador ya está escrito en la historia de México, en el sentido de que la posición que ocupa así lo amerita, como ha sucedido con quienes lo han precedido. Al menos por ahora, las letras de su nombre conviven, por mencionar solo algunos ejemplos, con las de personajes como Gustavo Díaz Ordaz o Carlos Salinas, en tanto que ellos también fueron Presidentes de México; la gran diferencia es que sus acciones ya fueron —y aún lo son— juzgados por el tiempo. Andrés Manuel López Obrador aún está muy lejos de consagrarse no solo como para que esté a la par de los grandes hombres y mujeres que verdaderamente han transformado a nuestro país, sino que incluso aún está lejos como para que podamos calificarlo como un personaje gris o infame. Como suele decirse, cuando queremos hacer análisis de fenómenos tan complejos como lo es administración de un país, es imprescindible ver el bosque completo, no solo un árbol o un arbusto, de lo contrario, nuestros juicios y conclusiones serán apresuradas, limitadas e inexactas.

A tres años de que Andrés Manuel López Obrador llegara a la Presidencia de México el diagnóstico está muy lejos de ser alentador, pues su trabajo se ha enfocado más a generar dádivas, polarizar al país bajo apelativos como los recurrentes chairos y fifís, desaparecer fondos y fideicomisos, cuestionar burdamente a la prensa y, en general, a cualquiera que se oponga a su figura o la ponga en tela de juicio, además de golpetear a los organismos autónomos, como el Instituto Nacional Electoral (INE), el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI) e, incluso, el Banco de México, cuya presencia no solo garantiza nuestra democracia, sino que equilibra los poderes.

Es cierto que esta administración se enfrentó a un hecho sin precedentes: la pandemia por coronavirus, que lejos de terminar, parece prolongarse en las variantes que surgen día con día; sin embargo, no podemos decir que en México, con un aparente gobierno progresista y de izquierda, se haya dado un mejor manejo a la pandemia que en aquellos países cuyos gobiernos podrían considerarse, en apego a la retórica presidencial, como conservadores. A la fecha, con 294 mil decesos, nuestro país ocupa el cuarto lugar a nivel mundial en muertes por covid-19.

Este es el balance a tres años de que iniciara la llamada 4ª Transformación. Como dije antes, habrá que esperar a que sea el paso del tiempo y las generaciones venideras quienes juzguen, con todas sus letras, si en efecto estamos atestiguando cambios de raíz para bien o no. Por ahora, insisto, el diagnóstico es poco alentador.

México, es un hecho, ha vivido tres transformaciones: la Independencia (1810-1821), la Reforma (1858-1861) y la Revolución (1910-1917), ¿cuál ha sido el impacto de estos eventos? El carácter transformador de estos acontecimientos tiene que ver con los notables cambios que produjeron y porque en cada uno de ellos se promulgaron leyes: la Constitución de 1824, la de 1957 y la de 1917. Por supuesto, la trascendencia de estos eventos solo quedó constatada con el paso del tiempo, pues aunque día con día escribimos historia —y nuestra propia historia—, lo cierto es que su peso se hizo visible con el paso de los años, pues el transcurso del tiempo es la única medida que nos revela el verdadero peso de nuestras acciones.

El pasado miércoles 1º de diciembre se cumplieron tres años de que Andrés Manuel López Obrador asumiera la Presidencia de México para iniciar la autonombrada 4ª Transformación. En este contexto, debemos formularnos una pregunta fundamental: ¿en verdad la actual gestión se encuentra a la par de las tres transformaciones que ha vivido nuestro país? En mi opinión, no es así, al menos aún no lo es. El apelativo 4ª Transformación es más un eslogan que un hecho histórico equiparable a la Independencia, la Reforma o la Revolución; es un intento forzado y apresurado de consagrarse en la historia, algo que solo es posible, insisto, con el paso del tiempo y el inexorable juicio que las generaciones futuras hagan de nuestro trabajo, hechos y acciones. Cualquier apuesta que pretenda adelantarse al juicio del tiempo será mera presunción y, en los casos más dramáticos, megalomanía.

Ahora bien, nos guste o no nos guste, debemos reconocer algo: el nombre de Andrés Manuel López Obrador ya está escrito en la historia de México, en el sentido de que la posición que ocupa así lo amerita, como ha sucedido con quienes lo han precedido. Al menos por ahora, las letras de su nombre conviven, por mencionar solo algunos ejemplos, con las de personajes como Gustavo Díaz Ordaz o Carlos Salinas, en tanto que ellos también fueron Presidentes de México; la gran diferencia es que sus acciones ya fueron —y aún lo son— juzgados por el tiempo. Andrés Manuel López Obrador aún está muy lejos de consagrarse no solo como para que esté a la par de los grandes hombres y mujeres que verdaderamente han transformado a nuestro país, sino que incluso aún está lejos como para que podamos calificarlo como un personaje gris o infame. Como suele decirse, cuando queremos hacer análisis de fenómenos tan complejos como lo es administración de un país, es imprescindible ver el bosque completo, no solo un árbol o un arbusto, de lo contrario, nuestros juicios y conclusiones serán apresuradas, limitadas e inexactas.

A tres años de que Andrés Manuel López Obrador llegara a la Presidencia de México el diagnóstico está muy lejos de ser alentador, pues su trabajo se ha enfocado más a generar dádivas, polarizar al país bajo apelativos como los recurrentes chairos y fifís, desaparecer fondos y fideicomisos, cuestionar burdamente a la prensa y, en general, a cualquiera que se oponga a su figura o la ponga en tela de juicio, además de golpetear a los organismos autónomos, como el Instituto Nacional Electoral (INE), el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI) e, incluso, el Banco de México, cuya presencia no solo garantiza nuestra democracia, sino que equilibra los poderes.

Es cierto que esta administración se enfrentó a un hecho sin precedentes: la pandemia por coronavirus, que lejos de terminar, parece prolongarse en las variantes que surgen día con día; sin embargo, no podemos decir que en México, con un aparente gobierno progresista y de izquierda, se haya dado un mejor manejo a la pandemia que en aquellos países cuyos gobiernos podrían considerarse, en apego a la retórica presidencial, como conservadores. A la fecha, con 294 mil decesos, nuestro país ocupa el cuarto lugar a nivel mundial en muertes por covid-19.

Este es el balance a tres años de que iniciara la llamada 4ª Transformación. Como dije antes, habrá que esperar a que sea el paso del tiempo y las generaciones venideras quienes juzguen, con todas sus letras, si en efecto estamos atestiguando cambios de raíz para bien o no. Por ahora, insisto, el diagnóstico es poco alentador.