/ lunes 25 de octubre de 2021

El honor de servir a mi país desde El Senado

Cuando revisamos los rasgos y características culturales de los diversos grupos humanos alrededor del mundo, notamos la inequívoca presencia del número tres, revestido casi siempre de un notable peso simbólico y también de trascendencia. Sin ir tan lejos, organizamos nuestra existencia en tres planos temporales: pasado, presente y futuro, y en ese sentido nuestra vida se configura a partir de tres escenarios, nacer, crecer y morir, aunque ya desde un poco antes podríamos reconocer otra tríada, es decir, fecundación, gestación y nacimiento.

De igual modo, quienes somos fieles católicos reconocemos la existencia de un Dios que se manifiesta en una santísima trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo; sin embargo, esta misma concepción está presente en otras religiones. En la cosmovisión náhuatl, según el historiador Miguel León-Portilla, atestiguamos algo similar en la figura de un único Señor que se vincula con el mundo bajo tres divinidades: Ometéotl, Omecíhuatl y Ometecuhtli. Por otro lado, en el hinduismo, afirma el especialista Sergio Cattazzo, hay un único Dios que se relaciona con el mundo a través de tres personas divinas: la creación (Brahma), la conservación (Vishnu) y la destrucción-transformación (Shiva).

Por supuesto, el ámbito científico no está exento de trinidades que bien podemos considerar sagradas, pues el conocimiento en los trabajos académicos suele organizarse en tres momentos: introducción, desarrollo y desenlace. Además, en las ciencias identificamos tres elementos esenciales: tesis, antítesis y síntesis, que parecen entrelazarse incesantemente para construir nuevos conocimientos, llegar a otros resultados, o bien, para constatar esa respuesta inexorable. Así, el número tres, como bien afirma Sergio Cattazzo, es un número simbólico y se refiere a la idea de totalidad y de cumplimiento.

Quise iniciar esta reflexión a propósito de la trascendencia del número tres, porque este año el tres es muy importante para mí. En 2018, la ciudadanía de Aguascalientes me concedió una vez más la confianza de dedicarle mi vocación de servicio desde una de las más altas tribunas de nuestro país: el Senado de la República, un cargo que asumí con responsabilidad, voluntad y el espíritu de darle lo mejor a México.

El contexto político de hace tres años exigió como nunca que realizara con espíritu crítico mi trabajo en el Senado, pues tendría que desempeñarme desde la oposición. Y no perdamos de vista que la oposición, lejos de ser una mera coyuntura, constituye una actitud perspicaz que ha de conducirnos al ejercicio de la crítica, el análisis y el diálogo, en favor de aquellas decisiones y acciones que nos permitan formar a mejores personas y que nos lleven a construir un mejor país.

Este espíritu crítico, de trabajar desde la oposición, es el que distinguió a Manuel Gómez Morín o a Efraín González Luna, al fundar el Partido Acción Nacional para crear un contrapeso al entonces perenne Partido de la Revolución Mexicana, es decir, lo que actualmente es el PRI. Es este mismo espíritu el que corría por las venas de hombres valientes que lideraron a nuestro partido, como Manuel Clouthier, y que desafiaron a ese PRI aparentemente fuerte, poderoso e inamovible.

En los fundadores y los líderes valientes del PAN reconozco una constante: la de colocar el bienestar de la gente, de nuestro país, por encima de cualquier anhelo o deseo personal, pues ya lo afirmaba con contundencia Manuel Gómez Morín en septiembre de 1939 durante la asamblea constituyente del partido: “solo un objetivo ha de guiarnos: el de acertar en la definición de lo que sea mejor para México”.

Como Senador por Aguascalientes y en especial como ciudadano, he procurado que sea este noble espíritu el que distinga en todo momento mis decisiones, el trabajo que realizo y las acciones que emprendo, porque la búsqueda del bien común es una virtud que debe imperar en la construcción de un espacio digno para todas y para todos: desde un hogar, una calle o una colonia, hasta un municipio, un estado o un país. Es este ímpetu el que queremos que corra por las venas de las grandes mujeres y los grandes hombres que carguen sobre sus hombros el destino de México.

A tres años de trabajar como Senador de la República, agradezco a la gente la oportunidad de servirles, con el pleno compromiso de ser el líder que de mi esperan y aún más. Tengan la certeza de que cada uno de mis pasos tiene ese destino: el de ofrecer lo mejor de mí para la gente de Aguascalientes y de mi país.

Cuando revisamos los rasgos y características culturales de los diversos grupos humanos alrededor del mundo, notamos la inequívoca presencia del número tres, revestido casi siempre de un notable peso simbólico y también de trascendencia. Sin ir tan lejos, organizamos nuestra existencia en tres planos temporales: pasado, presente y futuro, y en ese sentido nuestra vida se configura a partir de tres escenarios, nacer, crecer y morir, aunque ya desde un poco antes podríamos reconocer otra tríada, es decir, fecundación, gestación y nacimiento.

De igual modo, quienes somos fieles católicos reconocemos la existencia de un Dios que se manifiesta en una santísima trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo; sin embargo, esta misma concepción está presente en otras religiones. En la cosmovisión náhuatl, según el historiador Miguel León-Portilla, atestiguamos algo similar en la figura de un único Señor que se vincula con el mundo bajo tres divinidades: Ometéotl, Omecíhuatl y Ometecuhtli. Por otro lado, en el hinduismo, afirma el especialista Sergio Cattazzo, hay un único Dios que se relaciona con el mundo a través de tres personas divinas: la creación (Brahma), la conservación (Vishnu) y la destrucción-transformación (Shiva).

Por supuesto, el ámbito científico no está exento de trinidades que bien podemos considerar sagradas, pues el conocimiento en los trabajos académicos suele organizarse en tres momentos: introducción, desarrollo y desenlace. Además, en las ciencias identificamos tres elementos esenciales: tesis, antítesis y síntesis, que parecen entrelazarse incesantemente para construir nuevos conocimientos, llegar a otros resultados, o bien, para constatar esa respuesta inexorable. Así, el número tres, como bien afirma Sergio Cattazzo, es un número simbólico y se refiere a la idea de totalidad y de cumplimiento.

Quise iniciar esta reflexión a propósito de la trascendencia del número tres, porque este año el tres es muy importante para mí. En 2018, la ciudadanía de Aguascalientes me concedió una vez más la confianza de dedicarle mi vocación de servicio desde una de las más altas tribunas de nuestro país: el Senado de la República, un cargo que asumí con responsabilidad, voluntad y el espíritu de darle lo mejor a México.

El contexto político de hace tres años exigió como nunca que realizara con espíritu crítico mi trabajo en el Senado, pues tendría que desempeñarme desde la oposición. Y no perdamos de vista que la oposición, lejos de ser una mera coyuntura, constituye una actitud perspicaz que ha de conducirnos al ejercicio de la crítica, el análisis y el diálogo, en favor de aquellas decisiones y acciones que nos permitan formar a mejores personas y que nos lleven a construir un mejor país.

Este espíritu crítico, de trabajar desde la oposición, es el que distinguió a Manuel Gómez Morín o a Efraín González Luna, al fundar el Partido Acción Nacional para crear un contrapeso al entonces perenne Partido de la Revolución Mexicana, es decir, lo que actualmente es el PRI. Es este mismo espíritu el que corría por las venas de hombres valientes que lideraron a nuestro partido, como Manuel Clouthier, y que desafiaron a ese PRI aparentemente fuerte, poderoso e inamovible.

En los fundadores y los líderes valientes del PAN reconozco una constante: la de colocar el bienestar de la gente, de nuestro país, por encima de cualquier anhelo o deseo personal, pues ya lo afirmaba con contundencia Manuel Gómez Morín en septiembre de 1939 durante la asamblea constituyente del partido: “solo un objetivo ha de guiarnos: el de acertar en la definición de lo que sea mejor para México”.

Como Senador por Aguascalientes y en especial como ciudadano, he procurado que sea este noble espíritu el que distinga en todo momento mis decisiones, el trabajo que realizo y las acciones que emprendo, porque la búsqueda del bien común es una virtud que debe imperar en la construcción de un espacio digno para todas y para todos: desde un hogar, una calle o una colonia, hasta un municipio, un estado o un país. Es este ímpetu el que queremos que corra por las venas de las grandes mujeres y los grandes hombres que carguen sobre sus hombros el destino de México.

A tres años de trabajar como Senador de la República, agradezco a la gente la oportunidad de servirles, con el pleno compromiso de ser el líder que de mi esperan y aún más. Tengan la certeza de que cada uno de mis pasos tiene ese destino: el de ofrecer lo mejor de mí para la gente de Aguascalientes y de mi país.