/ viernes 22 de octubre de 2021

Taza de Soles | Visitando el Museo Escárcega 

El sábado pasado visité el Museo Escárcega. No era la primera vez que estaba ahí. Conocí este espacio, junto con mis compañeras de la Normal del Estado, poco después de que éste abrió sus puertas a la sociedad hidrocálida, en el 2015. Ahí, nuestra compañera y amiga Lula Tavares programó para nosotras una visita guiada por sus salas espaciosas, por sus complejos recorridos laberínticos, por sus sorprendentes muestras de pinturas. Luego, volví, un par de veces. Ahí presentamos el libro Normalistas ayer y hoy, que compila las semblanzas de la generación 63-69, a la que pertenecemos Lula Tavares y yo, junto con otras compañeras. Ahí han recibido reconocimiento personas representativas de la cultura en nuestra entidad, como la noche en la que acudí a aplaudir la entrega de su presea al querido maestro Óscar Malo. El MUSE se convertía en un espacio cada vez más importante en nuestra sociedad. Teníamos noticias de sus talleres de grabado, de sus cursos de pintura para niños, de sus eventos literarios y musicales, de su impacto en la vida cultural de los aguascalentenses, pero ¿Cómo puede surgir algo así? Lula nos comentó de los inicios de una colección de pinturas compradas en abonos, allá, hace más de treinta años, en la ciudad de México. Un relato que se antoja legendario. Llegó la pandemia. Sentimos el paréntesis en nuestras actividades. ¿Qué pasa con un proyecto tan pujante? Hablé con mi estimada compañera. Le comuniqué mi deseo de escribir sobre la historia del proyecto, de volver a recorrer sus salas. Con su acostumbrada amabilidad, me sugirió que fuera al Museo a recibir la información solicitada. Acudí a un edificio situado muy cerca del barrio de la Purísima, cerca del populoso corazón de uno de los tianguis más grandes de esta ciudad.

Pero ahí recibí más de lo esperado. Me recibió en su oficina el propio director del MUSE, el ingeniero Eduardo Escárcega, esposo de mi amiga. Me platicó, en breves palabras, de que la inspiración la recibió de sus antecesores, de su abuelo Rafael Escárcega Medina, “un enamorado de la educación y la cultura”, de su padre Ricardo Escárcega Rodríguez y su madre María Concepción Rangel, quienes lo enseñaron a leer y a rezar. Sobre su escritorio, reposaba el libro que Jaime Arteaga Novoa escribió sobre él: Retrato fiel de un soñador, cuya portada ostenta la reproducción de una litografía de Carlos Castañeda. Cerca de su oficina están su biblioteca y las fotografías de sus ilustres ancestros. Me las muestra con orgullo y lee unas décimas de Pita Amor, en un poema enmarcado, con el tema de la muerte. Se advierte que Eduardo Escárcega vive entre tesoros y que desea compartirlos. Me habla de cómo la pandemia interrumpió el anhelado proyecto de acercar la cultura a los habitantes de colonias periféricas, a través del MUSEBUS. Define su proyecto como “un milagro”, que le costó 37 años redondear y donde se le presentaron circunstancias fortuitamente favorables. Por último, me revela que su lema es la frase de Tomas Moro, que habla de la irrenunciable utopía que tenemos los seres humanos a ser mejores.

Con Michelle, una joven asistente como guía, empiezo un recorrido memorable por las 20 salas de exhibición de pinturas. ¿Seré mejor cuando termine este periplo? Mi guía adivina mi expresión y me conduce a una salita rectangular a donde se llega después de subir una angosta escalinata: es la sala denominada “A vuelo de pájaro” dedicada a la artista gráfica Patricia Enríquez, donde nos recibe algún centenar de imágenes de pájaros en negro, en recortadas iconografías a pleno vuelo. Después de sentarme y ver el video preparado por la artista mencionada, salgo de ahí pensando en lo efímero, pero también en lo permanente de estos vuelos. Estos pájaros forman un paisaje interior que acompaña a los seres humanos, desde antes de cualquier catástrofe. Sus vuelos nos sobrepasan y van siempre con nosotros. Bajamos a una amplia sala situada en el sótano. Es la dedicada a los artistas hidrocálidos. Le tomo una foto a una pintura de Elba Garma que me recuerda mis sueños, porque hay una figura que se sumerge en un líquido azul intenso, y tomo otra de Juan Castañeda, porque sus figuras femeninas tienen la virtud de hacer que me sienta orgullosa de mi sexo. Pasamos por una sala donde están algunas de las pinturas de Octavio Bajonero. Michelle me dice que si quiero posar junto éstas. Yo accedo porque me parece gracioso el pie de fotografía que habla de nuestra finitud como seres humanos. Hay más escaleras, más salas; me quedo fascinada viendo el proceso creativo, captado en un video, de un gran artista gráfico de Aguascalientes. Llegamos a corazón del Museo. La sala dedicada a la pintura cristera y al arte sacro , parece una capilla. (continuará).

El sábado pasado visité el Museo Escárcega. No era la primera vez que estaba ahí. Conocí este espacio, junto con mis compañeras de la Normal del Estado, poco después de que éste abrió sus puertas a la sociedad hidrocálida, en el 2015. Ahí, nuestra compañera y amiga Lula Tavares programó para nosotras una visita guiada por sus salas espaciosas, por sus complejos recorridos laberínticos, por sus sorprendentes muestras de pinturas. Luego, volví, un par de veces. Ahí presentamos el libro Normalistas ayer y hoy, que compila las semblanzas de la generación 63-69, a la que pertenecemos Lula Tavares y yo, junto con otras compañeras. Ahí han recibido reconocimiento personas representativas de la cultura en nuestra entidad, como la noche en la que acudí a aplaudir la entrega de su presea al querido maestro Óscar Malo. El MUSE se convertía en un espacio cada vez más importante en nuestra sociedad. Teníamos noticias de sus talleres de grabado, de sus cursos de pintura para niños, de sus eventos literarios y musicales, de su impacto en la vida cultural de los aguascalentenses, pero ¿Cómo puede surgir algo así? Lula nos comentó de los inicios de una colección de pinturas compradas en abonos, allá, hace más de treinta años, en la ciudad de México. Un relato que se antoja legendario. Llegó la pandemia. Sentimos el paréntesis en nuestras actividades. ¿Qué pasa con un proyecto tan pujante? Hablé con mi estimada compañera. Le comuniqué mi deseo de escribir sobre la historia del proyecto, de volver a recorrer sus salas. Con su acostumbrada amabilidad, me sugirió que fuera al Museo a recibir la información solicitada. Acudí a un edificio situado muy cerca del barrio de la Purísima, cerca del populoso corazón de uno de los tianguis más grandes de esta ciudad.

Pero ahí recibí más de lo esperado. Me recibió en su oficina el propio director del MUSE, el ingeniero Eduardo Escárcega, esposo de mi amiga. Me platicó, en breves palabras, de que la inspiración la recibió de sus antecesores, de su abuelo Rafael Escárcega Medina, “un enamorado de la educación y la cultura”, de su padre Ricardo Escárcega Rodríguez y su madre María Concepción Rangel, quienes lo enseñaron a leer y a rezar. Sobre su escritorio, reposaba el libro que Jaime Arteaga Novoa escribió sobre él: Retrato fiel de un soñador, cuya portada ostenta la reproducción de una litografía de Carlos Castañeda. Cerca de su oficina están su biblioteca y las fotografías de sus ilustres ancestros. Me las muestra con orgullo y lee unas décimas de Pita Amor, en un poema enmarcado, con el tema de la muerte. Se advierte que Eduardo Escárcega vive entre tesoros y que desea compartirlos. Me habla de cómo la pandemia interrumpió el anhelado proyecto de acercar la cultura a los habitantes de colonias periféricas, a través del MUSEBUS. Define su proyecto como “un milagro”, que le costó 37 años redondear y donde se le presentaron circunstancias fortuitamente favorables. Por último, me revela que su lema es la frase de Tomas Moro, que habla de la irrenunciable utopía que tenemos los seres humanos a ser mejores.

Con Michelle, una joven asistente como guía, empiezo un recorrido memorable por las 20 salas de exhibición de pinturas. ¿Seré mejor cuando termine este periplo? Mi guía adivina mi expresión y me conduce a una salita rectangular a donde se llega después de subir una angosta escalinata: es la sala denominada “A vuelo de pájaro” dedicada a la artista gráfica Patricia Enríquez, donde nos recibe algún centenar de imágenes de pájaros en negro, en recortadas iconografías a pleno vuelo. Después de sentarme y ver el video preparado por la artista mencionada, salgo de ahí pensando en lo efímero, pero también en lo permanente de estos vuelos. Estos pájaros forman un paisaje interior que acompaña a los seres humanos, desde antes de cualquier catástrofe. Sus vuelos nos sobrepasan y van siempre con nosotros. Bajamos a una amplia sala situada en el sótano. Es la dedicada a los artistas hidrocálidos. Le tomo una foto a una pintura de Elba Garma que me recuerda mis sueños, porque hay una figura que se sumerge en un líquido azul intenso, y tomo otra de Juan Castañeda, porque sus figuras femeninas tienen la virtud de hacer que me sienta orgullosa de mi sexo. Pasamos por una sala donde están algunas de las pinturas de Octavio Bajonero. Michelle me dice que si quiero posar junto éstas. Yo accedo porque me parece gracioso el pie de fotografía que habla de nuestra finitud como seres humanos. Hay más escaleras, más salas; me quedo fascinada viendo el proceso creativo, captado en un video, de un gran artista gráfico de Aguascalientes. Llegamos a corazón del Museo. La sala dedicada a la pintura cristera y al arte sacro , parece una capilla. (continuará).