/ viernes 15 de marzo de 2024

Taza de soles | Los derechos del lector. Un decálogo indispensable

Ayer, que estuve en la UTA (Universidad Tecnológica de Aguascalientes), presentando mi poemario Los tiempos del caracol, frente a un auditorio de alumnos y maestros de esta institución, con Rector incluido, me quedé pensando en el fenómeno de la falta de lectura que a muchos nos preocupa. ¿Cómo motivar a los muchachos a leer? me cuestionó una de las maestras. Una pregunta que nos lleva a considerar uno de los desafíos más importantes de nuestro sistema educativo en todos los niveles. Si pensamos en los deficientes resultados obtenidos en la prueba PISA el año pasado los cuales nos dicen que en lectura, el 53% de los estudiantes mexicanos alcanzaron el Nivel 2 o superior, en contraste con el 74% promedio de la OCDE y agregan que: “solo el 1% de los estudiantes en México obtuvo un puntaje en el Nivel 5 o superior, indicando una capacidad para comprender textos largos y abordar conceptos abstractos o contraintuitivos”. Estas son las cifras. Cada uno de nosotros tendrá ejemplos cercanos en casa. En lo personal, yo tengo un nieto que acaba de cumplir ochos años y cursa el segundo año de primaria. Me voy a referir a su desempeño, como un ejemplo entre muchos otros. El chico es listo, es despierto, no tiene problemas para resolver sencillas operaciones matemáticas, pero presenta dificultades en el lenguaje, que se advierten desde su pronunciación deficiente de algunos fonemas. Con todo, yo creí que la exposición al lenguaje en la escuela lo iba a capacitar para la lectura y la escritura en el primer año escolar. Me equivoqué. Ahora que reconocí mi error, lo estoy apoyando, un rato cada mañana, con su tarea de lectura y escritura. Me percato que algunos niños requieren una atención más precisa, porque tienen una deficiencia neuronal que los expertos han determinado con un término técnico: dislexia. El tema puede pasar inadvertido, porque el niño parece solvente en otros ámbitos, pero aquí puede radicar el primordial error de todo el andamiaje escolar. ¿Qué hacer?

Ahí, en el foro, compartí algunas de las dinámicas que seguimos en casa con este nieto. Conscientes de que no le podemos prohibir de modo radical el acceso a las pantallas, tratamos de encauzarlo hacia las historias, los cuentos, los mitos. En dibujos animados, pero que le narren una historia. Platicamos con él. Lo retamos a que repita trabalenguas. Nos detenemos en los significados de las palabras nuevas que van apareciendo en las lecturas. Le festejamos sus asociaciones. Hoy, por ejemplo: ante la frase “la estrella vespertina”, después de que identificó su significado, dijo: “ah, es la estrella que chambea por la tarde”. ¡Claro!

Éste es un buen comienzo. Ojalá todos los niños lo tuvieran. Más adelante, cualquier sistema educativo, cualquier mediación lectora deberíamos de poner en práctica los derechos de todo lector. Los escribió Daniel Pennac. Los dio a conocer en su libro Como una novela.

1.- “El derecho a no leer. El derecho a no leer nos permite períodos de dieta, durante los cuales no tenemos ningún libro en nuestras manos, ya sea porque existen otras obligaciones, otros entretenimientos u otros intereses que ocupan nuestro tiempo, sin dejar por ello de seguir siendo lectores”.

2.-“El derecho a saltarse páginas. El derecho a saltarse páginas nos brinda la libertad de leer, con una cierta rapidez”

3.-“El derecho a no terminar un libro. El derecho a no terminar un libro se constituye en un alivio cuando -lectores compulsivos- sentimos culpa de no hacerlo”.

4.- “El derecho a releer. El derecho a releer desarrolla un buen hábito -especialmente si se lo ejercita desde la escuela”.

5.- “El derecho a leer cualquier cosa. El derecho a leer cualquier cosa hace que, más de una vez, empecemos por la lectura de “malas novelas”

6.- “El derecho a leer lo que me gusta”.

7.- “El derecho a leer en cualquier parte”.

8.- “El derecho a “picotear”. El derecho a picotear está estrechamente relacionado con la falta de tiempo para leer en forma completa un libro, pero nos permite abrirlo”.

9.- “El derecho a leer en voz alta. El derecho a leer en voz alta -un ejercicio que se ha perdido últimamente en las escuelas, pero que los alumnos de cualquier edad aprecian y solicitan a menudo- permite dar vida al texto y compartirlo con el grupo”.

10.- “El derecho a guardar silencio. Finalmente, en el derecho a callarnos, aparece una vez más, el acto de leer como un momento de intimidad del que nadie debe dar explicaciones a nadie”.

Estos 10 derechos se resumen en un solo deber: no burlarse jamás de aquellos que no leen, si quieres que ellos un día lean”.

Un deber que incluye la creación de estrategias para acercar a los lectores con los autores. Así los libros resultan un material vivo y asequible, como lo demuestran estas presentaciones.

Ayer, que estuve en la UTA (Universidad Tecnológica de Aguascalientes), presentando mi poemario Los tiempos del caracol, frente a un auditorio de alumnos y maestros de esta institución, con Rector incluido, me quedé pensando en el fenómeno de la falta de lectura que a muchos nos preocupa. ¿Cómo motivar a los muchachos a leer? me cuestionó una de las maestras. Una pregunta que nos lleva a considerar uno de los desafíos más importantes de nuestro sistema educativo en todos los niveles. Si pensamos en los deficientes resultados obtenidos en la prueba PISA el año pasado los cuales nos dicen que en lectura, el 53% de los estudiantes mexicanos alcanzaron el Nivel 2 o superior, en contraste con el 74% promedio de la OCDE y agregan que: “solo el 1% de los estudiantes en México obtuvo un puntaje en el Nivel 5 o superior, indicando una capacidad para comprender textos largos y abordar conceptos abstractos o contraintuitivos”. Estas son las cifras. Cada uno de nosotros tendrá ejemplos cercanos en casa. En lo personal, yo tengo un nieto que acaba de cumplir ochos años y cursa el segundo año de primaria. Me voy a referir a su desempeño, como un ejemplo entre muchos otros. El chico es listo, es despierto, no tiene problemas para resolver sencillas operaciones matemáticas, pero presenta dificultades en el lenguaje, que se advierten desde su pronunciación deficiente de algunos fonemas. Con todo, yo creí que la exposición al lenguaje en la escuela lo iba a capacitar para la lectura y la escritura en el primer año escolar. Me equivoqué. Ahora que reconocí mi error, lo estoy apoyando, un rato cada mañana, con su tarea de lectura y escritura. Me percato que algunos niños requieren una atención más precisa, porque tienen una deficiencia neuronal que los expertos han determinado con un término técnico: dislexia. El tema puede pasar inadvertido, porque el niño parece solvente en otros ámbitos, pero aquí puede radicar el primordial error de todo el andamiaje escolar. ¿Qué hacer?

Ahí, en el foro, compartí algunas de las dinámicas que seguimos en casa con este nieto. Conscientes de que no le podemos prohibir de modo radical el acceso a las pantallas, tratamos de encauzarlo hacia las historias, los cuentos, los mitos. En dibujos animados, pero que le narren una historia. Platicamos con él. Lo retamos a que repita trabalenguas. Nos detenemos en los significados de las palabras nuevas que van apareciendo en las lecturas. Le festejamos sus asociaciones. Hoy, por ejemplo: ante la frase “la estrella vespertina”, después de que identificó su significado, dijo: “ah, es la estrella que chambea por la tarde”. ¡Claro!

Éste es un buen comienzo. Ojalá todos los niños lo tuvieran. Más adelante, cualquier sistema educativo, cualquier mediación lectora deberíamos de poner en práctica los derechos de todo lector. Los escribió Daniel Pennac. Los dio a conocer en su libro Como una novela.

1.- “El derecho a no leer. El derecho a no leer nos permite períodos de dieta, durante los cuales no tenemos ningún libro en nuestras manos, ya sea porque existen otras obligaciones, otros entretenimientos u otros intereses que ocupan nuestro tiempo, sin dejar por ello de seguir siendo lectores”.

2.-“El derecho a saltarse páginas. El derecho a saltarse páginas nos brinda la libertad de leer, con una cierta rapidez”

3.-“El derecho a no terminar un libro. El derecho a no terminar un libro se constituye en un alivio cuando -lectores compulsivos- sentimos culpa de no hacerlo”.

4.- “El derecho a releer. El derecho a releer desarrolla un buen hábito -especialmente si se lo ejercita desde la escuela”.

5.- “El derecho a leer cualquier cosa. El derecho a leer cualquier cosa hace que, más de una vez, empecemos por la lectura de “malas novelas”

6.- “El derecho a leer lo que me gusta”.

7.- “El derecho a leer en cualquier parte”.

8.- “El derecho a “picotear”. El derecho a picotear está estrechamente relacionado con la falta de tiempo para leer en forma completa un libro, pero nos permite abrirlo”.

9.- “El derecho a leer en voz alta. El derecho a leer en voz alta -un ejercicio que se ha perdido últimamente en las escuelas, pero que los alumnos de cualquier edad aprecian y solicitan a menudo- permite dar vida al texto y compartirlo con el grupo”.

10.- “El derecho a guardar silencio. Finalmente, en el derecho a callarnos, aparece una vez más, el acto de leer como un momento de intimidad del que nadie debe dar explicaciones a nadie”.

Estos 10 derechos se resumen en un solo deber: no burlarse jamás de aquellos que no leen, si quieres que ellos un día lean”.

Un deber que incluye la creación de estrategias para acercar a los lectores con los autores. Así los libros resultan un material vivo y asequible, como lo demuestran estas presentaciones.