/ viernes 6 de mayo de 2022

Taza de Soles | Niños de ayer y un gran problema coral

I En días pasados, subí a mi muro del FB, algunos de los primeros recuerdos de mi infancia, cosas sencillas, pero imborrables. Escribí que mi papá tenía una máquina de coser Singer, pero que también echaba pespuntes a mano y alisaba pantalones con unas planchas de hierro que calentaba en un brasero. Mi madre lavaba la ropa de la familia en el lavadero y cocinaba en una estufa de petróleo que la hacía enojar, pues no siempre encendía a la primera. Pero, yo gozaba de muchas libertades: podía ir a la vecindad donde vivía mi abuela, (que estaba enfrente de nuestra casa), y pedirle una tortilla recién hecha por ella; podía andar descalza para sentir la humedad fresca de la tierra donde crecían dos grandes eucaliptos y podía disfrutar de los conitos olorosos a madera (con éstos hacíamos pulseras); podía encontrar soledad y libros en el cuarto de mi abuelita y mi tía y podía tocar en la casa de vecinas como Lucita, con quien jugaba por horas al pinaco. (El pinaco -matatena- se jugaba con huesitos de chabacano). En fin, imborrables experiencias de una infancia en el barrio.

II En el tercero de los años de trabajo como maestra, me asignaron a San José de Gracia, y ahí en la Escuela Primaria Aquiles Serdán, fui la responsable de que algunos niños y niñas de tercero y cuarto grado declamaran de manera coral, un poema que titulamos Crisol revolucionario, que en realidad fue la adaptación de “Discurso por la Revolución” de José Muñoz Cota. Esos niños, que ahora son abogados, médicos, maestras, o agrónomos (as) , me encuentran y me dicen que nunca van a olvidar que alguna vez estuvieron en el foro del teatro Morelos y quieren recordar el poema, objeto de múltiples ensayos. Fue Raquel Robles, maestra directora y mujer sensible, a quien debo la confianza depositada en una casi recién egresada de la Normal del Estado. Aquí, en honor a esos niños, transcribo algunas estrofas del hermoso poema.

“Nací cuando los astros tarahumaras /conspiraban sobre adustas montañas. /Mi madre, joven cactus herido por añoso machete, / puso sobre mis hombros una ternura en armas.

Mi padre, su cuerpo de guarismos/, era el álgebra seca de una fábrica. / Yo ya nací insurgente. /Vivió mi voz en la trinchera de su vientre, /mi arenga se nutrió con sus pudores,/con la bandera de su sangre justa.//

Un paisaje soldado me llevó de la mano cuando niño. /¡Qué canciones de cuna!/ Era el ronco piafar de los cañones, /el reptar de serpiente de las ametralladoras, /los pájaros carpinteros de los fusiles./En la casa, mi abuela, crujía el almidón de sus plegarias./Mis tíos, montados sus retratos a caballo./Fue cuando el remolino se llamó Pancho Villa/y desgajó los pinos y los pintó dorados/y a sangre y a fuego conquistó la aurora.//

Hoy sé, si leo las cicatrices de los árboles, /si miro los muñones del jacal y las muletas con que el río camina,/por qué mueren los hombres/y por qué las mujeres llevan /como mochila el corazón a las espaldas,/por qué hay pan jornalero y su harina es de llanto./Hoy sé, si la ternura es triste en ojos de mi madre,/es que recuenta retratos fusilados y las paredes viudas./

Tuvo bondad de profesor de escuela. /Tan breve y afilado como lápiz de niño, / huido de un cuaderno de tareas, / tierno como el horario de un reloj munícipe. /Un Quince de Septiembre que salió de él mismo, /huyó de su campana y se cambió de nombre/ y se llamó Madero. /En la piedra del sol están los signos:/Ricardo Flores Magón y Praxedis Guerrero,/Emiliano Zapata, Venustiano Carranza,/y Francisco I. Madero.//¡A qué viento tan rebelde,/con la pistola de Villa/viene escribiendo su nombre/en las proclamas del cielo!/Cada pistola escondía/las lágrimas de los niños/que no tuvieron pañuelo./Por el filo de la Sierra/Francisco Villa cabalga./Un pueblo niño lo sigue, toca su clarín y canta.// Lloviznaron canciones.// como maíz desgranado/ la bayoneta se deshizo en lágrimas,/y en la florida cicatriz del hombre/la sangre se llamaba Valentina,/Adelita, Marieta, Jesusita,/si después del combate le sacaron cardillo a las heridas,/pulían los muñones y adornaban con flores las muletas. // Porque el niño entendiera que la voluntad no muere asesinada, /ni muere el sacrificio de los limpios, / por ello, siempre por los demás, a levantar la sangre de Madero,/a levantar la sangre de Madero vino Carranza.

¿En dónde hay más espinas? Para ofrecer el pecho de Ricardo/en él caben las cárceles del mundo. /Amo la libertad. /Amo mi casa y mi casa eres tú, Revolución”.

Esos niños que ganaron hace - 40 o más años- un primer lugar “especialísimo”, según el Lic. Horacio Westrup (qepd), son los niños de ayer y los profesionistas de hoy. Los niños del mañana que se fraguan ahorita en nuestras aulas, merecen ésta y muchas otras experiencias.

I En días pasados, subí a mi muro del FB, algunos de los primeros recuerdos de mi infancia, cosas sencillas, pero imborrables. Escribí que mi papá tenía una máquina de coser Singer, pero que también echaba pespuntes a mano y alisaba pantalones con unas planchas de hierro que calentaba en un brasero. Mi madre lavaba la ropa de la familia en el lavadero y cocinaba en una estufa de petróleo que la hacía enojar, pues no siempre encendía a la primera. Pero, yo gozaba de muchas libertades: podía ir a la vecindad donde vivía mi abuela, (que estaba enfrente de nuestra casa), y pedirle una tortilla recién hecha por ella; podía andar descalza para sentir la humedad fresca de la tierra donde crecían dos grandes eucaliptos y podía disfrutar de los conitos olorosos a madera (con éstos hacíamos pulseras); podía encontrar soledad y libros en el cuarto de mi abuelita y mi tía y podía tocar en la casa de vecinas como Lucita, con quien jugaba por horas al pinaco. (El pinaco -matatena- se jugaba con huesitos de chabacano). En fin, imborrables experiencias de una infancia en el barrio.

II En el tercero de los años de trabajo como maestra, me asignaron a San José de Gracia, y ahí en la Escuela Primaria Aquiles Serdán, fui la responsable de que algunos niños y niñas de tercero y cuarto grado declamaran de manera coral, un poema que titulamos Crisol revolucionario, que en realidad fue la adaptación de “Discurso por la Revolución” de José Muñoz Cota. Esos niños, que ahora son abogados, médicos, maestras, o agrónomos (as) , me encuentran y me dicen que nunca van a olvidar que alguna vez estuvieron en el foro del teatro Morelos y quieren recordar el poema, objeto de múltiples ensayos. Fue Raquel Robles, maestra directora y mujer sensible, a quien debo la confianza depositada en una casi recién egresada de la Normal del Estado. Aquí, en honor a esos niños, transcribo algunas estrofas del hermoso poema.

“Nací cuando los astros tarahumaras /conspiraban sobre adustas montañas. /Mi madre, joven cactus herido por añoso machete, / puso sobre mis hombros una ternura en armas.

Mi padre, su cuerpo de guarismos/, era el álgebra seca de una fábrica. / Yo ya nací insurgente. /Vivió mi voz en la trinchera de su vientre, /mi arenga se nutrió con sus pudores,/con la bandera de su sangre justa.//

Un paisaje soldado me llevó de la mano cuando niño. /¡Qué canciones de cuna!/ Era el ronco piafar de los cañones, /el reptar de serpiente de las ametralladoras, /los pájaros carpinteros de los fusiles./En la casa, mi abuela, crujía el almidón de sus plegarias./Mis tíos, montados sus retratos a caballo./Fue cuando el remolino se llamó Pancho Villa/y desgajó los pinos y los pintó dorados/y a sangre y a fuego conquistó la aurora.//

Hoy sé, si leo las cicatrices de los árboles, /si miro los muñones del jacal y las muletas con que el río camina,/por qué mueren los hombres/y por qué las mujeres llevan /como mochila el corazón a las espaldas,/por qué hay pan jornalero y su harina es de llanto./Hoy sé, si la ternura es triste en ojos de mi madre,/es que recuenta retratos fusilados y las paredes viudas./

Tuvo bondad de profesor de escuela. /Tan breve y afilado como lápiz de niño, / huido de un cuaderno de tareas, / tierno como el horario de un reloj munícipe. /Un Quince de Septiembre que salió de él mismo, /huyó de su campana y se cambió de nombre/ y se llamó Madero. /En la piedra del sol están los signos:/Ricardo Flores Magón y Praxedis Guerrero,/Emiliano Zapata, Venustiano Carranza,/y Francisco I. Madero.//¡A qué viento tan rebelde,/con la pistola de Villa/viene escribiendo su nombre/en las proclamas del cielo!/Cada pistola escondía/las lágrimas de los niños/que no tuvieron pañuelo./Por el filo de la Sierra/Francisco Villa cabalga./Un pueblo niño lo sigue, toca su clarín y canta.// Lloviznaron canciones.// como maíz desgranado/ la bayoneta se deshizo en lágrimas,/y en la florida cicatriz del hombre/la sangre se llamaba Valentina,/Adelita, Marieta, Jesusita,/si después del combate le sacaron cardillo a las heridas,/pulían los muñones y adornaban con flores las muletas. // Porque el niño entendiera que la voluntad no muere asesinada, /ni muere el sacrificio de los limpios, / por ello, siempre por los demás, a levantar la sangre de Madero,/a levantar la sangre de Madero vino Carranza.

¿En dónde hay más espinas? Para ofrecer el pecho de Ricardo/en él caben las cárceles del mundo. /Amo la libertad. /Amo mi casa y mi casa eres tú, Revolución”.

Esos niños que ganaron hace - 40 o más años- un primer lugar “especialísimo”, según el Lic. Horacio Westrup (qepd), son los niños de ayer y los profesionistas de hoy. Los niños del mañana que se fraguan ahorita en nuestras aulas, merecen ésta y muchas otras experiencias.