/ viernes 13 de mayo de 2022

Taza de Soles | Dedicatoria con M de madre 

Uno de los regalos más entrañables que me han dado para estas fechas es un pequeño cuadro-collage que hicieron para mí -con recortes de Frida Kalho- Alejandra, Cecilia y Liliana, mis tres hijas. Aún conservo el cuadrito. Resistió el despeje que hice cuando nos cambiamos de una casa de seis dormitorios a ésta de dos. Me acompañará hasta que muera. ¿Por qué el apego? pues, porque el regalo significa acompañamiento y atención a los gustos y filias de la madre. Acompañamiento es la gran palabra. Atención es la otra. Ahora, otra hija, de esas que le nacen a uno en el camino de la vida, me ha regalado otra muestra entrañable. El nombre de ella es Yeshica, y la conocí hace varios años cuando yo enseñaba catecismo a los adolescentes de mi parroquia. El libro es Desatando a la mujer fuerte de Clarissa Pinkola Estés. Transcribo una parte de la conmovedora dedicatoria “Que el amor siempre nos una en la distancia terrenal y en el más allá”. La dedicatoria es afectuosa, porque ella se llama a sí misma “atea”, por la gracia de la Madre. ¿Cuántos lo somos?

Ahora les cuento de este libro, nuevo para mí, aunque ya conociera la obra principal de la autora, famosa por su libro Mujeres que danzan con lobos, que muchas personas han leído.

Yéshica me dijo que pensó en mí cuando lo leyó y eso me basta para leerlo con una doble devoción. Devoción de hija que busca y reconoce a su madre en las distintas formas que la vida nos la va presentado, porque estamos equivocados si suponemos que la vida nos ha deparado sólo a nuestra madre biológica. No, junto a ella vienen de inmediato nuestras abuelas y luego las demás antecesoras, no importa si sabemos algo de ellas o no. Pero sería muy pertinente que pudiésemos hacer una investigación. Creo que ese es el mensaje principal de las “matruskas”. Luego están todas aquellas personas que han ejercido un influjo maternal de cualquier forma. Y en este rango entran mujeres y varones. Todos tienen algo de la Madre, con mayúscula, de la madre que nos cobija bajo su manto. Clarissa Pinkola, que sabe muchísimo de esto, nos explica de varias formas en este libro.

“Cómo entenderla, cómo estar cerca de ella. /No es necesario un lugar exótico para aprehenderla/Ella se encuentra en una astilla de vidrio, en una/ banqueta rota, en un corazón lastimado/ y en cualquier alma/ conocedora o no, /pero locamente enamorada de los misterios/ de la chispa divina, del fuego creativo/ y no de tantos desafíos mundanos únicamente// Piensen en Ella, no solo en las formas / que les han contado o vendido/ /Más bien búsquenla con sus propios ojos sin anteojeras/ y con el corazón sin postigos/ Miren más abajo en lugar de más arriba. / Busquen justo bajo sus narices. Ella viene con diferentes apariencias y disfraces/ Escondida al aire libre. Y la conocerán de inmediato por su corazón/ inmaculado e íntegro por la humanidad.//. p. 35.

No es casualidad que esté yo leyendo este libro en estos días, en que nos acercamos al misterio de la madre, al útero secreto del que deviene nuestra fuerza, en ese reconocimiento anterior a cualquier otro, de que venimos de una entraña que quiso acogernos. Así lo dice el poema de Ilse Díaz Márquez: “Tu cara debió haber surgido de ese universo lácteo/una vía extendida que se prolongaba y se confundía/a través de estrellas/en un tiempo que para mí todavía no era tiempo./Entonces nos conocimos./Habrás tomado mi cabeza, mi mano o mi espalda/habrás pronunciado algo:/una sílaba nueva/brotada de un hilo de sangre/por el cual tu vida casi se escapa./Habíamos latido juntas./Luego nos encontramos./Y así ya estoy a punto de encontrar el sentido./¿Cómo surge una piel de otra piel? ¿Cómo se desprende?/Así tú y yo/inmersas en un mar que ocupa el cosmos entero/que no tiene fin/que nunca deja de moverse./Así dejo de temer a las infinitas extensiones del espacio/y la vida aparece luminosa/abierta/a pesar de las heridas/y de la fragilidad de los huesos./Todavía espero el momento de volver a sumergirme/en las aguas de ese abismo./Todavía sueño que me envuelves.//. El poema de Ilse, las reflexiones de Pilar Palacio sobre la crianza de los hijos, los comentarios de mi hija Alejandra del curso de Hipnoterapia y sus aplicaciones a la reconstrucción de matrimonios en conflicto, el desayuno que disfruté con mis hijas, mi sobrina y una de mis hermanas, las flores de mi hijo. Todos son encuentros con la vida, con la Madre ancestral, con la Guadalupana que tiene impresionado a César, el más pequeño de los nietos, con todos ellos les digo este fragmento de un poema de este libro sobre la Madre: “Que podamos recordar sus palabras a diario/ y nunca sentirnos solos”. .

Uno de los regalos más entrañables que me han dado para estas fechas es un pequeño cuadro-collage que hicieron para mí -con recortes de Frida Kalho- Alejandra, Cecilia y Liliana, mis tres hijas. Aún conservo el cuadrito. Resistió el despeje que hice cuando nos cambiamos de una casa de seis dormitorios a ésta de dos. Me acompañará hasta que muera. ¿Por qué el apego? pues, porque el regalo significa acompañamiento y atención a los gustos y filias de la madre. Acompañamiento es la gran palabra. Atención es la otra. Ahora, otra hija, de esas que le nacen a uno en el camino de la vida, me ha regalado otra muestra entrañable. El nombre de ella es Yeshica, y la conocí hace varios años cuando yo enseñaba catecismo a los adolescentes de mi parroquia. El libro es Desatando a la mujer fuerte de Clarissa Pinkola Estés. Transcribo una parte de la conmovedora dedicatoria “Que el amor siempre nos una en la distancia terrenal y en el más allá”. La dedicatoria es afectuosa, porque ella se llama a sí misma “atea”, por la gracia de la Madre. ¿Cuántos lo somos?

Ahora les cuento de este libro, nuevo para mí, aunque ya conociera la obra principal de la autora, famosa por su libro Mujeres que danzan con lobos, que muchas personas han leído.

Yéshica me dijo que pensó en mí cuando lo leyó y eso me basta para leerlo con una doble devoción. Devoción de hija que busca y reconoce a su madre en las distintas formas que la vida nos la va presentado, porque estamos equivocados si suponemos que la vida nos ha deparado sólo a nuestra madre biológica. No, junto a ella vienen de inmediato nuestras abuelas y luego las demás antecesoras, no importa si sabemos algo de ellas o no. Pero sería muy pertinente que pudiésemos hacer una investigación. Creo que ese es el mensaje principal de las “matruskas”. Luego están todas aquellas personas que han ejercido un influjo maternal de cualquier forma. Y en este rango entran mujeres y varones. Todos tienen algo de la Madre, con mayúscula, de la madre que nos cobija bajo su manto. Clarissa Pinkola, que sabe muchísimo de esto, nos explica de varias formas en este libro.

“Cómo entenderla, cómo estar cerca de ella. /No es necesario un lugar exótico para aprehenderla/Ella se encuentra en una astilla de vidrio, en una/ banqueta rota, en un corazón lastimado/ y en cualquier alma/ conocedora o no, /pero locamente enamorada de los misterios/ de la chispa divina, del fuego creativo/ y no de tantos desafíos mundanos únicamente// Piensen en Ella, no solo en las formas / que les han contado o vendido/ /Más bien búsquenla con sus propios ojos sin anteojeras/ y con el corazón sin postigos/ Miren más abajo en lugar de más arriba. / Busquen justo bajo sus narices. Ella viene con diferentes apariencias y disfraces/ Escondida al aire libre. Y la conocerán de inmediato por su corazón/ inmaculado e íntegro por la humanidad.//. p. 35.

No es casualidad que esté yo leyendo este libro en estos días, en que nos acercamos al misterio de la madre, al útero secreto del que deviene nuestra fuerza, en ese reconocimiento anterior a cualquier otro, de que venimos de una entraña que quiso acogernos. Así lo dice el poema de Ilse Díaz Márquez: “Tu cara debió haber surgido de ese universo lácteo/una vía extendida que se prolongaba y se confundía/a través de estrellas/en un tiempo que para mí todavía no era tiempo./Entonces nos conocimos./Habrás tomado mi cabeza, mi mano o mi espalda/habrás pronunciado algo:/una sílaba nueva/brotada de un hilo de sangre/por el cual tu vida casi se escapa./Habíamos latido juntas./Luego nos encontramos./Y así ya estoy a punto de encontrar el sentido./¿Cómo surge una piel de otra piel? ¿Cómo se desprende?/Así tú y yo/inmersas en un mar que ocupa el cosmos entero/que no tiene fin/que nunca deja de moverse./Así dejo de temer a las infinitas extensiones del espacio/y la vida aparece luminosa/abierta/a pesar de las heridas/y de la fragilidad de los huesos./Todavía espero el momento de volver a sumergirme/en las aguas de ese abismo./Todavía sueño que me envuelves.//. El poema de Ilse, las reflexiones de Pilar Palacio sobre la crianza de los hijos, los comentarios de mi hija Alejandra del curso de Hipnoterapia y sus aplicaciones a la reconstrucción de matrimonios en conflicto, el desayuno que disfruté con mis hijas, mi sobrina y una de mis hermanas, las flores de mi hijo. Todos son encuentros con la vida, con la Madre ancestral, con la Guadalupana que tiene impresionado a César, el más pequeño de los nietos, con todos ellos les digo este fragmento de un poema de este libro sobre la Madre: “Que podamos recordar sus palabras a diario/ y nunca sentirnos solos”. .