/ viernes 26 de enero de 2024

Taza de soles | De observatorios astronómicos y pinacotecas

Alejandra nos invitó y nos fuimos temprano, con la idea de pasar primero por Pabellón de Arteaga y desayunar unos burritos, que desde que se hicieron famosos en su pueblo natal, son uno de los desayunos favoritos de mi esposo. La idea era visitar el Observatorio planetario Hipatia, que recientemente se acaba de inaugurar en el municipio de Tepezalá, dar una vuelta por algunos sitios emblemáticos de Asientos de Ibarra y comer ahí. Llegamos a las once de la mañana al Observatorio y nuestra primera grata impresión fue que lo de Hipatia surgió de un concurso. Fue una joven estudiante de secundaria a quien se le ocurrió proponer el nombre de esta filosofa y maestra de matemáticas y astronomía que vivió en Alejandría en el siglo IV y murió asesinada en circunstancias tan atroces que la convierten en una mártir de la ciencia y pionera del feminismo. Nuestra no grata impresión nos la produjo un camino de terracería que ascendimos en medio de una polvareda que nos hizo subir los cristales y lamentar que el auto se hubiera lavado un día antes. Bueno, en fin, ya estamos dentro de un edificio armonioso, bien construido, compuesto de una bóveda de hormigón y anexos de cristales a través de los que se observa una cafetería que en estos momentos aún está cerrada. Nos quedamos admirando unos jardines interiores que son una feliz combinación de piedras, cactus y suculentas, antes de entrar al recinto donde está el poderoso telescopio, que- nos aclaran- no podremos verlo en funciones, puesto que su tecnología sólo permite la observación del espacio a partir del momento en que comienza a caer la noche. Nos recostamos en los comodísimos asientos reclinables para ver el documental sobre el cosmos que nos van a proyectar sobre la pantalla circular, como premio de consolación por llegar a deshoras. Se despliega ante nosotros una serie de imágenes fantásticas, el cielo profundísimo y sus millones de estrellas, sus constelaciones se nos incorporan sensorialmente, inducidas por la voz hipnótica del narrador. Cuando encienden las luces, nos levantamos como de un largo sueño y Mateo comenta ¿Cómo ves abuela? hasta un poema de José Emilio Pacheco nos pusieron. ¿A qué horas, Mateo? Obvio, nos quedamos dormidas y ya parecía que nos habíamos ido a los espacios siderales.

Visitamos el templo dedicado a la Virgen del Refugio, en cuyo altar está la primera Virgen que viene a mi memoria, porque la veía en el cuarto de mi abuelita. Debe ser porque los primeros ancestros, por el lado materno, llegaron a Tepezalá en el siglo XVIII. Luego, decidimos que por esta ocasión no visitaremos el Museo y atravesamos un pueblo tranquilo, deslumbrante en su limpieza. Tomamos la carretera en dirección al oriente y llegamos a Asientos de Ibarra. Queríamos llevar a los chicos a vivir la experiencia de bajar al túnel de 70 metros de longitud, que está debajo del Altar de la Virgen de Fátima. Pero cuando ya íbamos en el interior y las gruesas gotas de agua me comenzaron a caer sobre la cabeza, confirmé que mi esposo, quien andaba un poco agripado, había tomado la mejor decisión, cuando quiso esperarnos sentado en una banca de la Plaza. Dice que aprovechó para echarle un ojo a las Campanas del siglo XVIII, y la más grande del estado de Aguascalientes. Entramos a la Iglesia de Ntra. Sra. de Belén, donde se encuentra el Cristo del Santo Entierro hecho, según dijo la guía: “con cráneo, dientes y costillas humanas”. Enseguida pasamos, junto con un grupo de veinte y tantas personas, a la Sala de Pinacoteca, donde pudimos ver las dieciocho Pinturas Virreinales. Mateo me hizo notar la que representa la Circuncisión de Jesús niño y otra, cuyo tema no recuerdo, pero que inciden en la naturaleza humana de Jesucristo. La muchacha que nos guía pone énfasis en el “verdadero retrato de la Virgen Santísima de la Tristeza, únicas en América”. Alguien preguntó que dónde estaban antes estos tesoros, pues nos informaron que la factura de algunos cuadros es debida al gran pintor Miguel Cabrera. La chica contestó que pertenecían a los clérigos, que seguramente los habían venido custodiando desde siglos atrás, hasta que el Estado decidió que formaran parte del patrimonio cultural del pueblo. Lo que no supo decirnos fue dónde estaba la casa donde nació Desiderio Macías Silva, el gran poeta de Ascuario.

Salimos de la Pinacoteca y nuestras ganas de comer nos llevaron a un restaurante cercano donde se anunciaba mole de conejo, pero solo encontramos mole ranchero, muy bueno, y a donde llegó una chica con una canasta de panes cocinados en horno de leña. Nos apresuramos a comprar alamares y chamucos. Alejandra resumió nuestro ánimo, cuando dijo: Vale la pena regresar. Nos faltó ver el telescopio funcionando. -Sí, y a lo mejor ya pavimentaron el camino.

Alejandra nos invitó y nos fuimos temprano, con la idea de pasar primero por Pabellón de Arteaga y desayunar unos burritos, que desde que se hicieron famosos en su pueblo natal, son uno de los desayunos favoritos de mi esposo. La idea era visitar el Observatorio planetario Hipatia, que recientemente se acaba de inaugurar en el municipio de Tepezalá, dar una vuelta por algunos sitios emblemáticos de Asientos de Ibarra y comer ahí. Llegamos a las once de la mañana al Observatorio y nuestra primera grata impresión fue que lo de Hipatia surgió de un concurso. Fue una joven estudiante de secundaria a quien se le ocurrió proponer el nombre de esta filosofa y maestra de matemáticas y astronomía que vivió en Alejandría en el siglo IV y murió asesinada en circunstancias tan atroces que la convierten en una mártir de la ciencia y pionera del feminismo. Nuestra no grata impresión nos la produjo un camino de terracería que ascendimos en medio de una polvareda que nos hizo subir los cristales y lamentar que el auto se hubiera lavado un día antes. Bueno, en fin, ya estamos dentro de un edificio armonioso, bien construido, compuesto de una bóveda de hormigón y anexos de cristales a través de los que se observa una cafetería que en estos momentos aún está cerrada. Nos quedamos admirando unos jardines interiores que son una feliz combinación de piedras, cactus y suculentas, antes de entrar al recinto donde está el poderoso telescopio, que- nos aclaran- no podremos verlo en funciones, puesto que su tecnología sólo permite la observación del espacio a partir del momento en que comienza a caer la noche. Nos recostamos en los comodísimos asientos reclinables para ver el documental sobre el cosmos que nos van a proyectar sobre la pantalla circular, como premio de consolación por llegar a deshoras. Se despliega ante nosotros una serie de imágenes fantásticas, el cielo profundísimo y sus millones de estrellas, sus constelaciones se nos incorporan sensorialmente, inducidas por la voz hipnótica del narrador. Cuando encienden las luces, nos levantamos como de un largo sueño y Mateo comenta ¿Cómo ves abuela? hasta un poema de José Emilio Pacheco nos pusieron. ¿A qué horas, Mateo? Obvio, nos quedamos dormidas y ya parecía que nos habíamos ido a los espacios siderales.

Visitamos el templo dedicado a la Virgen del Refugio, en cuyo altar está la primera Virgen que viene a mi memoria, porque la veía en el cuarto de mi abuelita. Debe ser porque los primeros ancestros, por el lado materno, llegaron a Tepezalá en el siglo XVIII. Luego, decidimos que por esta ocasión no visitaremos el Museo y atravesamos un pueblo tranquilo, deslumbrante en su limpieza. Tomamos la carretera en dirección al oriente y llegamos a Asientos de Ibarra. Queríamos llevar a los chicos a vivir la experiencia de bajar al túnel de 70 metros de longitud, que está debajo del Altar de la Virgen de Fátima. Pero cuando ya íbamos en el interior y las gruesas gotas de agua me comenzaron a caer sobre la cabeza, confirmé que mi esposo, quien andaba un poco agripado, había tomado la mejor decisión, cuando quiso esperarnos sentado en una banca de la Plaza. Dice que aprovechó para echarle un ojo a las Campanas del siglo XVIII, y la más grande del estado de Aguascalientes. Entramos a la Iglesia de Ntra. Sra. de Belén, donde se encuentra el Cristo del Santo Entierro hecho, según dijo la guía: “con cráneo, dientes y costillas humanas”. Enseguida pasamos, junto con un grupo de veinte y tantas personas, a la Sala de Pinacoteca, donde pudimos ver las dieciocho Pinturas Virreinales. Mateo me hizo notar la que representa la Circuncisión de Jesús niño y otra, cuyo tema no recuerdo, pero que inciden en la naturaleza humana de Jesucristo. La muchacha que nos guía pone énfasis en el “verdadero retrato de la Virgen Santísima de la Tristeza, únicas en América”. Alguien preguntó que dónde estaban antes estos tesoros, pues nos informaron que la factura de algunos cuadros es debida al gran pintor Miguel Cabrera. La chica contestó que pertenecían a los clérigos, que seguramente los habían venido custodiando desde siglos atrás, hasta que el Estado decidió que formaran parte del patrimonio cultural del pueblo. Lo que no supo decirnos fue dónde estaba la casa donde nació Desiderio Macías Silva, el gran poeta de Ascuario.

Salimos de la Pinacoteca y nuestras ganas de comer nos llevaron a un restaurante cercano donde se anunciaba mole de conejo, pero solo encontramos mole ranchero, muy bueno, y a donde llegó una chica con una canasta de panes cocinados en horno de leña. Nos apresuramos a comprar alamares y chamucos. Alejandra resumió nuestro ánimo, cuando dijo: Vale la pena regresar. Nos faltó ver el telescopio funcionando. -Sí, y a lo mejor ya pavimentaron el camino.