/ miércoles 17 de marzo de 2021

Capital y trabajo | Ya me tocó

Soy de los cuatro millones de mexicanos que tuvimos ya la oportunidad de ser vacunados contra el Covid-19, por lo menos en la primera dosis. En mi caso, eso ocurrió el pasado viernes 12 de marzo, en las instalaciones de la UAM Azcapotzalco de la Ciudad de México, justo el día asignado a las personas cuyo primer apellido iniciaba con las letras F, G y H, en la alcaldía citada.

Aunque por lo regular no ve voy con fintas, no dejaba de considerar las continuas y recurrentes críticas sobre la presunta mala organización del proceso de vacunación, empezando por los dichos del gobernador del Estado, que más que hacer politiquería, debía estar preocupado por ver cómo se dan las cosas correctamente en la entidad que presuntamente gobierna.

Reconozco que iba con dudas, no con la certeza de que saliese al final vacunado. Llegué a las nueve de la mañana en punto, conforme se acercaba al lugar me daba cuenta de la enorme aglomeración, gente por todos lados y al parecer sin orden. La realidad no fue así, era una mala percepción producto del prejuicio, que poco a poco se fue aclarando hasta que los hechos me corroboraron que estaba equivocado.

Se me dijo con suma amabilidad donde iba la fila para el ingreso al lugar, apenas había tomado mi lugar cuando se me acercó un joven (prácticamente todos quienes atendían eran jóvenes) y me pidió mi credencial de elector y mi comprobante de domicilio, para confirmar que era de la alcaldía correspondiente y de la letra asignada para ese día. Se nos dio una ficha, a mí me tocó la número 840, lo que en toda mi actitud de duda, me hizo pensar que ahí me esperaba un largo proceso que no se cuantas horas iba a requerir.

Casi de inmediato, otra joven nos señaló a un grupo de cinco adultos mayores que esperábamos en la fila que siguieran a otra muchacha de chaleco verde al interior del extenso lugar. Nos ubicaron en nuestra respectiva silla y casi de inmediato se presentó un muchacho más, para levantarnos un cuestionario: diabético, no; alguna enfermedad cardiovascular, no, hipertenso, si; obeso, si, EPOC, no. Y así siguió llenando los dos formatos sin necesidad que uno lo hiciera, lo cual sin duda acortaba el tiempo de atención.

Me explicó que uno de los formatos eran para los organizadores, a partir del cual se comunicaría conmigo para señalarme la fecha que me tenía que presentar al refuerzo de la vacuna. Se me dijo que me pondrían la Pfizer, además de otros datos de la vacuna, como lote, caja y clave. Cabe señalar que era un servidor por asistente y el mismo proceso se hacía entonces simultáneamente.

Concluido esto nos pasaron al lugar donde se aplicaban las vacunas, la enfermera nos señaló que se ponía del lado izquierdo porque por lo regular era el brazo menos usado. Se nos señaló las posibles secuelas inmediatas o no de la vacuna. Me la pusieron sin que me doliera en absoluto.

Nos pasaron a otra área en bloques de cincuenta recién vacunados, la intención era esperar máximo media hora para observar posibles reacciones a la vacuna, mientras tanto un médico nos explicaba las posibles reacciones, menores o no y lo que habría que hacer. No había necesidad de suspender la administración de alguna medicina y en caso de dolor de cabeza o fiebre, tomar paracetamol, no aspirina, tampoco era conveniente tomar alcohol.

A la par de la explicación para otra joven entregando agua y un mazapán. Me habían dicho que en alcaldía sureñas habían repartido palanquetas de amaranto o barras de granola. Una servidora de la Nación empieza a guiar actividades de calistenia, sin necesidad que nadie se parase de su asiento. El tiempo se fue rápido, se dio las últimas recomendaciones y recordaron que se comunicaría con nosotros para decir día y lugar a presentarnos para la segunda dosis, subrayando que todavía no estábamos inmunizados y que había que esperar la faltante, que no que había que bajar la guardia y seguir con los cuidados preventivos.

Salí de la UAM Azcapotzalco satisfecho, asombrado por la excelente organización y el buen trato. Apenas eran las 9:50 horas de la mañana, es decir, ni una hora había durado el procedimiento. Me enojé conmigo, pues caí en el cuento de los malpensantes, cuando lo que acababa de vivir me había dicho otra cosa completamente distinta.

Soy de los cuatro millones de mexicanos que tuvimos ya la oportunidad de ser vacunados contra el Covid-19, por lo menos en la primera dosis. En mi caso, eso ocurrió el pasado viernes 12 de marzo, en las instalaciones de la UAM Azcapotzalco de la Ciudad de México, justo el día asignado a las personas cuyo primer apellido iniciaba con las letras F, G y H, en la alcaldía citada.

Aunque por lo regular no ve voy con fintas, no dejaba de considerar las continuas y recurrentes críticas sobre la presunta mala organización del proceso de vacunación, empezando por los dichos del gobernador del Estado, que más que hacer politiquería, debía estar preocupado por ver cómo se dan las cosas correctamente en la entidad que presuntamente gobierna.

Reconozco que iba con dudas, no con la certeza de que saliese al final vacunado. Llegué a las nueve de la mañana en punto, conforme se acercaba al lugar me daba cuenta de la enorme aglomeración, gente por todos lados y al parecer sin orden. La realidad no fue así, era una mala percepción producto del prejuicio, que poco a poco se fue aclarando hasta que los hechos me corroboraron que estaba equivocado.

Se me dijo con suma amabilidad donde iba la fila para el ingreso al lugar, apenas había tomado mi lugar cuando se me acercó un joven (prácticamente todos quienes atendían eran jóvenes) y me pidió mi credencial de elector y mi comprobante de domicilio, para confirmar que era de la alcaldía correspondiente y de la letra asignada para ese día. Se nos dio una ficha, a mí me tocó la número 840, lo que en toda mi actitud de duda, me hizo pensar que ahí me esperaba un largo proceso que no se cuantas horas iba a requerir.

Casi de inmediato, otra joven nos señaló a un grupo de cinco adultos mayores que esperábamos en la fila que siguieran a otra muchacha de chaleco verde al interior del extenso lugar. Nos ubicaron en nuestra respectiva silla y casi de inmediato se presentó un muchacho más, para levantarnos un cuestionario: diabético, no; alguna enfermedad cardiovascular, no, hipertenso, si; obeso, si, EPOC, no. Y así siguió llenando los dos formatos sin necesidad que uno lo hiciera, lo cual sin duda acortaba el tiempo de atención.

Me explicó que uno de los formatos eran para los organizadores, a partir del cual se comunicaría conmigo para señalarme la fecha que me tenía que presentar al refuerzo de la vacuna. Se me dijo que me pondrían la Pfizer, además de otros datos de la vacuna, como lote, caja y clave. Cabe señalar que era un servidor por asistente y el mismo proceso se hacía entonces simultáneamente.

Concluido esto nos pasaron al lugar donde se aplicaban las vacunas, la enfermera nos señaló que se ponía del lado izquierdo porque por lo regular era el brazo menos usado. Se nos señaló las posibles secuelas inmediatas o no de la vacuna. Me la pusieron sin que me doliera en absoluto.

Nos pasaron a otra área en bloques de cincuenta recién vacunados, la intención era esperar máximo media hora para observar posibles reacciones a la vacuna, mientras tanto un médico nos explicaba las posibles reacciones, menores o no y lo que habría que hacer. No había necesidad de suspender la administración de alguna medicina y en caso de dolor de cabeza o fiebre, tomar paracetamol, no aspirina, tampoco era conveniente tomar alcohol.

A la par de la explicación para otra joven entregando agua y un mazapán. Me habían dicho que en alcaldía sureñas habían repartido palanquetas de amaranto o barras de granola. Una servidora de la Nación empieza a guiar actividades de calistenia, sin necesidad que nadie se parase de su asiento. El tiempo se fue rápido, se dio las últimas recomendaciones y recordaron que se comunicaría con nosotros para decir día y lugar a presentarnos para la segunda dosis, subrayando que todavía no estábamos inmunizados y que había que esperar la faltante, que no que había que bajar la guardia y seguir con los cuidados preventivos.

Salí de la UAM Azcapotzalco satisfecho, asombrado por la excelente organización y el buen trato. Apenas eran las 9:50 horas de la mañana, es decir, ni una hora había durado el procedimiento. Me enojé conmigo, pues caí en el cuento de los malpensantes, cuando lo que acababa de vivir me había dicho otra cosa completamente distinta.

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