/ martes 21 de noviembre de 2023

Veintiún aniversario y las veladoras del santuario

Coincidentemente nuestro padre (Felipe Monreal Huerta), murió en un aniversario de la revolución mexicana de 1910 en México, del caudillo del sur (Emiliano Zapata). Antes de ese suceso, Don Felipe ya llevaba muchos meses y algunos años transcurridos en estado de salud de convalecencia, a consecuencia de que le hayan detectado cáncer en una de las cuerdas bucales de su garganta.

Después de su partida, los días 20 de noviembre de cada año son motivo de reunión para revelar nuestros anecdotarios, recuerdos in memoriam de papá. Este año, desde luego no fue la excepción, hermanas (os), Hijas e hijos de Don Felipe nos reunimos con el mismo propósito (recordarlo y mantener la unidad); sin embargo, por hacer más cómodo y practico la fecha, Luis Enrique, el segundo de los menores de la familia, tuvo la iniciativa de convocar para reunirnos por esta ocasión un día antes, supongo que por ser domingo de familia y ser también de visita a templos religiosos. Sin duda, fue buena elección del día, a pesar de la temporada, el sol resplandecía como los días de verano, disfrutamos de una tarde agradable de tertulia en la que compartíamos anécdotas personales.

Tradicionalmente, los séptimos días de la semana son dedicados para estar en familia. Una vez concluida la ceremonia religiosa de las doce del día oficiada en memoria y recuerdo de nuestro padre, el convocante nos recibió en su finca campestre donde degustamos platillos de tradición culinaria de la familia.

Fue entonces que el recién pasado domingo cuando, presenciamos durante más de una hora el sermón del sacerdote. Al evento religioso fui acompañado por una de mis hijas (Victoria); recién salimos de la iglesia, me inquieto preguntarle su impresión del lugar y mensaje litúrgico sacerdotal o lo que pudo haber observado, incluido objetos que se encontraban en el recinto religioso.

Entre las extrañezas (cultura religiosa del pueblo) -me dijo-, encontré infinidad de retablos que registraban experiencias de milagros que fieles devotos al santo niño de atocha, había muchos muros y que conducían pasillos y demás salas completos de esas constancia de que imprimían agradecimiento varios de todo tipo que consignaban fechas de varias décadas atrás hasta la fecha.

Llamó la atención a Victoria el que algunas personas llevaban consigo veladoras que regularmente los feligreses dejan encendidas en el templo hasta su total consumación, después son retiradas y seguramente depositadas en algún vertedero o depositario de objetos sin uso (contenedores de desechos). Es una costumbre, entre otras, realizar los parroquianos acciones como estas, se trata de una especie de ofrenda por algún “milagro” que les ha sucedido o “plegaria” que desean se les cumpla.

En nuestra conversación vino a mi mente recuerdos de antaño (de aproximadamente cuatro décadas); debí haber tenido la edad de entre diez a trece años cuando por ocasión de sorteo de familia (un hábito recurrente de papa), me correspondió por varias veces, trasladarme de fresnillo a la comunidad de plateros, para conseguir vasos que habían consumado la cera de las veladoras. Así continue recordando y trasmitiendo mi usanza de infancia.

El recuerdo fue tan claro que no parecían haber pasado poco más cuarenta años a partir de aquellas experiencias vividas en mi etapa de la niñez. Las visitas al santuario a las que hago referencia de aquella época, por supuesto que no eran para escuchar la liturgia religiosa “la palabra de dios”, sino para solicitar a quien realizaba la función de sacristán del templo (se llamaba julio), autorizara se nos permitiera seleccionar entre los residuos de esas veladoras ya consumadas la que utilizaríamos como vasos, mismos que previo a su reutilización ya habíamos lavado, su uso era para tomar agua fresca de sabores de fruta de temporada. Entonces, teníamos un puesto de venta de aguas frescas en el mercado Hidalgo de Fresnillo. Nuestro padre años atrás, lo estableció como una fuente ingreso para el sustento familiar.

Indudablemente, el puesto de aguas frescas fue un pilar que permitió resolver económicamente temas domésticos de una familia amplia de catorce hijas (os). Hemos coincidido en familia que el puesto (así nos referíamos a él), no solo fue una fuente de ingreso establecido a partir del ingenio y visión de Don Felipe, se trató del lugar que con el tiempo nos dimos cuenta de que nos proporcionó templanza y otros valores formativos. Con experiencias de permanecer por horas en el puesto, ahora reconocemos lo que lo que pretendía y significaba para nuestro padre, representaba: compromiso, responsabilidad, trabajo, integración, disciplina, deber, entre otros.

Evidentemente, el recién aniversario acumulado a la muerte de papa, nos traslado en retrospectiva de lo que por muchos momentos fue esperanza. Probablemente fue una de las formas usuales de Don Felipe para introyectar a sus descendientes un futuro cierto y sin sobresaltos.

in memoriam de aquellos seres queridos que hoy ya no los tenemos físicamente, pero en nuestra mente siguen ocupando el mejor de los espacios, para guiarnos en nuestras acciones y obras de buena fe, hermandad y humanismo.

Así seguiremos recordando a quienes nos siguen acompañando con sus enseñanzas por siempre.

Coincidentemente nuestro padre (Felipe Monreal Huerta), murió en un aniversario de la revolución mexicana de 1910 en México, del caudillo del sur (Emiliano Zapata). Antes de ese suceso, Don Felipe ya llevaba muchos meses y algunos años transcurridos en estado de salud de convalecencia, a consecuencia de que le hayan detectado cáncer en una de las cuerdas bucales de su garganta.

Después de su partida, los días 20 de noviembre de cada año son motivo de reunión para revelar nuestros anecdotarios, recuerdos in memoriam de papá. Este año, desde luego no fue la excepción, hermanas (os), Hijas e hijos de Don Felipe nos reunimos con el mismo propósito (recordarlo y mantener la unidad); sin embargo, por hacer más cómodo y practico la fecha, Luis Enrique, el segundo de los menores de la familia, tuvo la iniciativa de convocar para reunirnos por esta ocasión un día antes, supongo que por ser domingo de familia y ser también de visita a templos religiosos. Sin duda, fue buena elección del día, a pesar de la temporada, el sol resplandecía como los días de verano, disfrutamos de una tarde agradable de tertulia en la que compartíamos anécdotas personales.

Tradicionalmente, los séptimos días de la semana son dedicados para estar en familia. Una vez concluida la ceremonia religiosa de las doce del día oficiada en memoria y recuerdo de nuestro padre, el convocante nos recibió en su finca campestre donde degustamos platillos de tradición culinaria de la familia.

Fue entonces que el recién pasado domingo cuando, presenciamos durante más de una hora el sermón del sacerdote. Al evento religioso fui acompañado por una de mis hijas (Victoria); recién salimos de la iglesia, me inquieto preguntarle su impresión del lugar y mensaje litúrgico sacerdotal o lo que pudo haber observado, incluido objetos que se encontraban en el recinto religioso.

Entre las extrañezas (cultura religiosa del pueblo) -me dijo-, encontré infinidad de retablos que registraban experiencias de milagros que fieles devotos al santo niño de atocha, había muchos muros y que conducían pasillos y demás salas completos de esas constancia de que imprimían agradecimiento varios de todo tipo que consignaban fechas de varias décadas atrás hasta la fecha.

Llamó la atención a Victoria el que algunas personas llevaban consigo veladoras que regularmente los feligreses dejan encendidas en el templo hasta su total consumación, después son retiradas y seguramente depositadas en algún vertedero o depositario de objetos sin uso (contenedores de desechos). Es una costumbre, entre otras, realizar los parroquianos acciones como estas, se trata de una especie de ofrenda por algún “milagro” que les ha sucedido o “plegaria” que desean se les cumpla.

En nuestra conversación vino a mi mente recuerdos de antaño (de aproximadamente cuatro décadas); debí haber tenido la edad de entre diez a trece años cuando por ocasión de sorteo de familia (un hábito recurrente de papa), me correspondió por varias veces, trasladarme de fresnillo a la comunidad de plateros, para conseguir vasos que habían consumado la cera de las veladoras. Así continue recordando y trasmitiendo mi usanza de infancia.

El recuerdo fue tan claro que no parecían haber pasado poco más cuarenta años a partir de aquellas experiencias vividas en mi etapa de la niñez. Las visitas al santuario a las que hago referencia de aquella época, por supuesto que no eran para escuchar la liturgia religiosa “la palabra de dios”, sino para solicitar a quien realizaba la función de sacristán del templo (se llamaba julio), autorizara se nos permitiera seleccionar entre los residuos de esas veladoras ya consumadas la que utilizaríamos como vasos, mismos que previo a su reutilización ya habíamos lavado, su uso era para tomar agua fresca de sabores de fruta de temporada. Entonces, teníamos un puesto de venta de aguas frescas en el mercado Hidalgo de Fresnillo. Nuestro padre años atrás, lo estableció como una fuente ingreso para el sustento familiar.

Indudablemente, el puesto de aguas frescas fue un pilar que permitió resolver económicamente temas domésticos de una familia amplia de catorce hijas (os). Hemos coincidido en familia que el puesto (así nos referíamos a él), no solo fue una fuente de ingreso establecido a partir del ingenio y visión de Don Felipe, se trató del lugar que con el tiempo nos dimos cuenta de que nos proporcionó templanza y otros valores formativos. Con experiencias de permanecer por horas en el puesto, ahora reconocemos lo que lo que pretendía y significaba para nuestro padre, representaba: compromiso, responsabilidad, trabajo, integración, disciplina, deber, entre otros.

Evidentemente, el recién aniversario acumulado a la muerte de papa, nos traslado en retrospectiva de lo que por muchos momentos fue esperanza. Probablemente fue una de las formas usuales de Don Felipe para introyectar a sus descendientes un futuro cierto y sin sobresaltos.

in memoriam de aquellos seres queridos que hoy ya no los tenemos físicamente, pero en nuestra mente siguen ocupando el mejor de los espacios, para guiarnos en nuestras acciones y obras de buena fe, hermandad y humanismo.

Así seguiremos recordando a quienes nos siguen acompañando con sus enseñanzas por siempre.