La ausencia de una comunicación asertiva en una familia trae como consecuencia la pérdida de oportunidades para construir comunidad. La interacción a través de diálogos francos produce bien común, identidad, entendimiento y beneficio colectivo.
Las familias, sean consanguíneas, culturales, espirituales, laborales, formativas, étnicas, de oficio, de profesión, de colonia, de barrio, de estratificación, de oficios, entre otras, pueden definirse por su integridad según su funcionalidad. Esas familias no necesariamente aspiran a construir comunidad; por ello, dejan de ser familia.
Por citar un ejemplo, existen casos en los que miembros de una familia renuncian o no pueden seguir la línea de la tradición de esa familia; es decir, podrán ser familia, sin pertenecer a la comunidad de ella. Es posible también que una persona pertenezca a varias familias y, no nos referimos a familias consanguíneas, sino a otros grupos; puede no existir comunión en ellas y ser familia a la vez.
No son pocos los ejemplos que nos ilustran la interrupción de un oficio o actividad productiva o empresarial en la que se mantenía unificada a la familia; ese prototipo de agrupación ha desaparecido con el transcurso del tiempo. La globalización ha alterado las formas de organizarse en la familia tradicional; hasta ahora ha permeado con mayor ahínco el individualismo. Se ha dejado de lado el planteamiento comunitario que unificaba a la familia. El modelo identificaba y protegía, la fortalecía ante cualquier adversidad.
Habrá que ser claros, con la globalización no solo se trastocó la familia tradicional, sino que también se vulneró a todo tipo de familia a partir del establecimiento de una filosofía del individualismo, del egoísmo y, qué decir de la meritocracia.
Sería ingenuo pensar que en estas nuevas formas de organización comunitaria no existe dominio del modelo económico neoliberal. Las familias entraron en crisis de su identidad y fortaleza; aunque, por ahora y para bien, se puede conservar el vínculo del nombre a la familia que se pertenece.
Usualmente, los seres humanos solemos generar comunicación mediante el lenguaje oral que articulamos palabras para expresar pensamientos e ideas utilizadas a partir de nuestra capacidad de intelecto. El diálogo genuino que se construye de manera franca debe entenderse como la mejor herramienta para respetar derechos propios y ajenos, aunque también debe significar una posibilidad de expresar apropiadamente nuestros sentimientos y pensamientos, evitando angustia o agresividad.
En ese orden de ideas, la comunicación asertiva, preferentemente presencial, debe implicar la escucha, el diálogo franco. Esa comunicación debe significar comunidad. Pensar el sentido comunitario; entiéndase, es estar atento a los valores de la colectividad compartidos, las experiencias, las esperanzas, las penas, las alegrías, el humor e incluso las bromas. Eso es lo que podemos convertir en punto de encuentro.
Establecer comunidad con los demás, indudablemente, requiere compromiso personal. Una familia, en cualquiera de sus géneros, implica un sentido de participación libre y recíproca debido a su deseabilidad o proximidad. Para hacer comunidad, el trabajo de sanación y reconciliación es a menudo el primer paso que hay que dar en el camino.
En la búsqueda de una comunicación asertiva, de un diálogo franco, se debe tener capacidad de escucha recíproca entre los interactuantes. En estos ejercicios, es clave la comunión e identidad, como también lo es deliberar pensamientos e ideas genuinas.
El Papa Francisco ha sugerido a través de la carta encíclica que en la comunicación para hacer comunidad: "La escucha es una habilidad fundamental que nos permite entrar en relación con los demás y no solamente intercambiar información. La escucha surge del silencio, y es fundamental para cuidar de los demás. Mediante la escucha acogemos al otro, y le ofrecemos hospitalidad y le demostramos respeto. Escuchar es también un acto de humildad por nuestra parte, puesto que reconocemos la verdad, la sabiduría y el valor más allá de nuestras propias perspectivas limitadas. Sin disposición para escuchar, no somos capaces de recibir el don del otro."
Una orientación espiritual es de alto valor ante la decadencia del entendimiento padecida; el Papa dice: "Escuchar con los oídos del corazón va más allá de la capacidad física de percibir sonidos. Es estar abierto al otro con todo nuestro corazón; una apertura del corazón que hace posible la cercanía. Es una actitud de atención y hospitalidad que resulta fundamental para establecer una comunicación. Este conocimiento se aplica tanto a la oración contemplativa como a las personas que buscan relaciones auténticas y comunidades genuinas."
El deseo de estar en comunicación con el otro es una necesidad humana fundamental.
Eulogio Monreal Avila