/ jueves 14 de septiembre de 2023

Taza de soles | Una poética intuitiva del dolor y la ternura

En estos días preparo mi ponencia para el XV Seminario de Historia Regional sobre dos poetas de Aguascalientes, casi desconocidas en el medio. Son escritoras que nacieron y se educaron en la primera mitad del siglo XX. Las dos tienen por lo menos un libro publicado, pero sus nombres no aparecen en ninguna Antología y su obra hubiera permanecido completamente ignorada por esta servidora, de no ser por ciertos hallazgos fortuitos. Un amigo y colaborador de mis investigaciones, el Lic. Salvador López López Velarde encontró sus poemarios en librerías de libros usados, mientras que otros manuscritos los halló en los tiraderos de los tianguis de la “Línea de fuego”. De otra poeta supimos por una amiga. Ella nos contó que la educadora y Directora de la Escuela Normal del Estado por varios años, en su juventud se había hecho acreedora a una Flor natural en unos Juegos Florales, ganando el lugar a su hermano, él sí, convertido años después en un reconocido poeta. El corpus de las poetas de la primera mitad del siglo xx se ha ido integrando debido a estos hallazgos. A las escritoras nacidas en la primera mitad del siglo xx que aún viven, ya fuimos a entrevistarlas. Pero son las menos. La mayor parte de estas escritoras ya no están con nosotros y ha sido una labor detectivesca encontrar familiares de las mismas que nos puedan dar algunos informes sobre los aspectos básicos de sus biografías.

En consecuencia, nuestra investigación se realiza a través de una búsqueda de datos, apoyada en contactos amistosos y en mensajes difundidos a través de las redes sociales. Podría decir sus nombres, pero prefiero que mi artículo se refiera a algo más general. Quiero indagar en el reconocimiento del valor del arte de la escritura, de parte de las propias escritoras y de sus familiares y amigos.

Esta investigación me ha llevado a reconocer no solo las dificultades que tuvieron estas mujeres para practicar el arte de la escritura, sino también su resiliencia. Pese a grandes obstáculos, como la falta de tiempo, el tener que ejercer otras profesiones demandantes (casi siempre el magisterio) algunas se sobrepusieron y lo buscaron, (supongo que en la noche, o en la madrugada), y escribieron sus poemas, le dieron forma a sus libros, elaboraron índices y distribuyeron sus poemas en secciones, pidieron que les redactaran un Prólogo, dedicaron sus libros y al final buscaron una impresión de sus poemas. Muchas veces esa impresión se logró de una manera rústica, puesto que, en la mayor parte de los casos, los gastos corrían por su cuenta; a veces no buscaron el registro de autor, pues supongo que no pensaban en sus escritos como un valor de cambio. Para estas escritoras bastaba que sus libros tuvieran un valor de regalo. Los familiares nos confirmaron esta hipótesis, pues nos refieren que los libros, todavía en sus cajas, se repartieron después del fallecimiento de las autoras.

Leyendo sus poemas se puede declarar que fueron poetas intimistas. Sus familiares nos confirman que ellas no asistieron a talleres ni pertenecieron a círculos de intelectuales o lectores. Entonces, se deduce que habían recibido una predisposición que les venía de familia y se había transmitido por generaciones, en los arrullos de las canciones infantiles, en las metáforas e imágenes con las que endulzaban las madres las lecciones de la vida a sus hijos. Con estos elementos y los estudios y lecturas requeridas para ejercer sus labores magisteriales, construyeron una poética del dolor y la ternura, que les permitió transitar por parajes inhóspitos y desgracias personales y familiares. También se dieron permiso de hablar del amor y del erotismo, algunas veces abiertamente, otras ocasiones lo hicieron en clave de imágenes. Sus familiares opinan que fueron personas “avanzadas” para su tiempo.

Las mujeres de la primera mitad del siglo pasado eligieron la poesía para volcar sus sentimientos y emociones porque es el género más cercano al corazón. Por eso hablamos fundamentalmente de poetas, aunque hubiera entre ellas alguna dramaturga. Realmente no conocemos narradoras. No obstante, con el cultivo de la poesía es suficiente para decir que entre nosotras no murió la llama del arte verbal, pese a los escasos estímulos y al poco tiempo que las mujeres pudieron dedicar formalmente a realizar estos trabajos literarios.

¿Qué hacemos con estos legados? Hay familias, cuyos sucesores, conscientes del valor literario de sus antecesoras, han decidido reeditar los poemas y les han agregado los textos que habían quedado inéditos, como es el caso de Asunción Negrete. A nivel social, supongo que debemos hacer otro tanto. Las instituciones y los investigadores tenemos el deber de preservar la memoria histórica de lo que fuimos y de lo que somos, si queremos que el futuro tenga algún sentido para las generaciones venideras.

En estos días preparo mi ponencia para el XV Seminario de Historia Regional sobre dos poetas de Aguascalientes, casi desconocidas en el medio. Son escritoras que nacieron y se educaron en la primera mitad del siglo XX. Las dos tienen por lo menos un libro publicado, pero sus nombres no aparecen en ninguna Antología y su obra hubiera permanecido completamente ignorada por esta servidora, de no ser por ciertos hallazgos fortuitos. Un amigo y colaborador de mis investigaciones, el Lic. Salvador López López Velarde encontró sus poemarios en librerías de libros usados, mientras que otros manuscritos los halló en los tiraderos de los tianguis de la “Línea de fuego”. De otra poeta supimos por una amiga. Ella nos contó que la educadora y Directora de la Escuela Normal del Estado por varios años, en su juventud se había hecho acreedora a una Flor natural en unos Juegos Florales, ganando el lugar a su hermano, él sí, convertido años después en un reconocido poeta. El corpus de las poetas de la primera mitad del siglo xx se ha ido integrando debido a estos hallazgos. A las escritoras nacidas en la primera mitad del siglo xx que aún viven, ya fuimos a entrevistarlas. Pero son las menos. La mayor parte de estas escritoras ya no están con nosotros y ha sido una labor detectivesca encontrar familiares de las mismas que nos puedan dar algunos informes sobre los aspectos básicos de sus biografías.

En consecuencia, nuestra investigación se realiza a través de una búsqueda de datos, apoyada en contactos amistosos y en mensajes difundidos a través de las redes sociales. Podría decir sus nombres, pero prefiero que mi artículo se refiera a algo más general. Quiero indagar en el reconocimiento del valor del arte de la escritura, de parte de las propias escritoras y de sus familiares y amigos.

Esta investigación me ha llevado a reconocer no solo las dificultades que tuvieron estas mujeres para practicar el arte de la escritura, sino también su resiliencia. Pese a grandes obstáculos, como la falta de tiempo, el tener que ejercer otras profesiones demandantes (casi siempre el magisterio) algunas se sobrepusieron y lo buscaron, (supongo que en la noche, o en la madrugada), y escribieron sus poemas, le dieron forma a sus libros, elaboraron índices y distribuyeron sus poemas en secciones, pidieron que les redactaran un Prólogo, dedicaron sus libros y al final buscaron una impresión de sus poemas. Muchas veces esa impresión se logró de una manera rústica, puesto que, en la mayor parte de los casos, los gastos corrían por su cuenta; a veces no buscaron el registro de autor, pues supongo que no pensaban en sus escritos como un valor de cambio. Para estas escritoras bastaba que sus libros tuvieran un valor de regalo. Los familiares nos confirmaron esta hipótesis, pues nos refieren que los libros, todavía en sus cajas, se repartieron después del fallecimiento de las autoras.

Leyendo sus poemas se puede declarar que fueron poetas intimistas. Sus familiares nos confirman que ellas no asistieron a talleres ni pertenecieron a círculos de intelectuales o lectores. Entonces, se deduce que habían recibido una predisposición que les venía de familia y se había transmitido por generaciones, en los arrullos de las canciones infantiles, en las metáforas e imágenes con las que endulzaban las madres las lecciones de la vida a sus hijos. Con estos elementos y los estudios y lecturas requeridas para ejercer sus labores magisteriales, construyeron una poética del dolor y la ternura, que les permitió transitar por parajes inhóspitos y desgracias personales y familiares. También se dieron permiso de hablar del amor y del erotismo, algunas veces abiertamente, otras ocasiones lo hicieron en clave de imágenes. Sus familiares opinan que fueron personas “avanzadas” para su tiempo.

Las mujeres de la primera mitad del siglo pasado eligieron la poesía para volcar sus sentimientos y emociones porque es el género más cercano al corazón. Por eso hablamos fundamentalmente de poetas, aunque hubiera entre ellas alguna dramaturga. Realmente no conocemos narradoras. No obstante, con el cultivo de la poesía es suficiente para decir que entre nosotras no murió la llama del arte verbal, pese a los escasos estímulos y al poco tiempo que las mujeres pudieron dedicar formalmente a realizar estos trabajos literarios.

¿Qué hacemos con estos legados? Hay familias, cuyos sucesores, conscientes del valor literario de sus antecesoras, han decidido reeditar los poemas y les han agregado los textos que habían quedado inéditos, como es el caso de Asunción Negrete. A nivel social, supongo que debemos hacer otro tanto. Las instituciones y los investigadores tenemos el deber de preservar la memoria histórica de lo que fuimos y de lo que somos, si queremos que el futuro tenga algún sentido para las generaciones venideras.