/ viernes 17 de noviembre de 2023

Taza de soles | La poesía como alimento cotidiano Armando Quiroz Benítez 

En su poemario “Liturgia de la sombra”, el poeta Armando Quiroz Benítez -quien ya nos había deleitado con su autobiografía novelada “Memoria desde el sueño” y varios cuentos memorables- nos invita, de manera natural pero a la vez vehemente, a mostrar frente a las palabras el mismo respeto y admiración que se tiene frente a lo sagrado. “Ardan en el verso/ enciendan el fuego secreto/ de su entraña/ aviven/ su propio incendio/ las palabras”. Con estas metáforas en los versos iniciales se aviva nuestra imaginación y los lectores acompañamos al poeta por sus “Parcelas del insomnio”, donde despliega la imagen del atardecer como reflejo de la lucha entre el fuego del sol y las sombras de la noche: “yo soy/ un dios cautivo/ en una noche sin cerrojos”. Son poemas donde la angustia y la agonía hacen su velada aparición: “colgando del no ser/ no es la muerte, es la soledad, hasta que llega el aba y con ella la palabra. Concretamente, el verso se revela como “zarza ardiente”, preciosa evocación bíblica con la que el poeta sugiere que la palara poética es un arte creador de nuevas realidades. Como Vicente Huidobro, el gran poeta creacionista, Quiroz Benítez, compone palabras y juega con ellas para mostrarnos que la poesía se puede ir haciendo cada vez más intima y personal hasta llevarnos al apartado titulado “Aleteos en la bruma”, meollo erótico del poemario, donde aparece plenamente el tú: “fuiste apenas/un instante de ceniza/un sarcófago de sueños/un cesto de estrellas que se fugan/ un fósforo / en la boca/ de/ mi/ noche”

En esta alquimia, el incendio sin llamas se convierte en “Aguazul de lágrimas”, y la liturgia de la sombra del poeta aguascalentense, nos remite por contraste, a la luminosa presencia de Desiderio Macías Silva, poeta de la luz. La zarza ardiente que no quema, símbolo de Dios en el desierto del hombre del antiguo, lo es también del ser humano contemporáneo. Hay, en los poemas de Armando Quiroz un “Sueño de luz, insomnio perpetuo de los dioses”. Reitero, el poeta crea palabras, las combina y juega con ellas, con la certeza de participar en la creación de esos mundos verbales, pero también reales, donde pueda caber un puñado de lectores, cómplices de esta aventura, a quienes se les dice: “pongo en tus manos este velero de palabras”. Y entonces, emerge el clímax del libro: la combinación de la tierra con el cielo fundidos en la palabra creada o “llamaluna”. Concretamente, aparece el verso como “un gajo de sol que puede vencer a la tiniebla”. Y la historia de una mujer, paradigmática biografía de esta tierra. Y sin embargo, desconocida. Hasta que un poeta del siglo XXI nos hace notar que hace algunos de siglos vivió y murió entre nosotros una santa. “Con hábito de beata y alumbrada” Tomasa González estuvo prisionera tres años en la Villa de las Aguascalientes, acusada de herejía. Sin embargo, es quizá una de las primeras poetas visionarias de esta villa o tal vez la única de la que se tenga noticia, gracias a que un poeta del siglo XXI se puso a dialogar con ella, a imaginar su pasión: “Imagino/los muros de sueño que te aislaron/y tu llanto reverberando en la ceniza/imagino/el secreto de tu bienaventuranza/sobre esferas inauditas/ manchadas de penumbra”. El poeta presta su voz a esa mujer que muere bajo el poder de las sombras que la rodean y que ella no puede descifrar. “Dime qué hago aislada en estos muros/ teñidos de tu nombre, / dime qué hago ahora/ con toda esta angustia calcinante/

El poeta testifica: “No hubo en ti/ Tomasa González / ni bigamia ni práctica judaizante/ tampoco hechicería/ solo delirio de gracia/ desvarío de santidad/ el pecado vil de saberte iluminada// Y con gran compasión, el poeta le da una voz a esta pobre mujer incomprendida: “Ay de mi/ que muero cercada por la sombra/ clamando a ti/ en mi ruego enfebrecido…/ Señor…//

¿De dónde se alimenta la poesía de Armando Quiroz Benítez?, De sus lecturas, pero sobre todo de una curiosidad intelectual muy aguda y de una gran empatía por el ser humano, entre más modesto mejor. El autor cita unos versos de Jaime Sabines, donde la poesía se sugiere como medicina que se toma a cucharadas, pero el poeta de Aguascalientes va allá y la plantea como alimento cotidiano y remedio de los males del cuerpo y del espíritu. Amasada, convertida en arena, en sal, la poesía se propone como un acompañamiento simple, pero indispensable y sabroso. También como divertimiento. Sus últimos versos revelan aspectos novedosos a los paradigmas que pudimos creer inamovibles. Así, voltear hacia el pasado tiene la posibilidad de convertirnos en una estatua, no de sal, sino de sol. Dice el poeta: Si me quedo quieto/ me incendio”. Nosotros, sus lectores, decimos Amén.

En su poemario “Liturgia de la sombra”, el poeta Armando Quiroz Benítez -quien ya nos había deleitado con su autobiografía novelada “Memoria desde el sueño” y varios cuentos memorables- nos invita, de manera natural pero a la vez vehemente, a mostrar frente a las palabras el mismo respeto y admiración que se tiene frente a lo sagrado. “Ardan en el verso/ enciendan el fuego secreto/ de su entraña/ aviven/ su propio incendio/ las palabras”. Con estas metáforas en los versos iniciales se aviva nuestra imaginación y los lectores acompañamos al poeta por sus “Parcelas del insomnio”, donde despliega la imagen del atardecer como reflejo de la lucha entre el fuego del sol y las sombras de la noche: “yo soy/ un dios cautivo/ en una noche sin cerrojos”. Son poemas donde la angustia y la agonía hacen su velada aparición: “colgando del no ser/ no es la muerte, es la soledad, hasta que llega el aba y con ella la palabra. Concretamente, el verso se revela como “zarza ardiente”, preciosa evocación bíblica con la que el poeta sugiere que la palara poética es un arte creador de nuevas realidades. Como Vicente Huidobro, el gran poeta creacionista, Quiroz Benítez, compone palabras y juega con ellas para mostrarnos que la poesía se puede ir haciendo cada vez más intima y personal hasta llevarnos al apartado titulado “Aleteos en la bruma”, meollo erótico del poemario, donde aparece plenamente el tú: “fuiste apenas/un instante de ceniza/un sarcófago de sueños/un cesto de estrellas que se fugan/ un fósforo / en la boca/ de/ mi/ noche”

En esta alquimia, el incendio sin llamas se convierte en “Aguazul de lágrimas”, y la liturgia de la sombra del poeta aguascalentense, nos remite por contraste, a la luminosa presencia de Desiderio Macías Silva, poeta de la luz. La zarza ardiente que no quema, símbolo de Dios en el desierto del hombre del antiguo, lo es también del ser humano contemporáneo. Hay, en los poemas de Armando Quiroz un “Sueño de luz, insomnio perpetuo de los dioses”. Reitero, el poeta crea palabras, las combina y juega con ellas, con la certeza de participar en la creación de esos mundos verbales, pero también reales, donde pueda caber un puñado de lectores, cómplices de esta aventura, a quienes se les dice: “pongo en tus manos este velero de palabras”. Y entonces, emerge el clímax del libro: la combinación de la tierra con el cielo fundidos en la palabra creada o “llamaluna”. Concretamente, aparece el verso como “un gajo de sol que puede vencer a la tiniebla”. Y la historia de una mujer, paradigmática biografía de esta tierra. Y sin embargo, desconocida. Hasta que un poeta del siglo XXI nos hace notar que hace algunos de siglos vivió y murió entre nosotros una santa. “Con hábito de beata y alumbrada” Tomasa González estuvo prisionera tres años en la Villa de las Aguascalientes, acusada de herejía. Sin embargo, es quizá una de las primeras poetas visionarias de esta villa o tal vez la única de la que se tenga noticia, gracias a que un poeta del siglo XXI se puso a dialogar con ella, a imaginar su pasión: “Imagino/los muros de sueño que te aislaron/y tu llanto reverberando en la ceniza/imagino/el secreto de tu bienaventuranza/sobre esferas inauditas/ manchadas de penumbra”. El poeta presta su voz a esa mujer que muere bajo el poder de las sombras que la rodean y que ella no puede descifrar. “Dime qué hago aislada en estos muros/ teñidos de tu nombre, / dime qué hago ahora/ con toda esta angustia calcinante/

El poeta testifica: “No hubo en ti/ Tomasa González / ni bigamia ni práctica judaizante/ tampoco hechicería/ solo delirio de gracia/ desvarío de santidad/ el pecado vil de saberte iluminada// Y con gran compasión, el poeta le da una voz a esta pobre mujer incomprendida: “Ay de mi/ que muero cercada por la sombra/ clamando a ti/ en mi ruego enfebrecido…/ Señor…//

¿De dónde se alimenta la poesía de Armando Quiroz Benítez?, De sus lecturas, pero sobre todo de una curiosidad intelectual muy aguda y de una gran empatía por el ser humano, entre más modesto mejor. El autor cita unos versos de Jaime Sabines, donde la poesía se sugiere como medicina que se toma a cucharadas, pero el poeta de Aguascalientes va allá y la plantea como alimento cotidiano y remedio de los males del cuerpo y del espíritu. Amasada, convertida en arena, en sal, la poesía se propone como un acompañamiento simple, pero indispensable y sabroso. También como divertimiento. Sus últimos versos revelan aspectos novedosos a los paradigmas que pudimos creer inamovibles. Así, voltear hacia el pasado tiene la posibilidad de convertirnos en una estatua, no de sal, sino de sol. Dice el poeta: Si me quedo quieto/ me incendio”. Nosotros, sus lectores, decimos Amén.