/ viernes 8 de marzo de 2024

Café Fausto | Gabo y su testamento traicionado

En su libro “Los testamentos traicionados” el escritor checoslovaco Milán Kundera aborda entre otros temas la deslealtad de Max Brod a su amigo el escritor Franz Kafka quien había pedido como última voluntad que se quemara buena parte de su obra en una petición bastante clara al señalar que “mi última petición. Todo lo que dejo atrás (...) en forma de cuadernos, manuscritos, cartas, borradores, etcétera, deberá incinerarse sin leerse y hasta la última página”, eso significaba que los lectores solo conocerían del autor nacido en Praga las obras “La condena”, “El fogonero”, “La metamorfosis”, “En la colonia penal”, “Un médico rural” y “Un artista del hambre”.

Tras la muerte de Kafka, su amigo desde hace veintidós años Max Brod quedó como albacea, el padre de Franz le otorgó el permiso de publicar su obra y luego de eso decidió traicionarlo y hacer pública toda su obra inédita, gracias a ello la conocemos.

Volviendo al libro de Kundera, el autor nos narra que el escritor colombiano Gabriel García Márquez le comentó que “fue Kafka el que me hizo comprender que podía escribir de otra manera”, y explica Milan Kundera que “de otra manera quería decir traspasando la frontera de lo verosímil”.

Sin esa traición, pienso, ¿podría García Márquez, sin la obra de Kafka, haber logrado traspasar la frontera de lo verosímil y así crear su inigualable universo de Macondo con el realismo mágico? Finalmente, el premio Nobel colombiano fue al parecer uno de los beneficiados de ese testamento traicionado.

Con los años y después de su muerte en el 2014, García Márquez es ahora otra víctima de una traición a su voluntad antes de fallecer, cuando sus hijos decidieron publicar su novela “En agosto nos vemos” que fue presentada a nivel internacional el pasado 6 de marzo como la obra póstuma del también autor de “El amor en los tiempos del cólera”.

“Me dijo directamente que la novela tenía que ser destruida”, dijo Gonzalo García Barcha, el hijo menor del autor, en lugar de eso y argumentando su hijo Rodrigo que a causa de su enfermedad el autor había perdido la capacidad de juzgar el libro decidieron publicar la obra.

La obra aborda la vida de una mujer casada de mediana edad y su vida sexual secreta, una novela más bien breve a la que tuve acceso un día antes de su lanzamiento gracias a un buen amigo poeta colombiano que me la filtró por vía electrónica. Por exceso de trabajo no la he podido leer, pero en una rápida revisión de sus primeras páginas observo una pulcra narrativa, sencilla, ágil y que definitivamente va a atrapar al lector. Es una historia que se percibe desarrollada en nuestro tiempo, aunque no es plena de colores y aromas sí logra de manera acertada hacer sentir la atmósfera del lugar.

Queda no solo para los lectores, sino también para los escritores reflexionar hasta dónde la obra sigue siendo del autor una vez que queda inédita en un papel y de la importancia de que se publique un libro más allá de la negativa del autor. Tema de largo aliento para polemizar.

A García Márquez lo descubrí desde que estudiaba preparatoria, en mi breve periodo de narrador junto con Rulfo fue una influencia determinante. Ya como reportero de un medio nacional en la Ciudad de México a mediados de los años noventa tuve la oportunidad de conocerlo personalmente en una ocasión en que fui a la librería Gandhi en la calle Miguel Ángel de Quevedo. Lo vi, de inmediato tomé un ejemplar de “Cien años de soledad”, le mostré una foto suya en la contraportada y le pregunté “¿es usted?” y respondió sonriendo “desde que nací”, de inmediato me firmó el libro con una singular dedicatoria.

Unos meses después lo volví a ver cuando cubrí la primera ceremonia de firma de paz del grupo guerrillero Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) en la Secretaría de Relaciones Exteriores de nuestro país. García Márquez iba como testigo de honor y ahí le hice una breve entrevista.

En 2010, mientras vivía en Colombia recorrí muchos de los lugares del Caribe de ese país donde se desarrolla su obra, incluyendo su natal Aracataca, ahí con el invaluable apoyo del poeta Rafael Darío. En Cartagena y Barranquilla constaté cómo Gabo está siempre presente en los lugareños y cuando visitaba la región prácticamente toda la gente se enteraba que estaba descansando en su discreta casa ubicada dentro de la muralla cartagenera.

Si pudiera llamarlo reencuentro con el autor colombiano fue en 2017 cuando paseando por La Habana Vieja descubrí una escultura suya que lo muestra caminando en el jardín del Liceo Artístico y literario dentro del Palacio del Marqués de Arcos. Me conmovió.

Ahora Gabo regresa con una novela publicada contra su voluntad, de la que sus hijos esperan que su padre los perdone, los lectores podremos andar las palabras de un autor entrañable para Nuestra América, sería injusto ser demasiado duros con esta obra. Disfrutemos su regreso.

En su libro “Los testamentos traicionados” el escritor checoslovaco Milán Kundera aborda entre otros temas la deslealtad de Max Brod a su amigo el escritor Franz Kafka quien había pedido como última voluntad que se quemara buena parte de su obra en una petición bastante clara al señalar que “mi última petición. Todo lo que dejo atrás (...) en forma de cuadernos, manuscritos, cartas, borradores, etcétera, deberá incinerarse sin leerse y hasta la última página”, eso significaba que los lectores solo conocerían del autor nacido en Praga las obras “La condena”, “El fogonero”, “La metamorfosis”, “En la colonia penal”, “Un médico rural” y “Un artista del hambre”.

Tras la muerte de Kafka, su amigo desde hace veintidós años Max Brod quedó como albacea, el padre de Franz le otorgó el permiso de publicar su obra y luego de eso decidió traicionarlo y hacer pública toda su obra inédita, gracias a ello la conocemos.

Volviendo al libro de Kundera, el autor nos narra que el escritor colombiano Gabriel García Márquez le comentó que “fue Kafka el que me hizo comprender que podía escribir de otra manera”, y explica Milan Kundera que “de otra manera quería decir traspasando la frontera de lo verosímil”.

Sin esa traición, pienso, ¿podría García Márquez, sin la obra de Kafka, haber logrado traspasar la frontera de lo verosímil y así crear su inigualable universo de Macondo con el realismo mágico? Finalmente, el premio Nobel colombiano fue al parecer uno de los beneficiados de ese testamento traicionado.

Con los años y después de su muerte en el 2014, García Márquez es ahora otra víctima de una traición a su voluntad antes de fallecer, cuando sus hijos decidieron publicar su novela “En agosto nos vemos” que fue presentada a nivel internacional el pasado 6 de marzo como la obra póstuma del también autor de “El amor en los tiempos del cólera”.

“Me dijo directamente que la novela tenía que ser destruida”, dijo Gonzalo García Barcha, el hijo menor del autor, en lugar de eso y argumentando su hijo Rodrigo que a causa de su enfermedad el autor había perdido la capacidad de juzgar el libro decidieron publicar la obra.

La obra aborda la vida de una mujer casada de mediana edad y su vida sexual secreta, una novela más bien breve a la que tuve acceso un día antes de su lanzamiento gracias a un buen amigo poeta colombiano que me la filtró por vía electrónica. Por exceso de trabajo no la he podido leer, pero en una rápida revisión de sus primeras páginas observo una pulcra narrativa, sencilla, ágil y que definitivamente va a atrapar al lector. Es una historia que se percibe desarrollada en nuestro tiempo, aunque no es plena de colores y aromas sí logra de manera acertada hacer sentir la atmósfera del lugar.

Queda no solo para los lectores, sino también para los escritores reflexionar hasta dónde la obra sigue siendo del autor una vez que queda inédita en un papel y de la importancia de que se publique un libro más allá de la negativa del autor. Tema de largo aliento para polemizar.

A García Márquez lo descubrí desde que estudiaba preparatoria, en mi breve periodo de narrador junto con Rulfo fue una influencia determinante. Ya como reportero de un medio nacional en la Ciudad de México a mediados de los años noventa tuve la oportunidad de conocerlo personalmente en una ocasión en que fui a la librería Gandhi en la calle Miguel Ángel de Quevedo. Lo vi, de inmediato tomé un ejemplar de “Cien años de soledad”, le mostré una foto suya en la contraportada y le pregunté “¿es usted?” y respondió sonriendo “desde que nací”, de inmediato me firmó el libro con una singular dedicatoria.

Unos meses después lo volví a ver cuando cubrí la primera ceremonia de firma de paz del grupo guerrillero Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) en la Secretaría de Relaciones Exteriores de nuestro país. García Márquez iba como testigo de honor y ahí le hice una breve entrevista.

En 2010, mientras vivía en Colombia recorrí muchos de los lugares del Caribe de ese país donde se desarrolla su obra, incluyendo su natal Aracataca, ahí con el invaluable apoyo del poeta Rafael Darío. En Cartagena y Barranquilla constaté cómo Gabo está siempre presente en los lugareños y cuando visitaba la región prácticamente toda la gente se enteraba que estaba descansando en su discreta casa ubicada dentro de la muralla cartagenera.

Si pudiera llamarlo reencuentro con el autor colombiano fue en 2017 cuando paseando por La Habana Vieja descubrí una escultura suya que lo muestra caminando en el jardín del Liceo Artístico y literario dentro del Palacio del Marqués de Arcos. Me conmovió.

Ahora Gabo regresa con una novela publicada contra su voluntad, de la que sus hijos esperan que su padre los perdone, los lectores podremos andar las palabras de un autor entrañable para Nuestra América, sería injusto ser demasiado duros con esta obra. Disfrutemos su regreso.