/ viernes 24 de mayo de 2024

Café Fausto | Escribir en el trópico

Hace mucho calor, tenía tiempo que no se sentía tanto calor en Aguascalientes y por lo que he leído la situación respecto al clima no va a mejorar pronto. Esta alta temperatura me hizo recordar las ocasiones en que he desarrollado proyectos creativos como poeta en lugares en los que el calor y la humedad es mucha.

Curiosamente al recapitular recordé que son varias y que, para mi fortuna, el resultado fueron varios poemarios que en su momento ganaron algún premio o se hicieron con una beca y que ya están publicados. El calor me hace bien.

Cuando me hablan de escribir en lugares calurosos siempre llega a mi cabeza el periodista y escritor estadounidense Ernest Hemingway quien sabemos que durante veintidós años hizo de la isla de Cuba un refugio intermitente para desarrollar su obra literaria.

Hay quien dice, que con calor no se puede ni pensar, pero Hemingway escribió ahí en su casa conocida como La Vigía, lugar en el que residió de manera intermitente de 1939 hasta 1960, su legendaria obra “El viejo y el mar” que se desarrollar en el cercano pueblo de Cojímar.

No recuerdo dónde me enteré, creo que en la cinta “Memorias del subdesarrollo” de Tomás Gutiérrez Alea que Hemingway escribía en esa casa luego de levantarse muy temprano, cuando es el clima más fresco y que lo hacía de pie frente a su máquina de escribir que estaba sobre una mesa a la altura de su pecho y exigiendo absoluto silencio en el lugar.

La realidad es que tantos privilegios no puede tener siempre quien escribe, recuerdo que en mi adolescencia mis primeros textos los hacía en una máquina de escribir que colocaba en el comedor de la casa familiar en Irapuato esto al medio día antes de irme a la escuela vespertina. Por cierto, que en Irapuato las estaciones calurosas eran de clima extremo y eso hacía que terminara de redactar bañado en sudor.

Luego en Aguascalientes, ya estudiado los primeros años de licenciatura, mis sesiones de escritura se daban por las noches en el comedor con la máquina de escribir viviendo todavía en la casa de mis padres, pero el ruido que hacía con el teclado hizo que me mandaran al cuarto de los tiliches que convertí en mi habitación en esos años hasta destierro político en Guanajuato donde ya rentaba un pequeño departamento sobre la calle Paseo de la Presa, mi barrio de infancia.

En esa etapa me fui con mi máquina de escribir portátil al pequeño departamento donde redactaba mis textos periodísticos, pero también mis poemas que pasaba en limpio y corregía luego de que nacieran como borrador en una libreta.

De esos días en 1994 es que decidí pasar quince días en Puerto Vallarta para escribir un poemario y en una modesta habitación de hotel en esa ciudad.

Ahí fue mi primera experiencia creativa en lugares de altas temperaturas y creó que me gustó. De esas dos semanas nació mi poemario “Tríptico sin regreso” conformado por poco más de veinticinco poemas con los que gané el Premio Estatal de Poesía de León en marzo de 1995 en el que por cierto uno de los jurados fue el Maestro Felipe San José.

Ese poemario luego lo integré a mi libro de poemas “En la niebla de los parques”, aunque previo a eso y en el ánimo de darle mayor unidad temática a la obra le cambié el título a “Jardín de las delicias” saliendo de imprenta en 1998 bajo el sello del Instituto Cultural de Aguascalientes.

Luego en 2006 al realizar mi residencia artística en Chile viví una temporada en Viña del Mar, en pleno verano austral con un clima caluroso, pero no extremo que permitía dedicarme a escribir por las mañanas en las libretas que luego llevé a México para corregir los textos y hacer nacer el libro “Cementerio General”, creo que no era tanto el calor, sino la ubicación del departamento que tenía un enorme ventanal por el que entraba el sol todo el día frente a la playa.

En 2010 el mayor reto fue mi escribir mi libro “Caribe” con el húmedo calor primaveral de Cartagena de Indias, ahí los borradores de poemas los hacía durante el día en mis recorridos por las calles, el campo y la playa, bañado en sudor y en la noche hacía las primeras correcciones en el departamento que rentaba frente a la playa de Marbella. Le tomé el gusto a escribir en ese clima extremo.

La más reciente experiencia en esa experiencia de calor y literatura creativa es en dos viajes a Cuba en que he estado desarrollando un poemario sobre la isla y en el que escribo los borradores siguiendo la metodología de redactarlos en el lugar en ese ánimo de hacer una más cercana y testimonial poesía social.

Así, al menos en el proceso creativo que desarrollo, el contacto con el clima, el entendimiento con el entorno donde vive y trabaja el pueblo son elementos que me permiten acercarme, pienso, dan la posibilidad de poder retratar mejor la realidad al sentirla directamente.

Estos climas extremos, este calor sofocante, cierto que en principio no es inspirador, pero lo cierto es que ya es parte de nuestra realidad.

Por Fabián Muñoz

Hace mucho calor, tenía tiempo que no se sentía tanto calor en Aguascalientes y por lo que he leído la situación respecto al clima no va a mejorar pronto. Esta alta temperatura me hizo recordar las ocasiones en que he desarrollado proyectos creativos como poeta en lugares en los que el calor y la humedad es mucha.

Curiosamente al recapitular recordé que son varias y que, para mi fortuna, el resultado fueron varios poemarios que en su momento ganaron algún premio o se hicieron con una beca y que ya están publicados. El calor me hace bien.

Cuando me hablan de escribir en lugares calurosos siempre llega a mi cabeza el periodista y escritor estadounidense Ernest Hemingway quien sabemos que durante veintidós años hizo de la isla de Cuba un refugio intermitente para desarrollar su obra literaria.

Hay quien dice, que con calor no se puede ni pensar, pero Hemingway escribió ahí en su casa conocida como La Vigía, lugar en el que residió de manera intermitente de 1939 hasta 1960, su legendaria obra “El viejo y el mar” que se desarrollar en el cercano pueblo de Cojímar.

No recuerdo dónde me enteré, creo que en la cinta “Memorias del subdesarrollo” de Tomás Gutiérrez Alea que Hemingway escribía en esa casa luego de levantarse muy temprano, cuando es el clima más fresco y que lo hacía de pie frente a su máquina de escribir que estaba sobre una mesa a la altura de su pecho y exigiendo absoluto silencio en el lugar.

La realidad es que tantos privilegios no puede tener siempre quien escribe, recuerdo que en mi adolescencia mis primeros textos los hacía en una máquina de escribir que colocaba en el comedor de la casa familiar en Irapuato esto al medio día antes de irme a la escuela vespertina. Por cierto, que en Irapuato las estaciones calurosas eran de clima extremo y eso hacía que terminara de redactar bañado en sudor.

Luego en Aguascalientes, ya estudiado los primeros años de licenciatura, mis sesiones de escritura se daban por las noches en el comedor con la máquina de escribir viviendo todavía en la casa de mis padres, pero el ruido que hacía con el teclado hizo que me mandaran al cuarto de los tiliches que convertí en mi habitación en esos años hasta destierro político en Guanajuato donde ya rentaba un pequeño departamento sobre la calle Paseo de la Presa, mi barrio de infancia.

En esa etapa me fui con mi máquina de escribir portátil al pequeño departamento donde redactaba mis textos periodísticos, pero también mis poemas que pasaba en limpio y corregía luego de que nacieran como borrador en una libreta.

De esos días en 1994 es que decidí pasar quince días en Puerto Vallarta para escribir un poemario y en una modesta habitación de hotel en esa ciudad.

Ahí fue mi primera experiencia creativa en lugares de altas temperaturas y creó que me gustó. De esas dos semanas nació mi poemario “Tríptico sin regreso” conformado por poco más de veinticinco poemas con los que gané el Premio Estatal de Poesía de León en marzo de 1995 en el que por cierto uno de los jurados fue el Maestro Felipe San José.

Ese poemario luego lo integré a mi libro de poemas “En la niebla de los parques”, aunque previo a eso y en el ánimo de darle mayor unidad temática a la obra le cambié el título a “Jardín de las delicias” saliendo de imprenta en 1998 bajo el sello del Instituto Cultural de Aguascalientes.

Luego en 2006 al realizar mi residencia artística en Chile viví una temporada en Viña del Mar, en pleno verano austral con un clima caluroso, pero no extremo que permitía dedicarme a escribir por las mañanas en las libretas que luego llevé a México para corregir los textos y hacer nacer el libro “Cementerio General”, creo que no era tanto el calor, sino la ubicación del departamento que tenía un enorme ventanal por el que entraba el sol todo el día frente a la playa.

En 2010 el mayor reto fue mi escribir mi libro “Caribe” con el húmedo calor primaveral de Cartagena de Indias, ahí los borradores de poemas los hacía durante el día en mis recorridos por las calles, el campo y la playa, bañado en sudor y en la noche hacía las primeras correcciones en el departamento que rentaba frente a la playa de Marbella. Le tomé el gusto a escribir en ese clima extremo.

La más reciente experiencia en esa experiencia de calor y literatura creativa es en dos viajes a Cuba en que he estado desarrollando un poemario sobre la isla y en el que escribo los borradores siguiendo la metodología de redactarlos en el lugar en ese ánimo de hacer una más cercana y testimonial poesía social.

Así, al menos en el proceso creativo que desarrollo, el contacto con el clima, el entendimiento con el entorno donde vive y trabaja el pueblo son elementos que me permiten acercarme, pienso, dan la posibilidad de poder retratar mejor la realidad al sentirla directamente.

Estos climas extremos, este calor sofocante, cierto que en principio no es inspirador, pero lo cierto es que ya es parte de nuestra realidad.

Por Fabián Muñoz