El castigo como una medida de disciplina o de educación, ha demostrado tener una efectividad muy baja, especialmente si se realiza física o emocionalmente, sin embargo es una práctica que llevan a cabo muchos padres de familia al tratar de corregir alguna conducta. Así lo planteó Aurelio Coronado Mares, presidente del Colegio de Psicólogos en el estado, quien refiere que esta medida es aparentemente eficiente, pues funciona sólo a corto plazo, pero además, cuando deja de estar presente la figura de autoridad, la que ejerce el castigo, la buena conducta desaparece.
Lo grave, dijo, es que esto no para ahí, sino que tiene consecuencias emocionales a futuro, y el niño castigado se convierte en un adulto frustrado, irritable, además de que nunca se interiorizan los valores o la conducta que esperaba el castigador.
Señaló el especialista que el “problema no necesariamente se relaciona con el tiempo, con el asesinato a los padres o el abandono en el que se deja a estos, aunque a veces, niños que han sido abusados durante mucho tiempo acaban cometiendo este tipo de actos”.
Sin embargo, señaló que la constante es que el niño castigado termina con una mala calidad de vida por diversos problemas emocionales.
El caso, señaló, es que esto se puede evitar, “aunque el problema es que nuestra cultura se basa mucho en el castigo para la educación y lo grave es que esta práctica no es precisamente funcional, pues muchas veces los padres castigamos a los hijos por frustración, porque no sabemos qué hacer y no porque tengamos la intensión de castigar y ese es el gran problema”.