/ domingo 12 de abril de 2020

Surgen toreros mexicanos durante el siglo XIX

Torearon en España Jesús Villegas “El Catrín”, de 1857 a 1860 y Ponciano Díaz acompañado de sus picadores, Celso González y Agustín Oropeza, en 1889

En la obra la “Fiesta Brava en México y en España”, tomo I, del reconocido historiador Heriberto Lanfranchi, dentro de la parte final del tema “El Toreo en México entre 1821 y 1885, indica que precisamente hacia 1885 estaba totalmente desterrado el metisaca en suelo español, pero en nuestro país seguía siendo la única manera aceptada para matar todos los toros y, claro, los espectadores mexicanos de aquella época no aceptaron así como así que unos toreros extranjeros, aunque tuvieran la fama del guipuzcoano Luis Mazzantini o el sevillano José Machío, impusieran nuevas modalidades, por lo que la pugna surgió.

“José Machío Martínez, el que abrió brecha (para los espectadores mexicanos) con el nuevo estilo de estoquear, tuvo que soportar numerosos baños de pulque, así como naranjazos a granel, por haberse negado en todas sus actuaciones en México, terminantemente, a matar de metisaca bajo y dejando que los toros le embistieran. Mataba al volapié, dejaba el acero clavado en el morrillo de los toros y, entonces, empezaban los insultos y la gritería en los tendidos.

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No obstante, los propios espectadores empezaron a tomar partido. Muchos permanecieron fieles durante algún tiempo a la tradición del metisaca bajo, pero la pugna fue corta y ha hacia finales de 1887 y principios de 1888 casi todos los espectadores mexicanos apreciaban los méritos de la estocada por lo alto y dejando el estoque, y desterraron de los cosos la puñalada que causaba la espectacular muerte de los toros, pero que era de escasos méritos. El propio mexiquense Ponciano Díaz, aún antes de su viaje a España, empezó a estoquear a la española y abandonó la manera de matar que le había enseñado el gaditano Bernardo Gaviño, su viejo maestro.

El sevillano José Machío abrió brecha en México en la nueva forma de estoquear | ADARBO

Otra característica del toreo en México hasta 1885, fue la división de la República en verdaderos feudos taurinos (por ejemplo, Pedro Nolasco Acosta en San Luis Potosí). En cada feudo, que podría comprender un Estado o varios del país, había una cuadrilla regional con su jefe nativo del mismo lugar. Dicha cuadrilla era la única que actuaba en todos los espectáculos taurinos de la región, no sólo en las ciudades principales sino también en las de poca importancia. Si por algún motivo, alguna cuadrilla invadía el terreno de otra, era recibida con tal hostilidad, no sólo por los toreros sino por los mismos espectadores, que a los pocos días regresaba a su feudo. El único que se dio el lujo de recorrer la República fue el andaluz Bernardo Gaviño, pero se lo pudo permitir porque era considerado un maestro por aquellos lidiadores y ellos sabían que sólo permanecería algunos días en determinado lugar, para nunca volver o regresar después de transcurridos muchos años.

El propio Bernardo Gaviño consideraba que su feudo era la Ciudad de México y nunca permitió, en los 50 años que estuvo en activo, que otros toreros le hicieran sombra. Tuvo muchos discípulos, pero la mayoría de ellos, una vez capacitados para ser jefes de cuadrilla, marchaban a algún Estado. Aun los hermanos Ávila, Pablo Mendoza y otros diestros mexicanos que toreaban ocasionalmente en la Ciudad de México, eran aceptados porque se subordinaban fácilmente a sus caprichos.

Ponciano Díaz antes de su viaje a España en 1889, empezó a estoquear a la española | ADARBO

A partir de 1888, el toreo en México se actualizó y la lidia de reses bravas se hizo idéntica a la española. Desde entonces, las corridas de toros han seguido una evolución similar en los dos países y lo único que las diferencia es el sentimiento o la manera que tienen los lidiadores de una u otra nacionalidad de sentir el toreo.

En el siglo XIX, sólo dos espadas mexicanos torearon en España, Jesús Villegas ‘El Catrín’ (de 1857 a 1860) y Ponciano Díaz (acompañado de sus dos picadores, Celso González y Agustín Oropeza, en 1889) y no dejaron gran huella, pero a principios del siglo XX, el hidalguense Vicente Segura y, sobre todo, el guanajuatense Rodolfo Gaona, mostraron que el toreo mexicano estaba a la altura del mejor del mundo taurino y marcaron el camino que habrían se seguir todos los demás toreros mexicanos hasta nuestros días en los ruedos españoles”. De esta manera hicimos con mucho gusto esta introducción al estudio del toreo en sus inicios en América y México, por lo que continuaremos con otros temas inherentes a la más bella de todas las fiestas, la Fiesta Brava.

EL DATO...

A partir de 1888, el toreo en México se actualizó y la lidia de reses bravas se hizo idéntica a la española

En la obra la “Fiesta Brava en México y en España”, tomo I, del reconocido historiador Heriberto Lanfranchi, dentro de la parte final del tema “El Toreo en México entre 1821 y 1885, indica que precisamente hacia 1885 estaba totalmente desterrado el metisaca en suelo español, pero en nuestro país seguía siendo la única manera aceptada para matar todos los toros y, claro, los espectadores mexicanos de aquella época no aceptaron así como así que unos toreros extranjeros, aunque tuvieran la fama del guipuzcoano Luis Mazzantini o el sevillano José Machío, impusieran nuevas modalidades, por lo que la pugna surgió.

“José Machío Martínez, el que abrió brecha (para los espectadores mexicanos) con el nuevo estilo de estoquear, tuvo que soportar numerosos baños de pulque, así como naranjazos a granel, por haberse negado en todas sus actuaciones en México, terminantemente, a matar de metisaca bajo y dejando que los toros le embistieran. Mataba al volapié, dejaba el acero clavado en el morrillo de los toros y, entonces, empezaban los insultos y la gritería en los tendidos.

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No obstante, los propios espectadores empezaron a tomar partido. Muchos permanecieron fieles durante algún tiempo a la tradición del metisaca bajo, pero la pugna fue corta y ha hacia finales de 1887 y principios de 1888 casi todos los espectadores mexicanos apreciaban los méritos de la estocada por lo alto y dejando el estoque, y desterraron de los cosos la puñalada que causaba la espectacular muerte de los toros, pero que era de escasos méritos. El propio mexiquense Ponciano Díaz, aún antes de su viaje a España, empezó a estoquear a la española y abandonó la manera de matar que le había enseñado el gaditano Bernardo Gaviño, su viejo maestro.

El sevillano José Machío abrió brecha en México en la nueva forma de estoquear | ADARBO

Otra característica del toreo en México hasta 1885, fue la división de la República en verdaderos feudos taurinos (por ejemplo, Pedro Nolasco Acosta en San Luis Potosí). En cada feudo, que podría comprender un Estado o varios del país, había una cuadrilla regional con su jefe nativo del mismo lugar. Dicha cuadrilla era la única que actuaba en todos los espectáculos taurinos de la región, no sólo en las ciudades principales sino también en las de poca importancia. Si por algún motivo, alguna cuadrilla invadía el terreno de otra, era recibida con tal hostilidad, no sólo por los toreros sino por los mismos espectadores, que a los pocos días regresaba a su feudo. El único que se dio el lujo de recorrer la República fue el andaluz Bernardo Gaviño, pero se lo pudo permitir porque era considerado un maestro por aquellos lidiadores y ellos sabían que sólo permanecería algunos días en determinado lugar, para nunca volver o regresar después de transcurridos muchos años.

El propio Bernardo Gaviño consideraba que su feudo era la Ciudad de México y nunca permitió, en los 50 años que estuvo en activo, que otros toreros le hicieran sombra. Tuvo muchos discípulos, pero la mayoría de ellos, una vez capacitados para ser jefes de cuadrilla, marchaban a algún Estado. Aun los hermanos Ávila, Pablo Mendoza y otros diestros mexicanos que toreaban ocasionalmente en la Ciudad de México, eran aceptados porque se subordinaban fácilmente a sus caprichos.

Ponciano Díaz antes de su viaje a España en 1889, empezó a estoquear a la española | ADARBO

A partir de 1888, el toreo en México se actualizó y la lidia de reses bravas se hizo idéntica a la española. Desde entonces, las corridas de toros han seguido una evolución similar en los dos países y lo único que las diferencia es el sentimiento o la manera que tienen los lidiadores de una u otra nacionalidad de sentir el toreo.

En el siglo XIX, sólo dos espadas mexicanos torearon en España, Jesús Villegas ‘El Catrín’ (de 1857 a 1860) y Ponciano Díaz (acompañado de sus dos picadores, Celso González y Agustín Oropeza, en 1889) y no dejaron gran huella, pero a principios del siglo XX, el hidalguense Vicente Segura y, sobre todo, el guanajuatense Rodolfo Gaona, mostraron que el toreo mexicano estaba a la altura del mejor del mundo taurino y marcaron el camino que habrían se seguir todos los demás toreros mexicanos hasta nuestros días en los ruedos españoles”. De esta manera hicimos con mucho gusto esta introducción al estudio del toreo en sus inicios en América y México, por lo que continuaremos con otros temas inherentes a la más bella de todas las fiestas, la Fiesta Brava.

EL DATO...

A partir de 1888, el toreo en México se actualizó y la lidia de reses bravas se hizo idéntica a la española

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