/ sábado 4 de abril de 2020

Para salvar el honor el empeño a pie

Esta suerte era la situación más comprometida para el caballero y precursor de la actual estocada, teniendo su mayor importancia en el periodo más brillante del rejoneo en el siglo XVII

Seguimos con esta serie de entregas sobre el origen de la Fiesta de los Toros en América Latina, partiendo de los siglos XVI y XVII, gracias a la ardua labor historiadora del siempre bien recordado Heriberto Lanfranchi en su obra “La Fiesta Brava en México y en España” y, ahora tocando el tema El Empeño a pie en las mencionadas centurias, que no eran más que los primeros pasos del toreo y la entrada a matar.

“El empeño a pie, quizá la situación más comprometida para el caballero y precursor de la actual estocada, tuvo su mayor importancia durante el periodo más brillante del rejoneo en el siglo XVII.

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Cuando el caballero consideraba que había llegado el momento de enfrentarse a pie al toro, se apeaba de su caballo, o si ya se encontraba tirado en la arena se incorporaba rápidamente, en algunas ocasiones se quitaba las espuelas y se dirigía hacia el toro empuñando su espada y tiraba la cuchillada. Se defendía con su capa que llevaba doblada sobre el brazo izquierdo y al acometer el toro se la arrojaba violentamente sobre la cabeza para cegarlo momentáneamente.

Ningún lucimiento podía existir en estos lances que se daban rápidamente, sin gracia alguna, pero la espera debía ser más larga para diferenciar el lance del que la chusma hacía a pie con sus puñales. El riesgo que enfrentaba el caballero era lo primordial, por lo cual no importaba tanto el resultado y solo bastaba cualquier herida, sin importar el lugar en que se hiciera. El hecho de enfrentarse a pie al toro, aguantar su embestida con el valor y la presencia de ánimo suficientes para no perder la cabeza y dar una cuchillada, era lo principal para salvar el honor del caballero ofendido. Era muy importante, eso sí, desenvainar la espada en el preciso momento de la embestida, ya que sacarla antes de tiempo o perderla en el encuentro, mostraba que el caballero había perdido la serenidad y todo el mundo lo reprobaba.

Para muchos caballeros sólo era lícito enfrentarse a pie con el toro en caso de haber sido desmontados, violentamente o no. Para otros, el empeño a pie se justificaba si por cualquier causa el caballo resultaba herido o si el caballero perdía su arma, su capa, sombrero u otra joya o adorno de su traje. El toro debía tener siempre alguna participación en la ofensa que el caballero recibía, pero se llegó a tales extremos que hubo algunos que consideraban que su honor había sido mancillado tan solamente porque la lanza o el rejón se les caían a la arena o el sombrero se les ladeaba en la cabeza, aunque el toro no hubiera tenido nada que ver con ello.

Todo caballero debía saber muy bien que si un toro no había sido bueno para la suerte de la lanzada, tampoco lo sería para el espadazo a pie. Nunca debía enfrentarse a pie a un toro manso, ya que se exponía al ridículo si el toro huía sin haber recibido la cuchillada que ponía a salvo el honor mancillado.

Cuando un caballero se enfrentaba a pie con el toro, los otros participantes tenían la obligación de colocarse cerca de él e intervenir rápidamente al quite en caso de resultar cogido. No obstante, antes de socorrerle, debían esperar a que hubiera dado una cuchillada y estuviera a merced del toro, para entonces sí, interponerse bravamente entre la bestia y el compañero en peligro. En los quites no debían esperar la acometida del toro para desenvainar la espada, antes bien, en tales casos hasta era permitido entrarle por la cola para darle las cuchilladas en los ijares, llamando así su atención y lograr que soltara a su presa.

El quite al picador caído y la estocada, tal como lo vemos hoy en día, son todo lo que ha quedado de la época del toreo de la lanzada y el empeño a pie. Todo lo demás desapareció hace siglos de los cosos taurinos, quedándonos de ello tan sólo un recuerdo borroso e impreciso. La propia lanzada, suerte principal del siglo XVI, fue relegada poco a poco al olvido y para mediados del siglo XVII había desaparecido totalmente. Otro tanto sucedió con el empeño a pie, el cual fue modificándose hasta convertirse en la forma habitual de matar a los toros, dejando de ser un simple lance de honor”. En nuestra siguiente entrega tocaremos el tema del rejoneo en el siglo XVII.

EL DATO...

El caballero se dirigía al toro empuñando su espada y tiraba la cuchillada, además de defenderse con su capa doblada sobre el brazo izquierdo.

Seguimos con esta serie de entregas sobre el origen de la Fiesta de los Toros en América Latina, partiendo de los siglos XVI y XVII, gracias a la ardua labor historiadora del siempre bien recordado Heriberto Lanfranchi en su obra “La Fiesta Brava en México y en España” y, ahora tocando el tema El Empeño a pie en las mencionadas centurias, que no eran más que los primeros pasos del toreo y la entrada a matar.

“El empeño a pie, quizá la situación más comprometida para el caballero y precursor de la actual estocada, tuvo su mayor importancia durante el periodo más brillante del rejoneo en el siglo XVII.

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Cuando el caballero consideraba que había llegado el momento de enfrentarse a pie al toro, se apeaba de su caballo, o si ya se encontraba tirado en la arena se incorporaba rápidamente, en algunas ocasiones se quitaba las espuelas y se dirigía hacia el toro empuñando su espada y tiraba la cuchillada. Se defendía con su capa que llevaba doblada sobre el brazo izquierdo y al acometer el toro se la arrojaba violentamente sobre la cabeza para cegarlo momentáneamente.

Ningún lucimiento podía existir en estos lances que se daban rápidamente, sin gracia alguna, pero la espera debía ser más larga para diferenciar el lance del que la chusma hacía a pie con sus puñales. El riesgo que enfrentaba el caballero era lo primordial, por lo cual no importaba tanto el resultado y solo bastaba cualquier herida, sin importar el lugar en que se hiciera. El hecho de enfrentarse a pie al toro, aguantar su embestida con el valor y la presencia de ánimo suficientes para no perder la cabeza y dar una cuchillada, era lo principal para salvar el honor del caballero ofendido. Era muy importante, eso sí, desenvainar la espada en el preciso momento de la embestida, ya que sacarla antes de tiempo o perderla en el encuentro, mostraba que el caballero había perdido la serenidad y todo el mundo lo reprobaba.

Para muchos caballeros sólo era lícito enfrentarse a pie con el toro en caso de haber sido desmontados, violentamente o no. Para otros, el empeño a pie se justificaba si por cualquier causa el caballo resultaba herido o si el caballero perdía su arma, su capa, sombrero u otra joya o adorno de su traje. El toro debía tener siempre alguna participación en la ofensa que el caballero recibía, pero se llegó a tales extremos que hubo algunos que consideraban que su honor había sido mancillado tan solamente porque la lanza o el rejón se les caían a la arena o el sombrero se les ladeaba en la cabeza, aunque el toro no hubiera tenido nada que ver con ello.

Todo caballero debía saber muy bien que si un toro no había sido bueno para la suerte de la lanzada, tampoco lo sería para el espadazo a pie. Nunca debía enfrentarse a pie a un toro manso, ya que se exponía al ridículo si el toro huía sin haber recibido la cuchillada que ponía a salvo el honor mancillado.

Cuando un caballero se enfrentaba a pie con el toro, los otros participantes tenían la obligación de colocarse cerca de él e intervenir rápidamente al quite en caso de resultar cogido. No obstante, antes de socorrerle, debían esperar a que hubiera dado una cuchillada y estuviera a merced del toro, para entonces sí, interponerse bravamente entre la bestia y el compañero en peligro. En los quites no debían esperar la acometida del toro para desenvainar la espada, antes bien, en tales casos hasta era permitido entrarle por la cola para darle las cuchilladas en los ijares, llamando así su atención y lograr que soltara a su presa.

El quite al picador caído y la estocada, tal como lo vemos hoy en día, son todo lo que ha quedado de la época del toreo de la lanzada y el empeño a pie. Todo lo demás desapareció hace siglos de los cosos taurinos, quedándonos de ello tan sólo un recuerdo borroso e impreciso. La propia lanzada, suerte principal del siglo XVI, fue relegada poco a poco al olvido y para mediados del siglo XVII había desaparecido totalmente. Otro tanto sucedió con el empeño a pie, el cual fue modificándose hasta convertirse en la forma habitual de matar a los toros, dejando de ser un simple lance de honor”. En nuestra siguiente entrega tocaremos el tema del rejoneo en el siglo XVII.

EL DATO...

El caballero se dirigía al toro empuñando su espada y tiraba la cuchillada, además de defenderse con su capa doblada sobre el brazo izquierdo.

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