El Barrio del Encino es uno de los más antiguos, pero también de los más bellos de la ciudad.
Su patrono, así como su Jardín, han sido protagonistas y escenarios de antiguos relatos, en los que no se distingue dónde inicia la fantasía y dónde termina la realidad.
Tal es el caso de la Leyenda de la China Hilaria, narración que dio origen a una expresión popular utilizada cuando los tiempos no son tan buenos, y la suerte no favorece tanto.
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Se dice que hace un par de siglos, en la calle de la Alegría, localizada en el Barrio del Encino, vivía una hermosa joven, llamada Hilaria. Era hija de los señores Macías, quienes por las noches vendían antojitos entre sus vecinos.
Además de una gran belleza, unos fascinantes ojos negros y un hermoso cabello rizado, Hilaria tenía un gran corazón, era noble, hacendosa y caritativa; virtudes que dejaba ver al ofrecerse a visitar enfermos y ayudar a los necesitados.
Más uno se quedaba pasmado al verla caminar hacia la iglesia, todos los domingos por la mañana, cuando acudía, fervorosa, a escuchar misa. Los más valiente se atrevían a cortejarla, invitándola a pasear o, de plano, para declararle su amor. No obstante, la joven a todos rechazaba, pues estaba convencida que aún era tiempo de enamorarse.
Entre todos los que la pretendía, destacaba uno al que apodaban “El Chamuco”, que por cierto no gozaba de buena fama y era poco agraciado. Su obsesión por la chamaca, lo llevó a espiarla todos los días, provocando que a Hilaria se le fueran las ganas de salir a caminar por el Jardín del Encino y visitar a los enfermos. Muy agobiada, se dirigió con el párroco de la iglesia, y le contó lo que sucedía.
Para tranquilizarla, el sacerdote ofreció hablar con “El Chamuco”, para que la dejara en paz. En este propósito, el cura hablo con el joven y le hizo una propuesta: tomaría un rizo de Hilaria y lo extendería hasta lograr que fuera lacio. Cuando eso sucediera, el mismo párroco sería quien pediría la mano de Hilaria para “El Chamuco”.
Sobrado de confianza, el muchacho pasó varias horas intentando alaciar el chino de su amada, sin conseguirlo, por supuesto. Frustrado y decidido a no perder, decidió hacer tratos con el diablo. El maligno también intentó extender el rizado cabello de Hilaria, pero tampoco lo logró.
Lleno de ira, arrojó el rizo en el rostro de “El Chamuco”, provocándole una deformación que lo hizo aún más feo.
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Cuenta la gente que, después de ese día, “El Chamuco” parecía haber perdido la razón. Deambulaba por los corredores del Jardín del Encino, y de vez en cuando se sentaba en una banca, meciéndose adelante y atrás, con la vista perdida. Los curiosos y bromistas se acercaban a él para preguntarle “¿Cómo estás, Chamuco?”, a lo que él respondía “De la china Hilaria”. El pobre no sabía, ya, decir otras palabras.
Con el paso de los años, “El Chamuco” desapareció, y de él sólo quedaron los recuerdos y la expresión “de la china Hilaria”.
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