/ martes 27 de julio de 2021

Una Aproximación a la Unidad

El término unidad tiene varias connotaciones, sin embargo dedicaremos nuestra reflexión al significado como “el valor humano de mantenerse unido y solidario con otros grupos de personas”; por lo que es de cuestionarse respecto a esta categoría de unidad, misma que podremos ubicar desde una perspectiva global, estado-nación, entidad-estado, municipio-ciudad, comunidad, colonia-fraccionamiento o grupos donde socializamos, sea de tipo laboral, profesional, oficio, deportivo, esparcimiento, o simplemente de convivencia, incluso aquellos que programamos con propósitos de festejar u otro fin que nos agrupe por razones consanguíneas o de amistad. En mi artículo de la semana pasada refería al derecho fundamental de asociarse con otras personas para promover proteger sus intereses colectivos (previsto también como una garantía de seguridad jurídica del derecho de petición colectiva) ello en perspectiva del verbo agrupar con el propósito de dialogar temas de interés comunitario.

Cuando intentamos descifrar las razones de un agrupamiento para definir acuerdos de interés común, lo lógico y deseable sería que mediante la materialización de las convivencias se fortalezcan lazos de unidad o solidaridad de interés del colectivo, se revalide la identidad que define a esa asociación o grupo de personas que les define alguna afinidad. Probablemente quienes ahora me estén leyendo, coincidirán en que la variedad de temas puestos sobre las mesas de conversación, sean de carácter doméstico (de la vida privada) o general (más cercanas a lo público), indistintamente están relacionados a temas referente a las relaciones interpersonales de familiares, sociales o públicas en las que predominan interrogantes respecto a los modos de interrelacionarse o de convivir. En pocas experiencias, sin importar la peculiaridad del grupo, al finalizar una charla -salvo excepciones-, el resultado no es unánime en cuanto al consenso o ideas planteadas, porque definitivamente nuestras sociedades modernas por antonomasia son plurales o por otras circunstancias; sin embargo, el que, en una agrupación los integrantes que expresan sus opiniones no homogéneas, debe significar la imposibilidad de unificar intereses, en todo caso debiéramos considerarlo como una fortaleza para consolidar los posibles consensos deliberados por el ente colectivo.

El pensamiento e ideas plurales de las que gozamos los humanos son concepciones ideológicas que en nuestro recorrer nos ha permitido crear planteamientos constructo social, que finalmente tratan de representaciones de una realidad del entorno cultural que pueden definir o no conflictos de nuestro contexto político, económico y social que alimentan la inteligencia de algo deseado.

Al inicio de estas líneas definimos a la unidad como ese valor humano de mantener unidos y solidarios con otros grupos de personas. De acuerdo a nuestro contrato social -siguiendo la idea de Jean Jacques Rousseau-, corresponde al Estado definir los regímenes interiores. En ese orden, el eje central de un pueblo como México es la instrucción educativa, su finalidad es “desarrollar armónicamente, todas las facultades de los seres humanos y fomentará en él, a la vez, el amor a la patria, el respeto a los derechos humanos y la conciencia de solidaridad internacional, en la independencia y en la justicia.” La incógnita es, cómo desarrollar y fomentar dichos conceptos instituidos en nuestra constitución

Poco antes de concluir la administración de Manuel Ávila Camacho como presidente de México, siendo Secretario de Educación Jaime Torres Bodet dio inicio a una Campaña Nacional Contra el Analfabetismo (la situación de instrucción educativa en ese 1944, era mitad analfabeta y la otra mitad alfabetizada), originando así, la creación de la cartilla alfabetizadora que debiera incluir un mínimo de principios morales a través de la cartilla moral de Alfonso Reyes Ochoa, considerada como una guía para ser mejores. El origen de lo que ahora conocemos como la cartilla moral, fue aquella misiva en la que se le solicita a Reyes por parte del secretario de la SEP Torres Bodet, una aportación didáctica de complemento a la cartilla alfabetizadora, que expusiera “un mínimo de preceptos morales que ayuden a cambiar las formas de vida básica de nuestras clases bajas” -así se le solicitó a Reyes-.

A poco más de siete décadas, las aportaciones de Reyes Ochoa en aquella campaña alfabetizadora se han reavivado -desde luego no con la intención deseada-, con el firme propósito de un renacer de la nación en proceso de transformación, para replantear un progreso con justicia, promoviendo una forma de vivir basada en el amor a la familia, el prójimo, la naturaleza, la patria y la humanidad; actuar bajo dichos principios y valores estaremos construyendo empatía y desde luego con ello, sobrevendrá la unidad.

La SEP tiene el reto de explorar una posible transversalidad de la cartilla moral en sus programas educativos.

¡La cartilla moral…un complemento para ser mejores y lograr unificación!

El término unidad tiene varias connotaciones, sin embargo dedicaremos nuestra reflexión al significado como “el valor humano de mantenerse unido y solidario con otros grupos de personas”; por lo que es de cuestionarse respecto a esta categoría de unidad, misma que podremos ubicar desde una perspectiva global, estado-nación, entidad-estado, municipio-ciudad, comunidad, colonia-fraccionamiento o grupos donde socializamos, sea de tipo laboral, profesional, oficio, deportivo, esparcimiento, o simplemente de convivencia, incluso aquellos que programamos con propósitos de festejar u otro fin que nos agrupe por razones consanguíneas o de amistad. En mi artículo de la semana pasada refería al derecho fundamental de asociarse con otras personas para promover proteger sus intereses colectivos (previsto también como una garantía de seguridad jurídica del derecho de petición colectiva) ello en perspectiva del verbo agrupar con el propósito de dialogar temas de interés comunitario.

Cuando intentamos descifrar las razones de un agrupamiento para definir acuerdos de interés común, lo lógico y deseable sería que mediante la materialización de las convivencias se fortalezcan lazos de unidad o solidaridad de interés del colectivo, se revalide la identidad que define a esa asociación o grupo de personas que les define alguna afinidad. Probablemente quienes ahora me estén leyendo, coincidirán en que la variedad de temas puestos sobre las mesas de conversación, sean de carácter doméstico (de la vida privada) o general (más cercanas a lo público), indistintamente están relacionados a temas referente a las relaciones interpersonales de familiares, sociales o públicas en las que predominan interrogantes respecto a los modos de interrelacionarse o de convivir. En pocas experiencias, sin importar la peculiaridad del grupo, al finalizar una charla -salvo excepciones-, el resultado no es unánime en cuanto al consenso o ideas planteadas, porque definitivamente nuestras sociedades modernas por antonomasia son plurales o por otras circunstancias; sin embargo, el que, en una agrupación los integrantes que expresan sus opiniones no homogéneas, debe significar la imposibilidad de unificar intereses, en todo caso debiéramos considerarlo como una fortaleza para consolidar los posibles consensos deliberados por el ente colectivo.

El pensamiento e ideas plurales de las que gozamos los humanos son concepciones ideológicas que en nuestro recorrer nos ha permitido crear planteamientos constructo social, que finalmente tratan de representaciones de una realidad del entorno cultural que pueden definir o no conflictos de nuestro contexto político, económico y social que alimentan la inteligencia de algo deseado.

Al inicio de estas líneas definimos a la unidad como ese valor humano de mantener unidos y solidarios con otros grupos de personas. De acuerdo a nuestro contrato social -siguiendo la idea de Jean Jacques Rousseau-, corresponde al Estado definir los regímenes interiores. En ese orden, el eje central de un pueblo como México es la instrucción educativa, su finalidad es “desarrollar armónicamente, todas las facultades de los seres humanos y fomentará en él, a la vez, el amor a la patria, el respeto a los derechos humanos y la conciencia de solidaridad internacional, en la independencia y en la justicia.” La incógnita es, cómo desarrollar y fomentar dichos conceptos instituidos en nuestra constitución

Poco antes de concluir la administración de Manuel Ávila Camacho como presidente de México, siendo Secretario de Educación Jaime Torres Bodet dio inicio a una Campaña Nacional Contra el Analfabetismo (la situación de instrucción educativa en ese 1944, era mitad analfabeta y la otra mitad alfabetizada), originando así, la creación de la cartilla alfabetizadora que debiera incluir un mínimo de principios morales a través de la cartilla moral de Alfonso Reyes Ochoa, considerada como una guía para ser mejores. El origen de lo que ahora conocemos como la cartilla moral, fue aquella misiva en la que se le solicita a Reyes por parte del secretario de la SEP Torres Bodet, una aportación didáctica de complemento a la cartilla alfabetizadora, que expusiera “un mínimo de preceptos morales que ayuden a cambiar las formas de vida básica de nuestras clases bajas” -así se le solicitó a Reyes-.

A poco más de siete décadas, las aportaciones de Reyes Ochoa en aquella campaña alfabetizadora se han reavivado -desde luego no con la intención deseada-, con el firme propósito de un renacer de la nación en proceso de transformación, para replantear un progreso con justicia, promoviendo una forma de vivir basada en el amor a la familia, el prójimo, la naturaleza, la patria y la humanidad; actuar bajo dichos principios y valores estaremos construyendo empatía y desde luego con ello, sobrevendrá la unidad.

La SEP tiene el reto de explorar una posible transversalidad de la cartilla moral en sus programas educativos.

¡La cartilla moral…un complemento para ser mejores y lograr unificación!