/ sábado 10 de noviembre de 2018

Todos santos de muertos, desde la perspectiva de Octavio Paz



El escritor y poeta Octavio Paz nacido en la Ciudad de México el 31 de marzo de 1914. Fue poeta, escritor, ensayista y diplomático. Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en el año de 1990, y es considerado uno de los más influyentes escritores del siglo XX. Así como, uno de los más grandes poetas hispanos de todos los tiempos.

Dentro de toda esa enorme producción literaria tan prolífica encontré un texto interesante que me llamó mucho la atención, y en forma sintetizada quiero hoy compartir algo de esto, de Octavio Paz, precisamente con referencia a su punto de vista, o su propia perspectiva respecto a todos los santos, y de muertos, cuya celebración acabamos hace unos días de pasar. Textualmente dijo:

“El solitario mexicano ama las fiestas y reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos. Somos un pueblo ritual. Y esta tendencia beneficia a nuestra imaginación tanto como a nuestra sensibilidad siempre afinada y despierta. El arte de la fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros. En pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas de México, con sus colores violentos, agrios y puros, sus danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos y la inagotable cascada de frutos, dulces y objetos que se venden esos días en plazas y mercados”.

Con ese talento que tenía Octavio Paz y a través de su palabra supo ganarse el corazón del mexicano, porque fue a través de su palabra que describió puntualmente el ir y venir, el ser y no ser de su paisano. Nos sigue comentando:

“Nuestro calendario está poblado de fiestas. Ciertos días, lo mismo en lugarejos más apartados que en las grandes ciudades, el país entero reza, come, grita, se emborracha y mata en honor a la Virgen de Guadalupe o del general Zaragoza. Cada año, el 15 de septiembre a las once de la noche, en todas las plazas de México celebramos la Fiesta del Grito; y una multitud enardecida efectivamente grita por espacio de una hora, quizá para callar mejor el resto del año. Durante los días que preceden al 12 de diciembre, el tiempo suspende su carrera, hace un alto y, en lugar de empujarnos hacia un mañana siempre inalcanzable y mentiroso, nos ofrece un presente redondo y perfecto, de danza y juerga, de comunión y comilona con lo más antiguo y secreto de México”.

Si ya era famoso este escritor, después de otorgado su Premio Nobel de Literatura lo fue más.

Su calidad de escritor aumentó más igual que su popularidad.

“Hay diálogos y burlas de balcón a balcón, de acera a acera. Nadie habla en voz baja. Se arrojan los sombres al aire. Las malas palabras y los chistes caen como cascadas de pesos fuertes. Brotan las guitarras. En ocasiones, es cierto, la alegría acaba mal: hay riñas, injurias, balazos, cuchilladas.

Porque el mexicano no se divierte: quiere sobrepasarse, saltar el muro de soledad que el resto del año lo incomunica. Todos están poseídos por la violencia y el frenesí. Las almas estallan como los colores, las voces, los sentimientos”.




El escritor y poeta Octavio Paz nacido en la Ciudad de México el 31 de marzo de 1914. Fue poeta, escritor, ensayista y diplomático. Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en el año de 1990, y es considerado uno de los más influyentes escritores del siglo XX. Así como, uno de los más grandes poetas hispanos de todos los tiempos.

Dentro de toda esa enorme producción literaria tan prolífica encontré un texto interesante que me llamó mucho la atención, y en forma sintetizada quiero hoy compartir algo de esto, de Octavio Paz, precisamente con referencia a su punto de vista, o su propia perspectiva respecto a todos los santos, y de muertos, cuya celebración acabamos hace unos días de pasar. Textualmente dijo:

“El solitario mexicano ama las fiestas y reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos. Somos un pueblo ritual. Y esta tendencia beneficia a nuestra imaginación tanto como a nuestra sensibilidad siempre afinada y despierta. El arte de la fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros. En pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas de México, con sus colores violentos, agrios y puros, sus danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos y la inagotable cascada de frutos, dulces y objetos que se venden esos días en plazas y mercados”.

Con ese talento que tenía Octavio Paz y a través de su palabra supo ganarse el corazón del mexicano, porque fue a través de su palabra que describió puntualmente el ir y venir, el ser y no ser de su paisano. Nos sigue comentando:

“Nuestro calendario está poblado de fiestas. Ciertos días, lo mismo en lugarejos más apartados que en las grandes ciudades, el país entero reza, come, grita, se emborracha y mata en honor a la Virgen de Guadalupe o del general Zaragoza. Cada año, el 15 de septiembre a las once de la noche, en todas las plazas de México celebramos la Fiesta del Grito; y una multitud enardecida efectivamente grita por espacio de una hora, quizá para callar mejor el resto del año. Durante los días que preceden al 12 de diciembre, el tiempo suspende su carrera, hace un alto y, en lugar de empujarnos hacia un mañana siempre inalcanzable y mentiroso, nos ofrece un presente redondo y perfecto, de danza y juerga, de comunión y comilona con lo más antiguo y secreto de México”.

Si ya era famoso este escritor, después de otorgado su Premio Nobel de Literatura lo fue más.

Su calidad de escritor aumentó más igual que su popularidad.

“Hay diálogos y burlas de balcón a balcón, de acera a acera. Nadie habla en voz baja. Se arrojan los sombres al aire. Las malas palabras y los chistes caen como cascadas de pesos fuertes. Brotan las guitarras. En ocasiones, es cierto, la alegría acaba mal: hay riñas, injurias, balazos, cuchilladas.

Porque el mexicano no se divierte: quiere sobrepasarse, saltar el muro de soledad que el resto del año lo incomunica. Todos están poseídos por la violencia y el frenesí. Las almas estallan como los colores, las voces, los sentimientos”.


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