/ viernes 22 de julio de 2022

Taza de Soles | Yo también hablo del verano

Del verano invencible de Liliana Rivera Garza. Porque es un signo de esperanza o por lo menos de buena expectativa que una novela sobre un feminicidio haya causado tanto revuelo, haya levantado tantos comentarios, nos haya hecho pensar en estos temas de maneras un tanto diferentes. Porque los comentarios vertidos en las redes, en los pasillos de las instituciones educativas, en las tertulias y charlas de café con los amigos y amigas van más allá de ponderar la divergencia de enfoques entre un crítico literario y una escritora y apuntan a la revisión del canon y de la literatura misma y sus funciones.

Recuerdo mis años de estudiante de Maestría en Literatura Mexicana y el librito Conjeturas verosímiles, que estudiamos con el Dr. Alberto Vital, donde el investigador sintetizaba sus propias visiones sobre la funcionalidad de la literatura. Había una de estas funciones que a mí, en lo personal siempre me llamó poderosamente la atención: la función legitimadora y su contraparte mucho más, la deslegitimadora. Así, casi sin proponérselo, o veladamente, la literatura encauza el imaginario social por derroteros de cuestionamiento y lo hacen tanto Jane Austin respecto a la posición de las mujeres en la Inglaterra del siglo XVII, como Juan Rulfo, Carlos Fuentes y otros, respecto de los habitantes México posrevolucionario. Ahora se va prestigiando más el texto o relato documental que los mismos relatos de ficción. Por sobre mucha de la literatura de superación personal que tuvo su auge en los años pasados, la literatura escrita por hombres y mujeres que abordan casos reales está motivando a los lectores, no solo a la lectura, sino -quisiéramos pensar- a una actitud más sensible y solidaria con las víctimas.

Me detengo un poco para volver a decir lo que muchos hemos leído y comentado con especial agrado en estos días. Nos unimos a la voz de Cristina Rivera Garza y a su respuesta contundente, que aquí parafraseo libremente: Ya se ha hablado demasiado de los asesinos, ahora corresponde hablar de las víctimas, recordar sus nombres, sus acciones, sus palabras y sus huellas dejadas sobre esta tierra. Así lo ha comprendido Karen Villeda, quien en su libro “Agua de Lourdes”, que presentó aquí hace un par de años, habla del asesinato de una tía suya, así lo hace también Tatiana Huezo, por citar un ejemplo cinematográfico reciente, en su conmovedora película documental “Noche de fuego”, donde la cineasta manifiesta que quiso mostrar, además del mundo violento de una población que se dedica al cultivo de amapola, la mirada trasparente, pero también rebelde y combativa de tres niñas a punto de dejar de serlo. Así lo hizo la directora Alanna Brown, en su película “Árboles de Paz”, quien “en lugar de recurrir a la violencia explícita, y presentar escenas de la guerra en Ruanda en 1994, usa los sonidos y las expresiones de las protagonistas (cuatro mujeres) para dar una idea de los horribles actos cometidos en el exterior, algo muy efectivo pues la imaginación es a veces más poderosa que las imágenes”.

“Yo también hablo del verano”, significa que a mi vez estoy tratando de cubrir mi responsabilidad con este tiempo y este enfoque con la escritura de algunos textos. Hace un par de años participé en un taller de narradores en el Estado con el apoyo del IMAC, y escribí un texto que titulé “Viaje de ida y vuelta al corazón de la noche”. El relato está publicado en el libro titulado Quinto Encuentro de Narradores de Aguascalientes, IMAC, 2021 y hace poco días recibí la invitación de parte de Julieta Orduña para ir y comentar, junto a otros compañeros, nuestros relatos a un público de lectores.

La invitación me hizo pensar otra vez en mi cuento, que en el fondo es el relato de un feminicidio, contado desde la perspectiva de la abuela del asesino. El trasfondo es una sociedad católica que no se reconoce en estas acciones inimaginables, pero desgraciadamente reales y posibles. ¿Qué hacer? ¿Cómo escribir un hecho tan terrible? Confieso que la parte más difícil para una servidora fue crear el final. Mi primera versión era un cierre más conciliador, que me hizo llorar cuando lo leí en voz alta, y que me cuestionó profundamente si estaba en congruencia con el personaje creado para narrar el hecho. No voy a revelar el cierre que le di posteriormente, pero éste me deja abiertas muchas preguntas. Ahora, el planteamiento de Cristina Rivera Garza y la secuela de comentarios que se han suscitado al respecto me sugiere escribir una segunda parte para ese cuento. Una que complemente y que amplíe la mirada. Quiero hablar desde la voz de la abuela de la niña asesinada en el vientre de su madre. Ojalá que estos relatos encuentren lectores sensibles y la mirada hacia una sociedad herida por estos acontecimientos pueda ser más solidaria.

Del verano invencible de Liliana Rivera Garza. Porque es un signo de esperanza o por lo menos de buena expectativa que una novela sobre un feminicidio haya causado tanto revuelo, haya levantado tantos comentarios, nos haya hecho pensar en estos temas de maneras un tanto diferentes. Porque los comentarios vertidos en las redes, en los pasillos de las instituciones educativas, en las tertulias y charlas de café con los amigos y amigas van más allá de ponderar la divergencia de enfoques entre un crítico literario y una escritora y apuntan a la revisión del canon y de la literatura misma y sus funciones.

Recuerdo mis años de estudiante de Maestría en Literatura Mexicana y el librito Conjeturas verosímiles, que estudiamos con el Dr. Alberto Vital, donde el investigador sintetizaba sus propias visiones sobre la funcionalidad de la literatura. Había una de estas funciones que a mí, en lo personal siempre me llamó poderosamente la atención: la función legitimadora y su contraparte mucho más, la deslegitimadora. Así, casi sin proponérselo, o veladamente, la literatura encauza el imaginario social por derroteros de cuestionamiento y lo hacen tanto Jane Austin respecto a la posición de las mujeres en la Inglaterra del siglo XVII, como Juan Rulfo, Carlos Fuentes y otros, respecto de los habitantes México posrevolucionario. Ahora se va prestigiando más el texto o relato documental que los mismos relatos de ficción. Por sobre mucha de la literatura de superación personal que tuvo su auge en los años pasados, la literatura escrita por hombres y mujeres que abordan casos reales está motivando a los lectores, no solo a la lectura, sino -quisiéramos pensar- a una actitud más sensible y solidaria con las víctimas.

Me detengo un poco para volver a decir lo que muchos hemos leído y comentado con especial agrado en estos días. Nos unimos a la voz de Cristina Rivera Garza y a su respuesta contundente, que aquí parafraseo libremente: Ya se ha hablado demasiado de los asesinos, ahora corresponde hablar de las víctimas, recordar sus nombres, sus acciones, sus palabras y sus huellas dejadas sobre esta tierra. Así lo ha comprendido Karen Villeda, quien en su libro “Agua de Lourdes”, que presentó aquí hace un par de años, habla del asesinato de una tía suya, así lo hace también Tatiana Huezo, por citar un ejemplo cinematográfico reciente, en su conmovedora película documental “Noche de fuego”, donde la cineasta manifiesta que quiso mostrar, además del mundo violento de una población que se dedica al cultivo de amapola, la mirada trasparente, pero también rebelde y combativa de tres niñas a punto de dejar de serlo. Así lo hizo la directora Alanna Brown, en su película “Árboles de Paz”, quien “en lugar de recurrir a la violencia explícita, y presentar escenas de la guerra en Ruanda en 1994, usa los sonidos y las expresiones de las protagonistas (cuatro mujeres) para dar una idea de los horribles actos cometidos en el exterior, algo muy efectivo pues la imaginación es a veces más poderosa que las imágenes”.

“Yo también hablo del verano”, significa que a mi vez estoy tratando de cubrir mi responsabilidad con este tiempo y este enfoque con la escritura de algunos textos. Hace un par de años participé en un taller de narradores en el Estado con el apoyo del IMAC, y escribí un texto que titulé “Viaje de ida y vuelta al corazón de la noche”. El relato está publicado en el libro titulado Quinto Encuentro de Narradores de Aguascalientes, IMAC, 2021 y hace poco días recibí la invitación de parte de Julieta Orduña para ir y comentar, junto a otros compañeros, nuestros relatos a un público de lectores.

La invitación me hizo pensar otra vez en mi cuento, que en el fondo es el relato de un feminicidio, contado desde la perspectiva de la abuela del asesino. El trasfondo es una sociedad católica que no se reconoce en estas acciones inimaginables, pero desgraciadamente reales y posibles. ¿Qué hacer? ¿Cómo escribir un hecho tan terrible? Confieso que la parte más difícil para una servidora fue crear el final. Mi primera versión era un cierre más conciliador, que me hizo llorar cuando lo leí en voz alta, y que me cuestionó profundamente si estaba en congruencia con el personaje creado para narrar el hecho. No voy a revelar el cierre que le di posteriormente, pero éste me deja abiertas muchas preguntas. Ahora, el planteamiento de Cristina Rivera Garza y la secuela de comentarios que se han suscitado al respecto me sugiere escribir una segunda parte para ese cuento. Una que complemente y que amplíe la mirada. Quiero hablar desde la voz de la abuela de la niña asesinada en el vientre de su madre. Ojalá que estos relatos encuentren lectores sensibles y la mirada hacia una sociedad herida por estos acontecimientos pueda ser más solidaria.