/ viernes 5 de noviembre de 2021

Taza de Soles | Universos ilimitados de Ana Leticia Romo García

Supe por primera vez de Ana Leticia Romo García en 2013, cuando recibió el Premio Dolores Castro, por su libro Sortilegio desde un sillón; después, en 2016, presentó su conjunto de relatos titulado Habitar otra piel, donde se pueden encontrar 26 historias breves, que narran: “la violencia en los hechos cotidianos, pero también la esperanza que se introduce en cada uno, de construir un nuevo estilo de vida; de no aceptar como ordinaria la presencia de la conducta agresiva, falaz, rencorosa, vengativa o transgresora”.(Socorro Ramírez).

Ahora, Romo García nos presenta 18 textos narrativos, donde los personajes, sobre todo los femeninos, están diseñados como sujetos que corren riesgos, que asumen responsabilidades, que se comprometen con el bienestar de sí mismos y a veces también con la suerte de los otros. Significativamente, la mayor parte de estos relatos están contados a partir del yo: “porque las cicatrices sólo se pueden narrar en primera persona”, como afirma la narradora de “La carta de Mariana”. Y hablando de cicatrices, entramos al tema central que cruza estos relatos y se perfila desde el epígrafe, en una frase del escritor español Javier Cercas: Las heridas de verdad […] las que nadie ve / Las que la gente lleva en secreto/ Ésas son las que lo explican todo.

Las cicatrices son un eficaz motor narrativo para Ana Leticia Romo, porque si bien ella elige para sus relatos un tono confesional, también maneja con habilidad un tono irónico y lúcido, que no deja lugar a la victimización: “Lamentablemente, una quiere ser la única en la vida del hombre que se ama”, expresa el personaje, que después de su divorcio ha vivido sola y acepta compartir a su pareja, pero solo consigue las migajas de un tiempo que él es mezquino en prodigarle. Y este es un esquema que se repite de varias maneras en algunos de los cuentos. Sin embargo, los diversos personajes femeninos se enfrentan a ésta y otras dolorosas realidades -como la infidelidad, la indiferencia o el machismo- con creatividad, humor y coraje. Mariana, por ejemplo, decide ser dichosa por sí misma, aunque tenga que pasar por lo que ella llama “la zona dolorosa del lenguaje” y reconocer que apostó equivocadamente a favor de una relación que no la podía hacer feliz, pues ella misma había aceptado varias situaciones desventajosas y Sonia, en el cuento “Juego peligroso” es un personaje que subsiste a una experiencia desastrosa con un galán desaprensivo, pero cuando se ve libre de él, se carcajea de su propia ingenuidad y agradece a la suerte haber sobrevivido. Otro de los personajes femeninos escribe su experiencia como modo de reconocer su realidad. Y aquí entramos otra de las facetas cruciales del conjunto de cuentos que llevan el título de Universos ilimitados: son universos que transgreden los límites, porque recurren a la escritura de varios modos.

Un número importante de personajes, tanto femeninos, como masculinos recurren a la escritura como una forma de afrontar el dolor, de ponerle nombre a la herida, pero también como una prueba de que pueden reconocer las dolencias y las pueden superar, si las nombran. “El dolor se tiene que contar”. Según, uno de los planteamientos más impactantes de estos cuentos: “Todos tenemos tres tipos de vida: la pública, la privada y la más interesante, la secreta, esa que nadie sabe ni debe saber. Y la autora propone entre líneas que de esa vida secreta se puede sacar partido, porque narrarla puede dejar al otro al descubierto. Los cuentos de Ana Leticia Romo sugieren que podemos aprender a usar las estrategias y el poder que tiene la palabra. Sus cuentos confirman que el mejor medio de hacer frente a los problemas es exponerlos y socializarlos. Porque escribir “se parece al box, es ponerse en el ring, levantar los puños y pelear con un adversario que será el cuaderno”.

Una idea tan beligerante de la escritura es una muestra de los objetivos que Ana Leticia se ha venido proponiendo desde sus primeras narraciones: romper con paradigmas, escribir sobre supuestos temas tabúes, porque en sus textos resulta refrescante su alusión a las aspiraciones a un erotismo pleno de ternura y detalles, por parte de los personajes femeninos, para quienes la prisa y la desatención constituyen la ofensa cotidiana. Nos motiva a complicidad el descubrimiento de sus personajes activos y resilientes, de sus tramas, donde la peripecia está a favor de seres tradicionalmente vistos como desvalidos: las mujeres, los niños maltratados, los indígenas, las enfermeras en un hospital, la doctora que atiende a los animales en un zoológico. En fin, sus cuentos son un recordatorio de que escribir es una lucha cuerpo a cuerpo contra los hábitos aprendidos al silencio. Los invitamos a la próxima presentación de este libro el domingo 7, a las 13:00 hrs, en el Museo de la Ciudad.

Supe por primera vez de Ana Leticia Romo García en 2013, cuando recibió el Premio Dolores Castro, por su libro Sortilegio desde un sillón; después, en 2016, presentó su conjunto de relatos titulado Habitar otra piel, donde se pueden encontrar 26 historias breves, que narran: “la violencia en los hechos cotidianos, pero también la esperanza que se introduce en cada uno, de construir un nuevo estilo de vida; de no aceptar como ordinaria la presencia de la conducta agresiva, falaz, rencorosa, vengativa o transgresora”.(Socorro Ramírez).

Ahora, Romo García nos presenta 18 textos narrativos, donde los personajes, sobre todo los femeninos, están diseñados como sujetos que corren riesgos, que asumen responsabilidades, que se comprometen con el bienestar de sí mismos y a veces también con la suerte de los otros. Significativamente, la mayor parte de estos relatos están contados a partir del yo: “porque las cicatrices sólo se pueden narrar en primera persona”, como afirma la narradora de “La carta de Mariana”. Y hablando de cicatrices, entramos al tema central que cruza estos relatos y se perfila desde el epígrafe, en una frase del escritor español Javier Cercas: Las heridas de verdad […] las que nadie ve / Las que la gente lleva en secreto/ Ésas son las que lo explican todo.

Las cicatrices son un eficaz motor narrativo para Ana Leticia Romo, porque si bien ella elige para sus relatos un tono confesional, también maneja con habilidad un tono irónico y lúcido, que no deja lugar a la victimización: “Lamentablemente, una quiere ser la única en la vida del hombre que se ama”, expresa el personaje, que después de su divorcio ha vivido sola y acepta compartir a su pareja, pero solo consigue las migajas de un tiempo que él es mezquino en prodigarle. Y este es un esquema que se repite de varias maneras en algunos de los cuentos. Sin embargo, los diversos personajes femeninos se enfrentan a ésta y otras dolorosas realidades -como la infidelidad, la indiferencia o el machismo- con creatividad, humor y coraje. Mariana, por ejemplo, decide ser dichosa por sí misma, aunque tenga que pasar por lo que ella llama “la zona dolorosa del lenguaje” y reconocer que apostó equivocadamente a favor de una relación que no la podía hacer feliz, pues ella misma había aceptado varias situaciones desventajosas y Sonia, en el cuento “Juego peligroso” es un personaje que subsiste a una experiencia desastrosa con un galán desaprensivo, pero cuando se ve libre de él, se carcajea de su propia ingenuidad y agradece a la suerte haber sobrevivido. Otro de los personajes femeninos escribe su experiencia como modo de reconocer su realidad. Y aquí entramos otra de las facetas cruciales del conjunto de cuentos que llevan el título de Universos ilimitados: son universos que transgreden los límites, porque recurren a la escritura de varios modos.

Un número importante de personajes, tanto femeninos, como masculinos recurren a la escritura como una forma de afrontar el dolor, de ponerle nombre a la herida, pero también como una prueba de que pueden reconocer las dolencias y las pueden superar, si las nombran. “El dolor se tiene que contar”. Según, uno de los planteamientos más impactantes de estos cuentos: “Todos tenemos tres tipos de vida: la pública, la privada y la más interesante, la secreta, esa que nadie sabe ni debe saber. Y la autora propone entre líneas que de esa vida secreta se puede sacar partido, porque narrarla puede dejar al otro al descubierto. Los cuentos de Ana Leticia Romo sugieren que podemos aprender a usar las estrategias y el poder que tiene la palabra. Sus cuentos confirman que el mejor medio de hacer frente a los problemas es exponerlos y socializarlos. Porque escribir “se parece al box, es ponerse en el ring, levantar los puños y pelear con un adversario que será el cuaderno”.

Una idea tan beligerante de la escritura es una muestra de los objetivos que Ana Leticia se ha venido proponiendo desde sus primeras narraciones: romper con paradigmas, escribir sobre supuestos temas tabúes, porque en sus textos resulta refrescante su alusión a las aspiraciones a un erotismo pleno de ternura y detalles, por parte de los personajes femeninos, para quienes la prisa y la desatención constituyen la ofensa cotidiana. Nos motiva a complicidad el descubrimiento de sus personajes activos y resilientes, de sus tramas, donde la peripecia está a favor de seres tradicionalmente vistos como desvalidos: las mujeres, los niños maltratados, los indígenas, las enfermeras en un hospital, la doctora que atiende a los animales en un zoológico. En fin, sus cuentos son un recordatorio de que escribir es una lucha cuerpo a cuerpo contra los hábitos aprendidos al silencio. Los invitamos a la próxima presentación de este libro el domingo 7, a las 13:00 hrs, en el Museo de la Ciudad.