/ viernes 26 de noviembre de 2021

Taza de Soles | Un muchacho con fe en su porvenir literario

Muchos lectores conocen la obra poética de Ramón López Velarde por su más famoso poema, “La suave patria”, algunos están al tanto y han leído sus tres libros de poesía: La sangre devota (1916), Zozobra (1919) y El son del corazón, publicado póstumamente en 1932, pero pocos han disfrutado y valorado sus textos en prosa. ¿En cuál grupo se encuentra usted, estimado lector o lectora?

Su prosa -que vio la luz en periódicos y revistas de Aguascalientes, Guadalajara, San Luis Potosí y la ciudad de México- se puede decir que aún no está completamente rescatada y no obstante se han publicado, hasta donde sé, 130 piezas prosísticas. Sin embargo, de éstas, en la edición crítica que José Luis Martínez elaboró en 1998, para conmemorar los 100 del nacimiento del poeta jerezano, solo aparecen las catorce piezas que el mismo López Velarde había seleccionado para configurar El minutero y quince textos, de los que Elena Molina Ortega compiló con el título de El don de febrero, a más de seis ensayos conjuntados bajo el rubro de “Crítica literaria”. Esto va en consonancia con el énfasis del libro editado por Martínez, cuyo subtítulo es precisamente “Obra poética”, lo que marca un énfasis en el género lírico y explica la razón de ciertas omisiones. De la prosa que Ramón López Velarde publicó en Aguascalientes no se menciona nada, pese a que, ya en 1991, Guillermo Sheridan había dado a conocer sus descubrimientos sobre los textos en prosa que vieron la luz en El Observador y cuyo autor era un joven nacido en 1888, en Jerez, Zacatecas.

Estas notas -tituladas de manera insípida como “Semanales” y firmadas con el seudónimo de “Aquiles”, fueron publicadas entre 1907 y 1908, quizá pasaron inadvertidas, a los lectores de su tiempo. Las escribía un joven de entre diez y nueve años, quien, en sus cartas a Eduardo J. Correa, su mentor y primer promotor, se definía como “un muchacho que tiene fe en su porvenir literario”. Carta 17, 9 de julio de 1908. p. 82.

De éstas, en relación al texto “Para las lectoras”, que comienza con la pregunta: “¿Te fastidias, bella lectora de los severos renglones de agrio gesto que no aprisionan en sus sílabas la confidencia de algún afecto ni el cascabeleo juguetón de alguna alegre noticia?”, el investigador Guillermo Sheridan destaca que ”tiene el mérito de ser el primer ensayo de prosa poética de López Velarde, anuncio de su mejor prosa por venir”. Y para resaltar el sabor morfosintáctico característico de nuestro poeta, cita el siguiente enunciado: “Confidente soy al decirte, a riesgo de pecar de indiscreto, que eres toda indulgencia”.

En lo personal, de los textos que escribió el poeta jerezano en El Observador, el que más me conmueve se titula “Colombina toma ceniza”, porque si bien en los demás escritos anticipa su musa, su estilo, su morfosintaxis y sus obsesiones, en éste, donde resalta el contraste entre el ambiente báquico y desenfrenado del carnaval, frente a la gracia penitencial de las cruces de ceniza, el poeta encuentra su función: “Y jura que ha de hacer una bella estrofa a la ceniza y a las frentes blancas”, y agrega: “Ésta será, piensa él, la valiosa herencia que mi ensueño moribundo dé a los humanos”. Según su temprana intuición, su poesía tenderá lazos entre dos realidades aparentemente separadas y opuestas: lo sagrado y lo profano. Su “demencia” le permitirá el diálogo y la identificación con los lectores. De ahí que su texto termine con una afirmación sobre Pierrot y una pregunta retórica: “Además Pierrot ha sido el más loco de los poetas, ¿Saben ustedes?”

Sobre su prosa se han escrito juicios certeros. Argüelles dice: “Su prosa -musical, rítmica, rica en armonías, plena de referencias y guiños culturales- es sin duda alguna, la prosa de un poeta” y Xavier Villaurrutia es todavía más específico: “No es la monótona del paseante solitario sino la del bailarín, que obedece a una música interior y que no tiene más límite que el de la fuerza de sus músculos y la capacidad de sus pulmones”.

Después de este breve repaso por algunas de primeras prosas poéticas, o “crónicas literarias”, puedo establecer ciertas generalidades: 1. El sentido autobiográfico de su prosa poética, manejado desde sus primeros textos, nos hace pensar que esto no sea un azar, ni obedezca a un procedimiento simplemente formal del poeta. 2.- Es autobiográfica por fidedigna como un acto de desgarramiento y confesión. 3.- Su prosa concilia el poder fundamental del narrador con la fuerza sugestiva de la poesía contenida en un lenguaje de extraordinarias tonalidades discursivas, bajo el amparo de las manifestaciones de la imaginación creadora. En fin, estos escritos iniciales representan el comienzo seguro de un poeta que ya para entonces avizoraba un horizonte de mayor densidad para su obra.

Muchos lectores conocen la obra poética de Ramón López Velarde por su más famoso poema, “La suave patria”, algunos están al tanto y han leído sus tres libros de poesía: La sangre devota (1916), Zozobra (1919) y El son del corazón, publicado póstumamente en 1932, pero pocos han disfrutado y valorado sus textos en prosa. ¿En cuál grupo se encuentra usted, estimado lector o lectora?

Su prosa -que vio la luz en periódicos y revistas de Aguascalientes, Guadalajara, San Luis Potosí y la ciudad de México- se puede decir que aún no está completamente rescatada y no obstante se han publicado, hasta donde sé, 130 piezas prosísticas. Sin embargo, de éstas, en la edición crítica que José Luis Martínez elaboró en 1998, para conmemorar los 100 del nacimiento del poeta jerezano, solo aparecen las catorce piezas que el mismo López Velarde había seleccionado para configurar El minutero y quince textos, de los que Elena Molina Ortega compiló con el título de El don de febrero, a más de seis ensayos conjuntados bajo el rubro de “Crítica literaria”. Esto va en consonancia con el énfasis del libro editado por Martínez, cuyo subtítulo es precisamente “Obra poética”, lo que marca un énfasis en el género lírico y explica la razón de ciertas omisiones. De la prosa que Ramón López Velarde publicó en Aguascalientes no se menciona nada, pese a que, ya en 1991, Guillermo Sheridan había dado a conocer sus descubrimientos sobre los textos en prosa que vieron la luz en El Observador y cuyo autor era un joven nacido en 1888, en Jerez, Zacatecas.

Estas notas -tituladas de manera insípida como “Semanales” y firmadas con el seudónimo de “Aquiles”, fueron publicadas entre 1907 y 1908, quizá pasaron inadvertidas, a los lectores de su tiempo. Las escribía un joven de entre diez y nueve años, quien, en sus cartas a Eduardo J. Correa, su mentor y primer promotor, se definía como “un muchacho que tiene fe en su porvenir literario”. Carta 17, 9 de julio de 1908. p. 82.

De éstas, en relación al texto “Para las lectoras”, que comienza con la pregunta: “¿Te fastidias, bella lectora de los severos renglones de agrio gesto que no aprisionan en sus sílabas la confidencia de algún afecto ni el cascabeleo juguetón de alguna alegre noticia?”, el investigador Guillermo Sheridan destaca que ”tiene el mérito de ser el primer ensayo de prosa poética de López Velarde, anuncio de su mejor prosa por venir”. Y para resaltar el sabor morfosintáctico característico de nuestro poeta, cita el siguiente enunciado: “Confidente soy al decirte, a riesgo de pecar de indiscreto, que eres toda indulgencia”.

En lo personal, de los textos que escribió el poeta jerezano en El Observador, el que más me conmueve se titula “Colombina toma ceniza”, porque si bien en los demás escritos anticipa su musa, su estilo, su morfosintaxis y sus obsesiones, en éste, donde resalta el contraste entre el ambiente báquico y desenfrenado del carnaval, frente a la gracia penitencial de las cruces de ceniza, el poeta encuentra su función: “Y jura que ha de hacer una bella estrofa a la ceniza y a las frentes blancas”, y agrega: “Ésta será, piensa él, la valiosa herencia que mi ensueño moribundo dé a los humanos”. Según su temprana intuición, su poesía tenderá lazos entre dos realidades aparentemente separadas y opuestas: lo sagrado y lo profano. Su “demencia” le permitirá el diálogo y la identificación con los lectores. De ahí que su texto termine con una afirmación sobre Pierrot y una pregunta retórica: “Además Pierrot ha sido el más loco de los poetas, ¿Saben ustedes?”

Sobre su prosa se han escrito juicios certeros. Argüelles dice: “Su prosa -musical, rítmica, rica en armonías, plena de referencias y guiños culturales- es sin duda alguna, la prosa de un poeta” y Xavier Villaurrutia es todavía más específico: “No es la monótona del paseante solitario sino la del bailarín, que obedece a una música interior y que no tiene más límite que el de la fuerza de sus músculos y la capacidad de sus pulmones”.

Después de este breve repaso por algunas de primeras prosas poéticas, o “crónicas literarias”, puedo establecer ciertas generalidades: 1. El sentido autobiográfico de su prosa poética, manejado desde sus primeros textos, nos hace pensar que esto no sea un azar, ni obedezca a un procedimiento simplemente formal del poeta. 2.- Es autobiográfica por fidedigna como un acto de desgarramiento y confesión. 3.- Su prosa concilia el poder fundamental del narrador con la fuerza sugestiva de la poesía contenida en un lenguaje de extraordinarias tonalidades discursivas, bajo el amparo de las manifestaciones de la imaginación creadora. En fin, estos escritos iniciales representan el comienzo seguro de un poeta que ya para entonces avizoraba un horizonte de mayor densidad para su obra.