/ viernes 10 de septiembre de 2021

Taza de soles | Talleres de lectura, escribir no basta 

Vengo de una tradición de lectores. De lectura de libros pertenecientes a un canon. De lecturas que se leen por disfrute, pero que no tienen repercusión en la formación de un criterio, de una identidad. De escritura, menos. Pocos momentos hubo para escribir en la escuela primaria, tampoco en la secundaria, ni en la licenciatura; de tal modo que cuando quisimos hacemos nuestra tesis para recibir nuestro título de maestras, hubo necesidad de pagar a alguien para que nos ayudara a redactar. Todas, en mi generación de normalistas, y en otras generaciones, desfilamos con el Sr. Trujillo, en la Colonia Ferronales. Yo fui y cuando me di cuenta de cómo se podían redactar unas memorias, eché a la basura lo que me había redactado el Sr mencionado y escribí los capítulos que se nos habían sugerido. Pero lo hice de una manera tan escueta que el Prof. Federico Esparza, me dijo muy metafóricamente que mi escrito estaba en los huesos y me regresó a que le pusiera “carne”; es decir que no solo anotara datos, sino que describiera, comentara, en fin que “embarneciera” mis memorias.

Hago todo este preámbulo personal para situar la situación de la mayoría de nosotros, frente a la escritura. Porque somos lectores. Eso es más fácil. Nos gusta la lectura, apreciamos a los que escriben y en ocasiones los admiramos al punto de concederles dotes extraordinarias. El genio. Y por mucho tiempo en nuestros países latinoamericanos, un genio, que pretendidamente estuvo privilegiando a los varones. Ahora, las cosas están cambiando. Junto con la liberación femenina, parece que hay un despertar de la escritura de las mujeres. Quizá no de todas, ni en todos los estratos sociales, pero sí se advierte esta recuperación del espacio de la escritura. Vemos en la red, cuántos grupos se abren para mujeres que escriben, cómo sus textos van ganando lectores, cómo hay quienes opinan, que lo más creativo en cuestión de poesía está del lado femenino. Pero también hay ensayos sobresalientes y se empiezan a tocar temas que antes no llamaban la atención o eran temas poco trabajados. La maternidad como elección y cómo acceder a ella sin renunciar a otras realizaciones, es uno d ellos temas esenciales, pero también los ensayos que hablan de los cuidados que nos debemos unos a otros y no solo a los adultos mayores. La escritura intergeneracional, es decir una escritura que involucre a generaciones adultas con las jóvenes y aun con los niños. Las narraciones ya sea breves o de largo aliento, las dramaturgas, quizá en menor proporción, pero igualmente haciéndose presentes en el ámbito general de las publicaciones.

¿Por qué de todo esto? Porque leer no basta; si no puede decir cada quien en la medida de sus posibilidades sus propias palabras, contar su propia historia.

A eso he invitado yo a un grupito de personas. Y estamos trabajando en un taller de escritura: Pilar Palacios, quien es artista plástica, María Guadalupe Márquez, maestra jubilada, Xóchitl Hernández, quien tiene un restaurante en el Complejo Tres Centurias, Jesús González, maestro en funciones, su esposa Verónica Castillo, egresada de Comunicación Organizacional, José Luis Muñoz, maestro a nivel posgrado. ¿Qué escribimos? básicamente nuestras crónicas, los personajes del pueblo que nos dejado una huella en la memoria, hablamos de las dificultades del artista para seguir su vocación en medio de un entorno familiar que no siempre es propicio, de nuestros ancestros, de la infancia que nos tocó vivir, del tiempo que nos arrolla como potro desbocado. ¿Cómo lo hacemos? Nos proponemos retos de escritura. Tantas palabras por día, bajo un proyecto que vamos revisando cada tanto tiempo. ¿Por qué lo hacemos? Porque necesitamos hacerlo. Porque en medio de tanta incertidumbre la página escrita nos brinda una certeza: aun estamos vivos, poseemos memoria y confiamos en tener lectores, que es como creer en Dios, con el agregado de que esa creencia se puede confirmar en el momento que nos decidamos a compartir nuestros escritos.

Y mientras tanto, vamos aprendiendo a vivir, como dijera Clarice Lispector. Porque al escribir nos hacemos conscientes de que la vida no es para sobrevivirla de cualquier manera, sino de la manera más despierta que podamos hacerlo.

Vengo de una tradición de lectores. De lectura de libros pertenecientes a un canon. De lecturas que se leen por disfrute, pero que no tienen repercusión en la formación de un criterio, de una identidad. De escritura, menos. Pocos momentos hubo para escribir en la escuela primaria, tampoco en la secundaria, ni en la licenciatura; de tal modo que cuando quisimos hacemos nuestra tesis para recibir nuestro título de maestras, hubo necesidad de pagar a alguien para que nos ayudara a redactar. Todas, en mi generación de normalistas, y en otras generaciones, desfilamos con el Sr. Trujillo, en la Colonia Ferronales. Yo fui y cuando me di cuenta de cómo se podían redactar unas memorias, eché a la basura lo que me había redactado el Sr mencionado y escribí los capítulos que se nos habían sugerido. Pero lo hice de una manera tan escueta que el Prof. Federico Esparza, me dijo muy metafóricamente que mi escrito estaba en los huesos y me regresó a que le pusiera “carne”; es decir que no solo anotara datos, sino que describiera, comentara, en fin que “embarneciera” mis memorias.

Hago todo este preámbulo personal para situar la situación de la mayoría de nosotros, frente a la escritura. Porque somos lectores. Eso es más fácil. Nos gusta la lectura, apreciamos a los que escriben y en ocasiones los admiramos al punto de concederles dotes extraordinarias. El genio. Y por mucho tiempo en nuestros países latinoamericanos, un genio, que pretendidamente estuvo privilegiando a los varones. Ahora, las cosas están cambiando. Junto con la liberación femenina, parece que hay un despertar de la escritura de las mujeres. Quizá no de todas, ni en todos los estratos sociales, pero sí se advierte esta recuperación del espacio de la escritura. Vemos en la red, cuántos grupos se abren para mujeres que escriben, cómo sus textos van ganando lectores, cómo hay quienes opinan, que lo más creativo en cuestión de poesía está del lado femenino. Pero también hay ensayos sobresalientes y se empiezan a tocar temas que antes no llamaban la atención o eran temas poco trabajados. La maternidad como elección y cómo acceder a ella sin renunciar a otras realizaciones, es uno d ellos temas esenciales, pero también los ensayos que hablan de los cuidados que nos debemos unos a otros y no solo a los adultos mayores. La escritura intergeneracional, es decir una escritura que involucre a generaciones adultas con las jóvenes y aun con los niños. Las narraciones ya sea breves o de largo aliento, las dramaturgas, quizá en menor proporción, pero igualmente haciéndose presentes en el ámbito general de las publicaciones.

¿Por qué de todo esto? Porque leer no basta; si no puede decir cada quien en la medida de sus posibilidades sus propias palabras, contar su propia historia.

A eso he invitado yo a un grupito de personas. Y estamos trabajando en un taller de escritura: Pilar Palacios, quien es artista plástica, María Guadalupe Márquez, maestra jubilada, Xóchitl Hernández, quien tiene un restaurante en el Complejo Tres Centurias, Jesús González, maestro en funciones, su esposa Verónica Castillo, egresada de Comunicación Organizacional, José Luis Muñoz, maestro a nivel posgrado. ¿Qué escribimos? básicamente nuestras crónicas, los personajes del pueblo que nos dejado una huella en la memoria, hablamos de las dificultades del artista para seguir su vocación en medio de un entorno familiar que no siempre es propicio, de nuestros ancestros, de la infancia que nos tocó vivir, del tiempo que nos arrolla como potro desbocado. ¿Cómo lo hacemos? Nos proponemos retos de escritura. Tantas palabras por día, bajo un proyecto que vamos revisando cada tanto tiempo. ¿Por qué lo hacemos? Porque necesitamos hacerlo. Porque en medio de tanta incertidumbre la página escrita nos brinda una certeza: aun estamos vivos, poseemos memoria y confiamos en tener lectores, que es como creer en Dios, con el agregado de que esa creencia se puede confirmar en el momento que nos decidamos a compartir nuestros escritos.

Y mientras tanto, vamos aprendiendo a vivir, como dijera Clarice Lispector. Porque al escribir nos hacemos conscientes de que la vida no es para sobrevivirla de cualquier manera, sino de la manera más despierta que podamos hacerlo.