/ viernes 14 de enero de 2022

Taza de Soles | Morir bajo el silencio de las campanas

La semana pasada hice una breve alusión a esta novela, cuya línea de acción está ubicada en los años de la Guerra Cristera y en el ámbito de Aguascalientes, y dije que ameritaba una reseña más amplia. Daba las gracias a sus autores Cecilia C. Franco Ruiz Esparza y Felipe Ruiz de Chávez, por la reconstrucción literaria e histórica de una etapa particularmente intensa y crucial para entender incluso la idiosincrasia de los aguascalentenses. Ahora, lo quiero hacer con mayor conocimiento de causa.

Me gustó desde el título: “Morir bajo el silencio de las campanas”, pone al lector frente a una fuerte expectativa. La novela anuncia, desde este paratexto, que sus protagonistas, un hombre y una mujer que aparecen fotografiados en la portada, podrían tener un destino infausto. Entre ambos, la fotografía del templo de San Marcos nos lleva de inmediato a la etapa de la suspensión de cultos.

Así, podemos entrar en los pormenores de una narración a dos manos, donde con un estilo fresco y elegante, sin dejar de ser claro y sencillo, vemos cómo nos presentan la historia de un idilio entre Ignacio Ruiz de Chávez, hijo de don Felipe Ruiz de Chávez y Lupe Ybarra Pedroza. Pero este hilo conductor, que lleva de la mano al lector por trece apartados, que en su interior se desglosan en capítulos más breves, es una hermosa ficción literaria para presentarnos una tajada de la historia de Aguascalientes y de los personajes más sobresalientes en la etapa conocida como guerra cristera. Todo da inicio en mayo de 1926, cuando en la Tenería El Diamante, propiedad de Felipe Ruiz de Chávez se duelen de la entrada en vigor de la ley Calles que prohibía la enseñanza religiosa en las escuela y confiscaba las propiedades de las instituciones eclesiásticas. Empiezan a desfilar por los capítulos personajes tan conspicuos como Conchita Aguayo, maestra y enfermera y amiga de los intelectuales y los artistas de Aguascalientes. En las tertulias se hacen comentarios retrospectivos respecto al gobierno de Alberto Fuentes Dávila quien gobernó a Aguascalientes de manera arbitraria en la primera década del siglo XX se habla del motín de San Marcos, para contextualizar la atmósfera tensa que se va acentuando y que terminará por precipitar las acciones en uno y en otro bando. Por parte del gobierno, se acentúan restricciones y agravios, por parte la iglesia católica, se procede a la suspensión de cultos y la guerra armada. Se agradece que el libro, que según nos informan en los agradecimientos, estuvo ampliamente documentado, haya sido escrito con imparcialidad y que presente las dudas de la parte católica, las decisiones controvertidas, los criterios diversos, los misterios de personalidades como de Joaquín Amaro, Secretario de Guerra y Marina de Calles, cuyas contradicciones se advierten en cartas que su esposa Elisa Izaguirre dirigió a Conchita Aguayo.

Sin embargo, esa parte de la historia se complementa de manera especial con las alusiones a la vida cotidiana, y en ese ámbito resplandecen los personajes femeninos. Desde la Mamá China, que las orienta con perspicacia a la hora de elegir pareja: “los ángeles dan alazos y los diablos colazos”, Mercedes Ibarra y sus alusiones a la modernidad: “bienvenida a la modernidad, muchacha, siempre será mejor ser pelona que trenzona”. Se agradece su alusión a Pachita Tostado, mujer invidente, que fue tejedora, catequista y promotora de la construcción del templo al Espíritu Santo. En fin, el mundo de las mujeres está ampliamente recreado con las oraciones, las recetas de cocina, como la famosa rosca alemana, pero también se habla de conquistar derechos como el voto, de “leer para tener criterio y actuar en consecuencia”. p. 315. Se alude a mujeres que sanan el cuerpo y el alma con su gran sabiduría ancestral. p. 349. Y de pronto, la narradora deja caer esta perla de su reflexión: “todas las mujeres casadas que conocía, buscaban una forma de dispersarse del barullo de la casa. Unas se refugiaban en la cocina por la tarde a hornear galletas o pasteles o a preparar dulces, otras salían de visita, algunas rezaban el rosario en el templo o realizaban obras pías; otras más invitaban a las amigas a bordar, a tejer o a deshilar. Era como si crearan sus propios jardines, como si inventaran un oasis de deleite en medio de la monotonía de la vida cotidiana”. p. 428. El libro cierra con dos Epílogos: en el primero, resume la situación política y social de México después de abril de 1927. cuando se dan los acuerdos entre la Iglesia y el Estado para el cese de la guerra. El segundo, presenta unas breves semblanzas sobre los participantes en estos hechos históricos.

En fin, una lectura que se disfruta ampliamente en muchos niveles. La recomiendo.

La semana pasada hice una breve alusión a esta novela, cuya línea de acción está ubicada en los años de la Guerra Cristera y en el ámbito de Aguascalientes, y dije que ameritaba una reseña más amplia. Daba las gracias a sus autores Cecilia C. Franco Ruiz Esparza y Felipe Ruiz de Chávez, por la reconstrucción literaria e histórica de una etapa particularmente intensa y crucial para entender incluso la idiosincrasia de los aguascalentenses. Ahora, lo quiero hacer con mayor conocimiento de causa.

Me gustó desde el título: “Morir bajo el silencio de las campanas”, pone al lector frente a una fuerte expectativa. La novela anuncia, desde este paratexto, que sus protagonistas, un hombre y una mujer que aparecen fotografiados en la portada, podrían tener un destino infausto. Entre ambos, la fotografía del templo de San Marcos nos lleva de inmediato a la etapa de la suspensión de cultos.

Así, podemos entrar en los pormenores de una narración a dos manos, donde con un estilo fresco y elegante, sin dejar de ser claro y sencillo, vemos cómo nos presentan la historia de un idilio entre Ignacio Ruiz de Chávez, hijo de don Felipe Ruiz de Chávez y Lupe Ybarra Pedroza. Pero este hilo conductor, que lleva de la mano al lector por trece apartados, que en su interior se desglosan en capítulos más breves, es una hermosa ficción literaria para presentarnos una tajada de la historia de Aguascalientes y de los personajes más sobresalientes en la etapa conocida como guerra cristera. Todo da inicio en mayo de 1926, cuando en la Tenería El Diamante, propiedad de Felipe Ruiz de Chávez se duelen de la entrada en vigor de la ley Calles que prohibía la enseñanza religiosa en las escuela y confiscaba las propiedades de las instituciones eclesiásticas. Empiezan a desfilar por los capítulos personajes tan conspicuos como Conchita Aguayo, maestra y enfermera y amiga de los intelectuales y los artistas de Aguascalientes. En las tertulias se hacen comentarios retrospectivos respecto al gobierno de Alberto Fuentes Dávila quien gobernó a Aguascalientes de manera arbitraria en la primera década del siglo XX se habla del motín de San Marcos, para contextualizar la atmósfera tensa que se va acentuando y que terminará por precipitar las acciones en uno y en otro bando. Por parte del gobierno, se acentúan restricciones y agravios, por parte la iglesia católica, se procede a la suspensión de cultos y la guerra armada. Se agradece que el libro, que según nos informan en los agradecimientos, estuvo ampliamente documentado, haya sido escrito con imparcialidad y que presente las dudas de la parte católica, las decisiones controvertidas, los criterios diversos, los misterios de personalidades como de Joaquín Amaro, Secretario de Guerra y Marina de Calles, cuyas contradicciones se advierten en cartas que su esposa Elisa Izaguirre dirigió a Conchita Aguayo.

Sin embargo, esa parte de la historia se complementa de manera especial con las alusiones a la vida cotidiana, y en ese ámbito resplandecen los personajes femeninos. Desde la Mamá China, que las orienta con perspicacia a la hora de elegir pareja: “los ángeles dan alazos y los diablos colazos”, Mercedes Ibarra y sus alusiones a la modernidad: “bienvenida a la modernidad, muchacha, siempre será mejor ser pelona que trenzona”. Se agradece su alusión a Pachita Tostado, mujer invidente, que fue tejedora, catequista y promotora de la construcción del templo al Espíritu Santo. En fin, el mundo de las mujeres está ampliamente recreado con las oraciones, las recetas de cocina, como la famosa rosca alemana, pero también se habla de conquistar derechos como el voto, de “leer para tener criterio y actuar en consecuencia”. p. 315. Se alude a mujeres que sanan el cuerpo y el alma con su gran sabiduría ancestral. p. 349. Y de pronto, la narradora deja caer esta perla de su reflexión: “todas las mujeres casadas que conocía, buscaban una forma de dispersarse del barullo de la casa. Unas se refugiaban en la cocina por la tarde a hornear galletas o pasteles o a preparar dulces, otras salían de visita, algunas rezaban el rosario en el templo o realizaban obras pías; otras más invitaban a las amigas a bordar, a tejer o a deshilar. Era como si crearan sus propios jardines, como si inventaran un oasis de deleite en medio de la monotonía de la vida cotidiana”. p. 428. El libro cierra con dos Epílogos: en el primero, resume la situación política y social de México después de abril de 1927. cuando se dan los acuerdos entre la Iglesia y el Estado para el cese de la guerra. El segundo, presenta unas breves semblanzas sobre los participantes en estos hechos históricos.

En fin, una lectura que se disfruta ampliamente en muchos niveles. La recomiendo.