/ viernes 3 de junio de 2022

Taza de Soles | Leyendo con los jóvenes 

I.

Una de mis nietas, Miranda, de catorce años me preguntó que si tenía el libro Demian de Herman Hesse. Me sorprendí, pero se lo presté. ¿Te lo pidieron en la secundaria? No, me dijo. Lo quiero leer porque los BTS mencionan varias de sus frases. Me fui a ver y a escuchar por primera vez la banda coreana que hace furor entre mis nietas y allí estaban algunas de las imágenes y símbolos de la novela que yo también disfruté en la adolescencia. Un libro revelador para muchas personas de mi generación. La mención de mi nieta me hizo volver sobre los pasos de Sinclair, el joven que se siente seducido y guiado por la personalidad de Demián, quien lo libra del influjo negativo del condiscípulo que lo tenía constreñido bajo sensaciones de culpa. Demián, además representa la relectura de mitos ancestrales como el de Caín, la revelación de una divinidad como Abraxas, que contiene en sí misma las luces y las sombras, el misterio permanente del fuego siempre cambiante, y por último, la seducción y fuerza de la parte femenina del ser humano. Esa Eva que es madre y amante y que le revela que hay una unidad palpable entre todos los humanos. Ah, y Pistorous, el organista, imagen del artista extasiado por la belleza. Ahora, pienso en todo esto mientras mi nieta se lleva el libro y me hace repasar mi periplo por las novelas de este autor, a quien le seguí la pista por algún tiempo. Bajo este influjo leí, leímos Sidharta, que nos llevó a conocer el despertar de Buda. Luego, repasé El lobo estepario, que no tuvo muchas resonancias en mi persona, pero sí, uno de los últimos relatos de Hesse: El juego de los abalorios, donde el autor plantea la inquietante tesis de que la cultura es como un juego de lentejuelas, cuyo el único valor consistente está representado por la figura del maestro, “Joseph, el que sirve”. Todo esto lo debo agradecer a una banda de chicos, por la que yo no había apostado ni tres cacahuates.

II.

Les había comentado de la invitación que recibí en días pasados para asistir a una “tertulia literaria”, con chicos de segundo de secundaria, para comentar algunos capítulos de la novela Matar a un ruiseñor, de Harper Lee. La cita, a las ocho de la mañana, exactamente hace una semana me deparaba una experiencia agradable. Los cuarenta alumnos estaban sentados alrededor del salón, cada uno de ellos con su libro abierto y dispuestos a comentar el párrafo que les había impresionado. La maestra había nombrado a la moderadora de la sesión y ella ya tenía anotados a los que voluntariamente habían solicitado una participación. Me llamó la fluidez con la que empezaron a surgir los comentarios, la atención que se prestaban unos a otros, la relación que establecían entre la trama y sus propias vivencias, pero también me sorprendí ante algunas expresiones que no son usuales cuando se valoran por primera vez los textos literarios, como “siento que está escrito con una gran inocencia”. Lo cual significa apreciar la mirada intencionadamente infantil de la narradora. Yo les di algunos puntos de vista, pero creo que me faltó felicitarlos, desde aquí lo hago y también a su maestra.

III.

Mi nieto Mateo (doce años), en estos días nos ha dicho que ya sabe lo que va a estudiar. Lo celebramos, porque estas decisiones no siempre son fáciles. Quiere estudiar Historia, y nos resulta creíble, porque el chico ha estado atento a este tema desde años atrás. Hace poco leyó la novela gráfica Maus, cuyo tema es el holocausto judío y dice que ya dio dos repasos a una Breve Enciclopedia sobre Culturas Antiguas que yo le regalé. Ahora, le he prestado una novela histórica que acabo de leer, cuyo título es Varón de deseos y cuyo autor es el novelista mexicano Pedro Ángel Palau. La novela, que llegó a mis manos gracias a la recomendación y préstamo de un buen amigo, me resultó sorprendentemente atractiva, porque está dedicada a recrear la vida de un personaje increíble: Juan de Palafox, quien en el siglo XVII, fue virrey de la Nueva España y Arzobispo de Puebla. Pero más allá de sus cargos, se trata de una vida singular por sus cualidades éticas y morales. Además, y no es algo menor, está redactada con una gran fluidez, sin menoscabo alguno de la erudición y precisión de los datos corroborados por el autor.

En fin, les comparto, porque me parece que todos podemos estar atentos a los intereses de los jóvenes, podemos aprender de ellos, renovar nuestras propias experiencias lectoras, e incluso leer sus propuestas. Hace unos días, una chica que viene a la sala de lectura trajo la novela Boulevard, para que yo la leyera. Ya les platicaré.

I.

Una de mis nietas, Miranda, de catorce años me preguntó que si tenía el libro Demian de Herman Hesse. Me sorprendí, pero se lo presté. ¿Te lo pidieron en la secundaria? No, me dijo. Lo quiero leer porque los BTS mencionan varias de sus frases. Me fui a ver y a escuchar por primera vez la banda coreana que hace furor entre mis nietas y allí estaban algunas de las imágenes y símbolos de la novela que yo también disfruté en la adolescencia. Un libro revelador para muchas personas de mi generación. La mención de mi nieta me hizo volver sobre los pasos de Sinclair, el joven que se siente seducido y guiado por la personalidad de Demián, quien lo libra del influjo negativo del condiscípulo que lo tenía constreñido bajo sensaciones de culpa. Demián, además representa la relectura de mitos ancestrales como el de Caín, la revelación de una divinidad como Abraxas, que contiene en sí misma las luces y las sombras, el misterio permanente del fuego siempre cambiante, y por último, la seducción y fuerza de la parte femenina del ser humano. Esa Eva que es madre y amante y que le revela que hay una unidad palpable entre todos los humanos. Ah, y Pistorous, el organista, imagen del artista extasiado por la belleza. Ahora, pienso en todo esto mientras mi nieta se lleva el libro y me hace repasar mi periplo por las novelas de este autor, a quien le seguí la pista por algún tiempo. Bajo este influjo leí, leímos Sidharta, que nos llevó a conocer el despertar de Buda. Luego, repasé El lobo estepario, que no tuvo muchas resonancias en mi persona, pero sí, uno de los últimos relatos de Hesse: El juego de los abalorios, donde el autor plantea la inquietante tesis de que la cultura es como un juego de lentejuelas, cuyo el único valor consistente está representado por la figura del maestro, “Joseph, el que sirve”. Todo esto lo debo agradecer a una banda de chicos, por la que yo no había apostado ni tres cacahuates.

II.

Les había comentado de la invitación que recibí en días pasados para asistir a una “tertulia literaria”, con chicos de segundo de secundaria, para comentar algunos capítulos de la novela Matar a un ruiseñor, de Harper Lee. La cita, a las ocho de la mañana, exactamente hace una semana me deparaba una experiencia agradable. Los cuarenta alumnos estaban sentados alrededor del salón, cada uno de ellos con su libro abierto y dispuestos a comentar el párrafo que les había impresionado. La maestra había nombrado a la moderadora de la sesión y ella ya tenía anotados a los que voluntariamente habían solicitado una participación. Me llamó la fluidez con la que empezaron a surgir los comentarios, la atención que se prestaban unos a otros, la relación que establecían entre la trama y sus propias vivencias, pero también me sorprendí ante algunas expresiones que no son usuales cuando se valoran por primera vez los textos literarios, como “siento que está escrito con una gran inocencia”. Lo cual significa apreciar la mirada intencionadamente infantil de la narradora. Yo les di algunos puntos de vista, pero creo que me faltó felicitarlos, desde aquí lo hago y también a su maestra.

III.

Mi nieto Mateo (doce años), en estos días nos ha dicho que ya sabe lo que va a estudiar. Lo celebramos, porque estas decisiones no siempre son fáciles. Quiere estudiar Historia, y nos resulta creíble, porque el chico ha estado atento a este tema desde años atrás. Hace poco leyó la novela gráfica Maus, cuyo tema es el holocausto judío y dice que ya dio dos repasos a una Breve Enciclopedia sobre Culturas Antiguas que yo le regalé. Ahora, le he prestado una novela histórica que acabo de leer, cuyo título es Varón de deseos y cuyo autor es el novelista mexicano Pedro Ángel Palau. La novela, que llegó a mis manos gracias a la recomendación y préstamo de un buen amigo, me resultó sorprendentemente atractiva, porque está dedicada a recrear la vida de un personaje increíble: Juan de Palafox, quien en el siglo XVII, fue virrey de la Nueva España y Arzobispo de Puebla. Pero más allá de sus cargos, se trata de una vida singular por sus cualidades éticas y morales. Además, y no es algo menor, está redactada con una gran fluidez, sin menoscabo alguno de la erudición y precisión de los datos corroborados por el autor.

En fin, les comparto, porque me parece que todos podemos estar atentos a los intereses de los jóvenes, podemos aprender de ellos, renovar nuestras propias experiencias lectoras, e incluso leer sus propuestas. Hace unos días, una chica que viene a la sala de lectura trajo la novela Boulevard, para que yo la leyera. Ya les platicaré.