/ viernes 1 de julio de 2022

Taza de Soles | Juan Carlos, el poeta de la casa, y las epifanías 

El poeta Juan Carlos Quiroz nos dijo que tardó ocho años en redactar el libro Cuadernos de epifanía. Es un libro publicado en 2020, que habla sobre sus orígenes físicos y poéticos, donde el escritor recrea imaginativamente entornos significativos para el alma. Por este libro, los lectores podemos saber que para Juan Carlos la vida comenzó en el Río de los Pirules, donde unos jóvenes, que fueron sus padres, se asechan, se presienten, que es una forma de decir que se aman y empiezan su vida juntos en la Hacienda El Mezquite. Después la escena se traslada a la casa de los alfareros, en la calle de los Ángeles, y capítulos adelante el poeta nos habla del Panteón de la Cruz, del Cerro del Muerto, de la Villa de la Asunción, de la Villa de las Aguas Calientes, para culminar con la sentida oración a la Virgen de la Asunción. Juan Carlos Quiroz nos confesó, a los reunidos en la Taza de soles (esta sala de lectura, tan acogedoramente socorrida con la presencia de generosos poetas), y nosotros le creímos. En esos años, él trabajó en la creación de otros poemas, en la redacción de una novela, en fin, en otros proyectos. Pero las palabras sobre sus progenitores estaban ahí, esperándolo, y el poeta debía hablar de sus epifanías, de sus descubrimientos más sentidos, tenía que responder a la pregunta: ¿De dónde me viene la poesía? Y ese viaje lo llevó hasta la fundación de una ciudad, hacia su religiosidad mariana, y descubrió que su amor por la palabra poética le llegaba de un padre que le dice: una flor no es una flor, es una sombra de Dios/ mientras un niño y un hombre hacen el camino hacia la Hacienda, donde su madre, […] / lleva en sus manos un luminoso mechón para alumbrar el alba/ la rodean voluntad de quimeras/ y resonancia de gallos/ A su paso deja una estela de olor/ que cae de su pelo/ Pasa entre los frutos del huerto/ a un lado del pozo caído/ brinca las charcas llenas de agua/ y habla con Dios. El poeta lee en voz alta, mientras cae la tarde. “Nos atrapó”, me dicen después quienes lo escucharon. Qué lujo es tener a un poeta leyendo en el entorno casi familiar de una sala de lectura, en un fraccionamiento periférico; a donde el escritor ha llegado cargado de libros - una edición del IMAC- para repartir entre los presentes. Y nos platica de otras presentaciones, de otras lecturas -en la UNAM, por ejemplo- donde él se llevó la grata sorpresa de saber que es un poeta leído por jóvenes universitarios. Nos habla de su método constructivo, de las dos fases principales para él: la del rápido e inspirado impulso de la primera escritura y la larga tarea de depurar, de elegir y pulir los poemas logrados. Para culminar nos manda, en formato PDF, otro de sus libros de poemas: El poeta de la casa. Y los lectores entramos en el juego de conocer otra faceta, la del escritor que puede ser niño o joven cuando quiere. “Soy Antonio Motocicleta Sony. /La enorme tierra se encuentra a mis pies. /Soy el hombre más poderoso de todos. /Vuelo cuando quiero volar, /atravieso el océano en menos de cinco segundos. / Brinco en el lomo de un avestruz. /Me río más rápido que un colibrí. /La gran gata gorda pelea siempre conmigo. /No se preocupen, cuando yo crezca defenderé al mundo. /Pero por ahora tengo cuatro años /y sólo hago magia cuando beso a mamá”. Pero no es cierto, el poeta ejecuta un sortilegio cada vez que escribe un poema y se transforma en el creyente de la magia: “en la absurda, /en la siniestra,/en la inefable voluntad de la poesía cuando ensucia /el papel”, o se convierte en el escritor que lee seducido por la magia de otros creadores como Neruda; “No hago poesía, hago pájaros,/nubes./Hago la lluvia que baja del cielo y golpea las piedras./Hago el silencio que recorre el umbral de las aguas profundas. /No hago nada. /Mejor regreso a casa y hago el amor//”

Lo leemos y entonces se cierra este ciclo. El poeta nos ha confirmado que nadie se hace poeta solo, se nutre de poesía quien es sensible a sus orígenes, quien recuerda las frases, las acciones de sus ancestros, hayan sido éstos alfareros, sastres o rieleros; pero también se hace poeta quien lee y asimila la esencia de lo leído, penetra en la piel de quien lo escribió y entonces puede jugar con libertad a hacer lo propio, a encontrar su voz, en el matiz exacto de quien sabe que es el poeta de la casa: Aguascalientes.

El poeta Juan Carlos Quiroz nos dijo que tardó ocho años en redactar el libro Cuadernos de epifanía. Es un libro publicado en 2020, que habla sobre sus orígenes físicos y poéticos, donde el escritor recrea imaginativamente entornos significativos para el alma. Por este libro, los lectores podemos saber que para Juan Carlos la vida comenzó en el Río de los Pirules, donde unos jóvenes, que fueron sus padres, se asechan, se presienten, que es una forma de decir que se aman y empiezan su vida juntos en la Hacienda El Mezquite. Después la escena se traslada a la casa de los alfareros, en la calle de los Ángeles, y capítulos adelante el poeta nos habla del Panteón de la Cruz, del Cerro del Muerto, de la Villa de la Asunción, de la Villa de las Aguas Calientes, para culminar con la sentida oración a la Virgen de la Asunción. Juan Carlos Quiroz nos confesó, a los reunidos en la Taza de soles (esta sala de lectura, tan acogedoramente socorrida con la presencia de generosos poetas), y nosotros le creímos. En esos años, él trabajó en la creación de otros poemas, en la redacción de una novela, en fin, en otros proyectos. Pero las palabras sobre sus progenitores estaban ahí, esperándolo, y el poeta debía hablar de sus epifanías, de sus descubrimientos más sentidos, tenía que responder a la pregunta: ¿De dónde me viene la poesía? Y ese viaje lo llevó hasta la fundación de una ciudad, hacia su religiosidad mariana, y descubrió que su amor por la palabra poética le llegaba de un padre que le dice: una flor no es una flor, es una sombra de Dios/ mientras un niño y un hombre hacen el camino hacia la Hacienda, donde su madre, […] / lleva en sus manos un luminoso mechón para alumbrar el alba/ la rodean voluntad de quimeras/ y resonancia de gallos/ A su paso deja una estela de olor/ que cae de su pelo/ Pasa entre los frutos del huerto/ a un lado del pozo caído/ brinca las charcas llenas de agua/ y habla con Dios. El poeta lee en voz alta, mientras cae la tarde. “Nos atrapó”, me dicen después quienes lo escucharon. Qué lujo es tener a un poeta leyendo en el entorno casi familiar de una sala de lectura, en un fraccionamiento periférico; a donde el escritor ha llegado cargado de libros - una edición del IMAC- para repartir entre los presentes. Y nos platica de otras presentaciones, de otras lecturas -en la UNAM, por ejemplo- donde él se llevó la grata sorpresa de saber que es un poeta leído por jóvenes universitarios. Nos habla de su método constructivo, de las dos fases principales para él: la del rápido e inspirado impulso de la primera escritura y la larga tarea de depurar, de elegir y pulir los poemas logrados. Para culminar nos manda, en formato PDF, otro de sus libros de poemas: El poeta de la casa. Y los lectores entramos en el juego de conocer otra faceta, la del escritor que puede ser niño o joven cuando quiere. “Soy Antonio Motocicleta Sony. /La enorme tierra se encuentra a mis pies. /Soy el hombre más poderoso de todos. /Vuelo cuando quiero volar, /atravieso el océano en menos de cinco segundos. / Brinco en el lomo de un avestruz. /Me río más rápido que un colibrí. /La gran gata gorda pelea siempre conmigo. /No se preocupen, cuando yo crezca defenderé al mundo. /Pero por ahora tengo cuatro años /y sólo hago magia cuando beso a mamá”. Pero no es cierto, el poeta ejecuta un sortilegio cada vez que escribe un poema y se transforma en el creyente de la magia: “en la absurda, /en la siniestra,/en la inefable voluntad de la poesía cuando ensucia /el papel”, o se convierte en el escritor que lee seducido por la magia de otros creadores como Neruda; “No hago poesía, hago pájaros,/nubes./Hago la lluvia que baja del cielo y golpea las piedras./Hago el silencio que recorre el umbral de las aguas profundas. /No hago nada. /Mejor regreso a casa y hago el amor//”

Lo leemos y entonces se cierra este ciclo. El poeta nos ha confirmado que nadie se hace poeta solo, se nutre de poesía quien es sensible a sus orígenes, quien recuerda las frases, las acciones de sus ancestros, hayan sido éstos alfareros, sastres o rieleros; pero también se hace poeta quien lee y asimila la esencia de lo leído, penetra en la piel de quien lo escribió y entonces puede jugar con libertad a hacer lo propio, a encontrar su voz, en el matiz exacto de quien sabe que es el poeta de la casa: Aguascalientes.