/ viernes 29 de julio de 2022

Taza de Soles | Doña Felipa busca a su hijo el día del señor Santiago

Hace unos años escribí este cuento que ganó un premio en un Certamen del que pocos se acuerdan, pero que fue importante para la escritura literaria e histórica de muchos aguascalentenses. Cómo el tema gira en torno de la fiesta de los Chicahuales y la forma en que ésta se celebraba en el siglo XIX, me parece oportuno retomar y compartir.

“—Doña Felipa, ¿no ha llegado el Tito?

—No, ¿por qué?

—Porque si no viene a comer, es que se ahogó —¿Qué dices muchacho?

—Es que andaba con nosotros echándose clavaditos en el canal, pero después ya no lo vimos. sabe quién dijo que se metió a lo hondo y.... ya no salió.

—Muchacho del demonio, por qué me asustas, mi hijo es muy caramba, pero no tan atarantado como para ahogarse, anda, acompáñame a buscarlo. doña Felipa dice lo último para animarse, pero lo cierto es que las entrañas le dan un vuelco y algo así como un hueco se deposita en el fondo de su corazón; con rapidez avienta al suelo las mazorcas que trae en la mano, se lía un rebozo en la cabeza, y después de emparejar la endeble puerta de su casa , toma el rumbo del canal que conduce el agua a las huertas, aunque para hacerlo tenga que atravesar medio pueblo y cruzar la plaza que está frente al templo de Jesús María .

Corría el año de 1900 y la mujer aún no conocía bien a bien todas las costumbres del poblado— había llegado un año antes, porque después de la muerte de su esposo alguien le dijo que en este tranquilo villorrio le resultaría más fácil ganarse la vida –así que se sorprende cuando divisa la calle principal llena de gente, pero entonces recuerda la fecha – —25 de julio, día del santo patrono, el señor Santiago— se dice. acaba de pensar todo esto cuando lo ve venir hacia ella, porque cuatro hombres morenos y fuertes cargan una caja de madera con la imagen del santo — ay señor Santiaguito — gime para sí misma – Hazme el grandísimo favor de encontrar a mi hijo sano y salvo – y el santo que se hallaba en el fondo de un cajón y era una estatua a caballo de Santiago el Mayor, con sombrero jarano, chaqueta con alamares. Banda roja y pantalón cebruno con botonadura de plata, con almete, espaldar, peto, brazales y escarcelas, parece sonreírle. Pero de toda esta maravilla la encandilada mujer sólo atina a ver un caballo encabritado y un jinete blandiendo la espada tizona y pisando la deforme cabeza de un moro que yace boca arriba, debajo del hombro derecho. Como se queda mucho más tiempo del debido frente a la imagen del santo, alcanza a oír unas voces que le dicen — deja pasar la procesión, mujer. ella se hace a un lado antes de que unos hombres lleguen queriendo dar limosna, porque para eso tienen que besar al santo, introduciéndose hasta la cintura en la profunda caja, y si no alcanzan a él, besar al caballo siquiera, porque muchos creen que el caballo es el padre del señor Santiago que se convirtió en tal para llevarlo a la guerra.

En ese momento el reloj de la parroquia da tres campanadas, son las tres de la tarde y el sol de julio se deja caer de plano sobre los chicahuales que comienzan a reunirse, pero esa multitud que ríe, que salta, se ha vuelto monstruosa a los ojos asustados de la madre que busca al hijo y sólo ve narices abohetadas, ojos sesgos e inmóviles, bocas bezudas, colmillos salientes y arrezagados, barbas hirsutas y crecidísimas, contrastando con el color negro de mil tiznajos en tan descomunales y duras facciones – señor Santiago – vuelve a suplicar, dame a mi muchacho — en tanto se recarga sobre una barda porque advierte que un malestar se le sube a la cabeza; un hombre se da cuenta de su desmayo y le acerca un jarro con el licor que varios otros están tomando; ella no rechaza el colonche porque siente una sequedad insufrible en la boca; sin embargo, después de tomar un buen trago la multitud se le vuelve más grotesca: por todos lados ve máscaras, gentes disfrazadas con pantalones guangos o estrechos, con sacos y levitas de telas y cortes diferentes, o vistiendo abrigos con remiendos y zurcidos; además por los arremangos, las rugosidades y las añadiduras se adivinan las jorobas de los vivos y difuntos que anduvieron con ellas — ¿No andará entre ellos su muchacho? — se pregunta y luego reflexiona: se le alcanzan tantas puntadas....

— Virgencita del Refugio, hazme el milagro y yo te prometo que este carajo escuincle se viste un año de franciscano."

Les comparto el enlace para descargar el cuento completo:

Doña Felipa busca a su hijo el día del señor Santiago

Hace unos años escribí este cuento que ganó un premio en un Certamen del que pocos se acuerdan, pero que fue importante para la escritura literaria e histórica de muchos aguascalentenses. Cómo el tema gira en torno de la fiesta de los Chicahuales y la forma en que ésta se celebraba en el siglo XIX, me parece oportuno retomar y compartir.

“—Doña Felipa, ¿no ha llegado el Tito?

—No, ¿por qué?

—Porque si no viene a comer, es que se ahogó —¿Qué dices muchacho?

—Es que andaba con nosotros echándose clavaditos en el canal, pero después ya no lo vimos. sabe quién dijo que se metió a lo hondo y.... ya no salió.

—Muchacho del demonio, por qué me asustas, mi hijo es muy caramba, pero no tan atarantado como para ahogarse, anda, acompáñame a buscarlo. doña Felipa dice lo último para animarse, pero lo cierto es que las entrañas le dan un vuelco y algo así como un hueco se deposita en el fondo de su corazón; con rapidez avienta al suelo las mazorcas que trae en la mano, se lía un rebozo en la cabeza, y después de emparejar la endeble puerta de su casa , toma el rumbo del canal que conduce el agua a las huertas, aunque para hacerlo tenga que atravesar medio pueblo y cruzar la plaza que está frente al templo de Jesús María .

Corría el año de 1900 y la mujer aún no conocía bien a bien todas las costumbres del poblado— había llegado un año antes, porque después de la muerte de su esposo alguien le dijo que en este tranquilo villorrio le resultaría más fácil ganarse la vida –así que se sorprende cuando divisa la calle principal llena de gente, pero entonces recuerda la fecha – —25 de julio, día del santo patrono, el señor Santiago— se dice. acaba de pensar todo esto cuando lo ve venir hacia ella, porque cuatro hombres morenos y fuertes cargan una caja de madera con la imagen del santo — ay señor Santiaguito — gime para sí misma – Hazme el grandísimo favor de encontrar a mi hijo sano y salvo – y el santo que se hallaba en el fondo de un cajón y era una estatua a caballo de Santiago el Mayor, con sombrero jarano, chaqueta con alamares. Banda roja y pantalón cebruno con botonadura de plata, con almete, espaldar, peto, brazales y escarcelas, parece sonreírle. Pero de toda esta maravilla la encandilada mujer sólo atina a ver un caballo encabritado y un jinete blandiendo la espada tizona y pisando la deforme cabeza de un moro que yace boca arriba, debajo del hombro derecho. Como se queda mucho más tiempo del debido frente a la imagen del santo, alcanza a oír unas voces que le dicen — deja pasar la procesión, mujer. ella se hace a un lado antes de que unos hombres lleguen queriendo dar limosna, porque para eso tienen que besar al santo, introduciéndose hasta la cintura en la profunda caja, y si no alcanzan a él, besar al caballo siquiera, porque muchos creen que el caballo es el padre del señor Santiago que se convirtió en tal para llevarlo a la guerra.

En ese momento el reloj de la parroquia da tres campanadas, son las tres de la tarde y el sol de julio se deja caer de plano sobre los chicahuales que comienzan a reunirse, pero esa multitud que ríe, que salta, se ha vuelto monstruosa a los ojos asustados de la madre que busca al hijo y sólo ve narices abohetadas, ojos sesgos e inmóviles, bocas bezudas, colmillos salientes y arrezagados, barbas hirsutas y crecidísimas, contrastando con el color negro de mil tiznajos en tan descomunales y duras facciones – señor Santiago – vuelve a suplicar, dame a mi muchacho — en tanto se recarga sobre una barda porque advierte que un malestar se le sube a la cabeza; un hombre se da cuenta de su desmayo y le acerca un jarro con el licor que varios otros están tomando; ella no rechaza el colonche porque siente una sequedad insufrible en la boca; sin embargo, después de tomar un buen trago la multitud se le vuelve más grotesca: por todos lados ve máscaras, gentes disfrazadas con pantalones guangos o estrechos, con sacos y levitas de telas y cortes diferentes, o vistiendo abrigos con remiendos y zurcidos; además por los arremangos, las rugosidades y las añadiduras se adivinan las jorobas de los vivos y difuntos que anduvieron con ellas — ¿No andará entre ellos su muchacho? — se pregunta y luego reflexiona: se le alcanzan tantas puntadas....

— Virgencita del Refugio, hazme el milagro y yo te prometo que este carajo escuincle se viste un año de franciscano."

Les comparto el enlace para descargar el cuento completo:

Doña Felipa busca a su hijo el día del señor Santiago