/ viernes 3 de diciembre de 2021

Taza de Soles | Déjese leer por “Jaulérica Vida”, estimado lector

Supongamos que usted apreciable lector o lectora, posee un cuarto propio, esto es o debería ser lo normal. Mi habitación es cálida y la vez es mi estudio. Mi computadora da frente a un pequeño cubo de luz, donde florean algunas malvas y en la esquina se alza una especie de agave de tallos esbeltos y hojas puntiagudas. El corazón de mi cuarto son mis libros, un sillón reclinable y por supuesto, la computadora y a veces algo de beber que me traigo desde la cocina. Aprecio mucho este espacio. Podría decirse que me ayuda a ser lo que soy y lo que hago. Lo mismo le pasa a usted que me lee, estoy segura. Pero, ¿y ellos? Hoy quiero hablar de un libro que pone el acento en las vidas maltrechas y degradadas de los animales. No de todos. Solo quiero que pongamos atención a los que viven enjaulados. Eso nos propone Ana Leticia Romo en su libro “Jaulérica vida”. Un libro, que es una compilación de historias inclinadas a crear una sensibilidad distinta, una empatía generosa que nos comprometa a realizar acciones tendientes a rescatarlos. ¿Rescatarlos? ¿De qué? Las historias, escritas por miembros de talleres literarios como “La cofradía”, o los narradores de los encuentros propiciados por el IMAC, o de narradores independientes, develan el maltrato, la falta de comida, de agua, de espacios adecuados, que sufren estos seres privados de libertad, sin objetivo claro. Veintiún narradores hemos prestado la voz a esos seres que nos hablan desde sus gestos, sus gritos, sus movimientos y sus ojos.

DICE EL TIGRE: “¡Ayúdame! eres el único camino a la reconciliación. Deja de cazarnos, deja de invadirnos, libérame de esta cárcel inmerecida, no he hecho nada malo, devuélveme a mi hogar. Protégeme, también tengo derecho a vivir al igual que tú, la tierra es tan mía como tuya, ¿Por qué te abrogas el derecho de los demás? Ahora que la pandemia te obligó al encierro, sabes un poco lo que es dejar de vivir viviendo encerrado. ¿No se supone que aquí estaba más protegido? Extraño a mi familia, extraño correr, extraño estar con mi manada, pero hace años que me he ido haciendo a la idea que no voy a salir de aquí”.Ivonne Peugnet

HABLA EL ZORRO: “La ciudad resplandece frente a mis ojos, es una lámpara amarilla en medio de la noche. La reja ya está aquí. La atravieso. Siento una fuerte mano agarrada de mi cola. Estoy seguro de que toda la ciudad despierta con mi grito”. Ketzalli Aquino.

RECLAMO DE UNA GUACAMAYA: “Algún día fuimos aves sagradas, recuerdos andantes del proveedor de energía, fuimos amaneceres, ahora encapsulados y perseguidos por los devoradores de mundos, deslavadas por la lluvia […] Algún día fuimos libres, ahora como criminales nos deshacemos tras las rejas”. Karla Camino.

RECLAMA EL FAISÁN: “No pido mucho en realidad. Tan sólo un poco más de espacio para mí, para Sasha y en general para todos quienes vivimos en estas diminutas jaulas. Sé que estamos aquí para ser “protegidos”, pero… En sus cárceles resguardan criminales, hampones, rateros, etc. Algunos son presos por sus ideas políticas, siempre hay alguna razón. ¿Y nosotros? ¿Cuál es nuestro delito?” Ma. Guadalupe Castorena.

MUSITA LA TORTUGA: “No me entienden y por eso estoy aquí donde me encuentro. Tal vez dejaron de quererme porque me han olvidado. Eso no me importaría si me dejaran salir para vivir en plenitud, recorrer el mundo a mi alrededor, pero me tienen encerrado aquí y sólo me llega basura. A eso no me puedo acostumbrar. Ahora siento nacer dentro de mí algo triste, más triste que una tarde nublada y sin sonrisas. Lo he llamado abandono y es algo así como una sensación de no servir para nada, de no estar presente, como un final”. Gustavo de Victoria.

SOBRE LOS PERROS LOBO: “Pero ahí están, hambrientos y sedientos, expuestos al público, atrapados en nuestra codicia, observando de reojo a esa otra especie, la nuestra, con la que una parte de su ascendencia creó vínculos estrechos hace al menos diez mil años, y la otra, la lobuna, ha sido perseguida con saña hasta casi su exterminio. No son ni los mejores amigos del hombre ni el ancestral enemigo de pastores y ganaderos. Abandonados en esa jaula, son el pasatiempo de un domingo en la mañana. Su mestizaje los condena a la nada”. Imanol Caneyada.

Este texto, que se presentó la semana pasada en la 53 Feria del libro, está disponible en formato digital en Amazon, y seguirá presentándose en distintos foros en los días y meses subsiguientes, porque todos los que participamos en este libro concordamos con Jane Goodall, quien afirmó: “Solo si los comprendemos, podremos preocuparnos por ellos. Sólo si nos preocupamos por ellos, podremos ayudarlos. Sólo si los ayudamos, sobrevivirán”.

Supongamos que usted apreciable lector o lectora, posee un cuarto propio, esto es o debería ser lo normal. Mi habitación es cálida y la vez es mi estudio. Mi computadora da frente a un pequeño cubo de luz, donde florean algunas malvas y en la esquina se alza una especie de agave de tallos esbeltos y hojas puntiagudas. El corazón de mi cuarto son mis libros, un sillón reclinable y por supuesto, la computadora y a veces algo de beber que me traigo desde la cocina. Aprecio mucho este espacio. Podría decirse que me ayuda a ser lo que soy y lo que hago. Lo mismo le pasa a usted que me lee, estoy segura. Pero, ¿y ellos? Hoy quiero hablar de un libro que pone el acento en las vidas maltrechas y degradadas de los animales. No de todos. Solo quiero que pongamos atención a los que viven enjaulados. Eso nos propone Ana Leticia Romo en su libro “Jaulérica vida”. Un libro, que es una compilación de historias inclinadas a crear una sensibilidad distinta, una empatía generosa que nos comprometa a realizar acciones tendientes a rescatarlos. ¿Rescatarlos? ¿De qué? Las historias, escritas por miembros de talleres literarios como “La cofradía”, o los narradores de los encuentros propiciados por el IMAC, o de narradores independientes, develan el maltrato, la falta de comida, de agua, de espacios adecuados, que sufren estos seres privados de libertad, sin objetivo claro. Veintiún narradores hemos prestado la voz a esos seres que nos hablan desde sus gestos, sus gritos, sus movimientos y sus ojos.

DICE EL TIGRE: “¡Ayúdame! eres el único camino a la reconciliación. Deja de cazarnos, deja de invadirnos, libérame de esta cárcel inmerecida, no he hecho nada malo, devuélveme a mi hogar. Protégeme, también tengo derecho a vivir al igual que tú, la tierra es tan mía como tuya, ¿Por qué te abrogas el derecho de los demás? Ahora que la pandemia te obligó al encierro, sabes un poco lo que es dejar de vivir viviendo encerrado. ¿No se supone que aquí estaba más protegido? Extraño a mi familia, extraño correr, extraño estar con mi manada, pero hace años que me he ido haciendo a la idea que no voy a salir de aquí”.Ivonne Peugnet

HABLA EL ZORRO: “La ciudad resplandece frente a mis ojos, es una lámpara amarilla en medio de la noche. La reja ya está aquí. La atravieso. Siento una fuerte mano agarrada de mi cola. Estoy seguro de que toda la ciudad despierta con mi grito”. Ketzalli Aquino.

RECLAMO DE UNA GUACAMAYA: “Algún día fuimos aves sagradas, recuerdos andantes del proveedor de energía, fuimos amaneceres, ahora encapsulados y perseguidos por los devoradores de mundos, deslavadas por la lluvia […] Algún día fuimos libres, ahora como criminales nos deshacemos tras las rejas”. Karla Camino.

RECLAMA EL FAISÁN: “No pido mucho en realidad. Tan sólo un poco más de espacio para mí, para Sasha y en general para todos quienes vivimos en estas diminutas jaulas. Sé que estamos aquí para ser “protegidos”, pero… En sus cárceles resguardan criminales, hampones, rateros, etc. Algunos son presos por sus ideas políticas, siempre hay alguna razón. ¿Y nosotros? ¿Cuál es nuestro delito?” Ma. Guadalupe Castorena.

MUSITA LA TORTUGA: “No me entienden y por eso estoy aquí donde me encuentro. Tal vez dejaron de quererme porque me han olvidado. Eso no me importaría si me dejaran salir para vivir en plenitud, recorrer el mundo a mi alrededor, pero me tienen encerrado aquí y sólo me llega basura. A eso no me puedo acostumbrar. Ahora siento nacer dentro de mí algo triste, más triste que una tarde nublada y sin sonrisas. Lo he llamado abandono y es algo así como una sensación de no servir para nada, de no estar presente, como un final”. Gustavo de Victoria.

SOBRE LOS PERROS LOBO: “Pero ahí están, hambrientos y sedientos, expuestos al público, atrapados en nuestra codicia, observando de reojo a esa otra especie, la nuestra, con la que una parte de su ascendencia creó vínculos estrechos hace al menos diez mil años, y la otra, la lobuna, ha sido perseguida con saña hasta casi su exterminio. No son ni los mejores amigos del hombre ni el ancestral enemigo de pastores y ganaderos. Abandonados en esa jaula, son el pasatiempo de un domingo en la mañana. Su mestizaje los condena a la nada”. Imanol Caneyada.

Este texto, que se presentó la semana pasada en la 53 Feria del libro, está disponible en formato digital en Amazon, y seguirá presentándose en distintos foros en los días y meses subsiguientes, porque todos los que participamos en este libro concordamos con Jane Goodall, quien afirmó: “Solo si los comprendemos, podremos preocuparnos por ellos. Sólo si nos preocupamos por ellos, podremos ayudarlos. Sólo si los ayudamos, sobrevivirán”.