/ lunes 6 de septiembre de 2021

Sanar el tejido social, crecer como comunidad

“Socialmente, nuestro deber es obrar, remediar males, mejorar la condición de las personas”, afirmaba Manuel Gómez Morín hace ya casi cien años, “Proclamar este primer postulado, es darnos una señal de inteligencia que nos permitirá estar cerca unos de otros, cualesquiera que sean las distancias que en otros puntos nos alejan”. Si bien el Partido Acción Nacional, mi partido, se funda en estos altos valores de humanismo, lo cierto es que las palabras de nuestro fundador pretenden despojarse de cualquier aspiración partidista y, desde una perspectiva más universal, exhortar al ser humano a uno de sus mayores y más nobles anhelos: mejorar la condición en la que viven las personas.

Para hacer realidad esta aspiración, tenemos que atender los desafíos que supone reconstruir el tejido social. Estas dos palabras han cobrado una particular importancia en últimas fechas; sin embargo, no siempre nos detenemos a reflexionar sobre su significado, sus alcances e impacto. El tejido social es aquello que tenemos en común quienes formamos parte de un determinado grupo humano, de ahí que congregue los elementos que nos unen, nos identifican, nos llevan a ser lo que somos, a sentirnos parte de una cultura y, por ello, que compartamos costumbres y tradiciones.

Cuando el tejido social se encuentra sano, entonces quienes integran una comunidad viven en un entorno de solidaridad, en el que se protegen unos a otros, en un ambiente de armonía, de respeto a los derechos de cada persona, pero también en el cumplimiento consciente de las obligaciones y, muy importante, en un espacio que fomenta y garantiza la seguridad. El tejido social está estrechamente relacionado con el concepto de cohesión social, es decir, qué tan unidas son las personas de una comunidad, qué tan fraternas, qué tan solidarias son con sus semejantes y qué tan dispuestas están a trabajar juntas para cumplir los proyectos colectivos.

Menciono estas dos dimensiones, tejido social y cohesión social, porque si no comprendemos adecuadamente sus alcances e impacto, difícilmente podremos hablar de manera pertinente de seguridad, de una cultura de paz y tranquilidad. En México, al igual que en muchos otros países, las corporaciones encargadas de velar por la seguridad se han convertido en organismos correctivos más que preventivos; sin embargo, si queremos vivir en entornos verdaderamente seguros, es necesario modificar la estrategia, es decir, crear instituciones de seguridad que además de poner en acción medidas correctivas, también pongan en marcha acciones preventivas, dirigidos a sanar el tejido social y promover la cohesión de quienes forman parte de una comunidad.

En nuestro 5º Foro Ciudad El futuro lo hacemos hoy, Josefina Vázquez Mota afirmaba que la cohesión social es una virtud que nos permite vivir en una sociedad en armonía y en paz, donde no se vive con miedo, donde el diálogo prevalece y los insultos no se adelantan a las razones; para sanar el tejido social, decía Vázquez Mota, debemos asumir la decidida voluntad de ser constructoras y constructores de paz.

Sí, es crucial contar con corporaciones policiacas fortalecidas, limpias e incorruptibles, pero también es vital detectar aquellos aspectos que intoxican a una comunidad; de esa forma, podremos atenderlos, acompañarlos y procurarlos hasta que sanen, de lo contrario el dolor continuará aquejando a ese comunidad. El desafío no es menor, pues implica atender toda la esfera que atañe a los individuos: familia, trabajo, sustento, acceso a actividades recreativas, salud, etc.; se trata de un desafío que supone cimbrar los más profundas cimientos de nuestras instituciones, de nuestros núcleos familiares y, claro, de cada uno de nosotros, como seres humanos; porque para hablar de seguridad, antes es necesario hablar de armonía y cohesión social.

“No es cierto que la sociedad esté integrada por personas individuales”, decía Manuel Gómez Morín, “y esa falsa versión conduce a las más equivocadas concepciones de lo social y de lo humano, a la paralización de la autoridad para el bien y a su crecimiento asimétrico y desproporcionado hacia la opresión”. Hoy más que nunca, en el mundo globalizado que vivimos, nos toca asumir la decidida responsabilidad de reconocernos como seres humanos, que dependemos unos de otros, que nos toca cuidarnos unos a otros, pues desde la individualidad, difícilmente alcanzaremos las grandes empresas y proyectos que puede realizar el más noble espíritu humano desde el ánimo colectivo.

“Socialmente, nuestro deber es obrar, remediar males, mejorar la condición de las personas”, afirmaba Manuel Gómez Morín hace ya casi cien años, “Proclamar este primer postulado, es darnos una señal de inteligencia que nos permitirá estar cerca unos de otros, cualesquiera que sean las distancias que en otros puntos nos alejan”. Si bien el Partido Acción Nacional, mi partido, se funda en estos altos valores de humanismo, lo cierto es que las palabras de nuestro fundador pretenden despojarse de cualquier aspiración partidista y, desde una perspectiva más universal, exhortar al ser humano a uno de sus mayores y más nobles anhelos: mejorar la condición en la que viven las personas.

Para hacer realidad esta aspiración, tenemos que atender los desafíos que supone reconstruir el tejido social. Estas dos palabras han cobrado una particular importancia en últimas fechas; sin embargo, no siempre nos detenemos a reflexionar sobre su significado, sus alcances e impacto. El tejido social es aquello que tenemos en común quienes formamos parte de un determinado grupo humano, de ahí que congregue los elementos que nos unen, nos identifican, nos llevan a ser lo que somos, a sentirnos parte de una cultura y, por ello, que compartamos costumbres y tradiciones.

Cuando el tejido social se encuentra sano, entonces quienes integran una comunidad viven en un entorno de solidaridad, en el que se protegen unos a otros, en un ambiente de armonía, de respeto a los derechos de cada persona, pero también en el cumplimiento consciente de las obligaciones y, muy importante, en un espacio que fomenta y garantiza la seguridad. El tejido social está estrechamente relacionado con el concepto de cohesión social, es decir, qué tan unidas son las personas de una comunidad, qué tan fraternas, qué tan solidarias son con sus semejantes y qué tan dispuestas están a trabajar juntas para cumplir los proyectos colectivos.

Menciono estas dos dimensiones, tejido social y cohesión social, porque si no comprendemos adecuadamente sus alcances e impacto, difícilmente podremos hablar de manera pertinente de seguridad, de una cultura de paz y tranquilidad. En México, al igual que en muchos otros países, las corporaciones encargadas de velar por la seguridad se han convertido en organismos correctivos más que preventivos; sin embargo, si queremos vivir en entornos verdaderamente seguros, es necesario modificar la estrategia, es decir, crear instituciones de seguridad que además de poner en acción medidas correctivas, también pongan en marcha acciones preventivas, dirigidos a sanar el tejido social y promover la cohesión de quienes forman parte de una comunidad.

En nuestro 5º Foro Ciudad El futuro lo hacemos hoy, Josefina Vázquez Mota afirmaba que la cohesión social es una virtud que nos permite vivir en una sociedad en armonía y en paz, donde no se vive con miedo, donde el diálogo prevalece y los insultos no se adelantan a las razones; para sanar el tejido social, decía Vázquez Mota, debemos asumir la decidida voluntad de ser constructoras y constructores de paz.

Sí, es crucial contar con corporaciones policiacas fortalecidas, limpias e incorruptibles, pero también es vital detectar aquellos aspectos que intoxican a una comunidad; de esa forma, podremos atenderlos, acompañarlos y procurarlos hasta que sanen, de lo contrario el dolor continuará aquejando a ese comunidad. El desafío no es menor, pues implica atender toda la esfera que atañe a los individuos: familia, trabajo, sustento, acceso a actividades recreativas, salud, etc.; se trata de un desafío que supone cimbrar los más profundas cimientos de nuestras instituciones, de nuestros núcleos familiares y, claro, de cada uno de nosotros, como seres humanos; porque para hablar de seguridad, antes es necesario hablar de armonía y cohesión social.

“No es cierto que la sociedad esté integrada por personas individuales”, decía Manuel Gómez Morín, “y esa falsa versión conduce a las más equivocadas concepciones de lo social y de lo humano, a la paralización de la autoridad para el bien y a su crecimiento asimétrico y desproporcionado hacia la opresión”. Hoy más que nunca, en el mundo globalizado que vivimos, nos toca asumir la decidida responsabilidad de reconocernos como seres humanos, que dependemos unos de otros, que nos toca cuidarnos unos a otros, pues desde la individualidad, difícilmente alcanzaremos las grandes empresas y proyectos que puede realizar el más noble espíritu humano desde el ánimo colectivo.