/ lunes 9 de agosto de 2021

Las y los jóvenes son nuestra esperanza

En 2016, América Latina obtuvo una singular distinción: la Organización Panamericana de la Salud (OPS) declaraba que esta gran región del mundo, de la que nuestro país forma parte, se encontraba libre de sarampión, una enfermedad viral sumamente contagiosa, cuyos síntomas llegan a traducirse en ceguera, encefalitis e, incluso, la muerte.

En México, de acuerdo con la especialista Inés Gutiérrez Jaber, vivimos la última epidemia de sarampión entre 1989 y 1990, que alcanzó los 90 mil casos y provocó más de 8 mil muertes; sin embargo, en marzo de 2018, comenzaron a registrarse nuevos casos de esta enfermedad. Lo mismo sucedía, según Gutiérrez Jaber, en otras latitudes: en Europa, los casos se cuadruplicaron, pues de 5,273 que había en 2016 pasaron a 21,315 en 2017, ¿por qué, si esta enfermedad ya había sido erradicada hace casi 30 años, volvía a surgir de un momento a otro? La respuesta es sencilla: a causa del movimiento antivacunas.

Este movimiento fue ampliamente difundido por el exinvestigador británico Andrew Wakefield, quien publicó, en 1998, un artículo en la prestigiosa revista The Lancet, en el que planteaba que existía una relación entre la vacuna triple vírica (contra el sarampión, las paperas y la rubeola) y la aparición del autismo y otras afecciones gastrointestinales. Luego del revuelo que causó la publicación, la comunidad científica mundial puso a prueba los planteamientos de Wakefield y, finalmente, concluyeron que no existía una relación entre la aplicación de vacunas y la aparición del autismo, incluso The Lancet retiró el artículo, que además fue calificado como fraude.

A pesar de ello, el daño ya estaba hecho, pues la población perdió la confianza en las vacunas y lejos de recuperarse, esta desconfianza se enraizó. Este escenario ha tenido lugar a pesar de que las vacunas evitan al año la muerte de uno a tres millones de personas y, a pesar de los brotes en años recientes, todavía podemos considerar como erradicadas la viruela, el sarampión y la poliomielitis. Estos antecedentes no han sido propicios para combatir y mitigar la pandemia que actualmente vivimos, al menos es lo que hemos atestiguado en ciertos momentos de las campañas de vacunación contra la COVID-19, pues algunas jornadas han registrado poca afluencia de personas.

A pesar de ello, las y los jóvenes de 18 a 29 años han dado una muestra inequívoca de responsabilidad, espíritu humanista y civismo, al acudir a vacunarse con la mejor de las voluntades. Hasta ahora, no habíamos atestiguado jornadas tan concurridas como con este sector de la población. Por ello, quiero reconocer el ímpetu de las y los jóvenes de Aguascalientes, pues con su gran ejemplo, avanzamos con paso firme para doblegar la pandemia.

Quisiera cerrar con un reflexión. Uno de los factores que incidieron en la caída de la Gran Tenochtitlán en 1521fue la epidemia por viruela. El mismo tlatoani Cuitláhuac, quien venciera a los españoles en la Noche Triste, moriría a causa de esta enfermedad que ya era devastadora en Europa, incluso antes de la Conquista. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el último caso de contagio natural se diagnosticó en octubre de 1977, pero no fue sino hasta 1980 cuando el organismo certificó la erradicación de la enfermedad en todo el planeta, gracias a una campaña de vacunación sin precedentes.

Si tomamos como referencia el periodo comprendido de 1520 a 1980, en México nos tomó 460 años erradicar la viruela. Es cierto que el mundo actual nos ha acostumbrado a la inmediatez, la celeridad y la rapidez; sin embargo, no podemos exigir esa rapidez y celeridad en donde no es posible, como lo es la salud pública. Indudablemente, hay avances, la creación de una vacuna en tiempo récord es prueba de ello, pero aún nos falta más tiempo para mitigar la pandemia, quizá no los siglos que nos tomó vencer la viruela, pero aún nos falta un poco de tiempo.

Tomemos el ejemplo de las y los jóvenes: vayamos a vacunarnos, seamos responsables y honremos nuestro espíritu humano. Debemos recordar que cuando una persona se vacuna no solo se protege a sí misma, sino a su comunidad, pues reduce la transmisión de agentes infecciosos, lo que significa que disminuyan los contagios y, en consecuencia, la propagación de las epidemias. Por ello, es que las y los científicos consideran que no vacunarse, más que un capricho o un ejercicio de la libertad, es una irresponsabilidad, porque significa poner en peligro nuestra vida y la de quienes nos rodean.

En 2016, América Latina obtuvo una singular distinción: la Organización Panamericana de la Salud (OPS) declaraba que esta gran región del mundo, de la que nuestro país forma parte, se encontraba libre de sarampión, una enfermedad viral sumamente contagiosa, cuyos síntomas llegan a traducirse en ceguera, encefalitis e, incluso, la muerte.

En México, de acuerdo con la especialista Inés Gutiérrez Jaber, vivimos la última epidemia de sarampión entre 1989 y 1990, que alcanzó los 90 mil casos y provocó más de 8 mil muertes; sin embargo, en marzo de 2018, comenzaron a registrarse nuevos casos de esta enfermedad. Lo mismo sucedía, según Gutiérrez Jaber, en otras latitudes: en Europa, los casos se cuadruplicaron, pues de 5,273 que había en 2016 pasaron a 21,315 en 2017, ¿por qué, si esta enfermedad ya había sido erradicada hace casi 30 años, volvía a surgir de un momento a otro? La respuesta es sencilla: a causa del movimiento antivacunas.

Este movimiento fue ampliamente difundido por el exinvestigador británico Andrew Wakefield, quien publicó, en 1998, un artículo en la prestigiosa revista The Lancet, en el que planteaba que existía una relación entre la vacuna triple vírica (contra el sarampión, las paperas y la rubeola) y la aparición del autismo y otras afecciones gastrointestinales. Luego del revuelo que causó la publicación, la comunidad científica mundial puso a prueba los planteamientos de Wakefield y, finalmente, concluyeron que no existía una relación entre la aplicación de vacunas y la aparición del autismo, incluso The Lancet retiró el artículo, que además fue calificado como fraude.

A pesar de ello, el daño ya estaba hecho, pues la población perdió la confianza en las vacunas y lejos de recuperarse, esta desconfianza se enraizó. Este escenario ha tenido lugar a pesar de que las vacunas evitan al año la muerte de uno a tres millones de personas y, a pesar de los brotes en años recientes, todavía podemos considerar como erradicadas la viruela, el sarampión y la poliomielitis. Estos antecedentes no han sido propicios para combatir y mitigar la pandemia que actualmente vivimos, al menos es lo que hemos atestiguado en ciertos momentos de las campañas de vacunación contra la COVID-19, pues algunas jornadas han registrado poca afluencia de personas.

A pesar de ello, las y los jóvenes de 18 a 29 años han dado una muestra inequívoca de responsabilidad, espíritu humanista y civismo, al acudir a vacunarse con la mejor de las voluntades. Hasta ahora, no habíamos atestiguado jornadas tan concurridas como con este sector de la población. Por ello, quiero reconocer el ímpetu de las y los jóvenes de Aguascalientes, pues con su gran ejemplo, avanzamos con paso firme para doblegar la pandemia.

Quisiera cerrar con un reflexión. Uno de los factores que incidieron en la caída de la Gran Tenochtitlán en 1521fue la epidemia por viruela. El mismo tlatoani Cuitláhuac, quien venciera a los españoles en la Noche Triste, moriría a causa de esta enfermedad que ya era devastadora en Europa, incluso antes de la Conquista. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el último caso de contagio natural se diagnosticó en octubre de 1977, pero no fue sino hasta 1980 cuando el organismo certificó la erradicación de la enfermedad en todo el planeta, gracias a una campaña de vacunación sin precedentes.

Si tomamos como referencia el periodo comprendido de 1520 a 1980, en México nos tomó 460 años erradicar la viruela. Es cierto que el mundo actual nos ha acostumbrado a la inmediatez, la celeridad y la rapidez; sin embargo, no podemos exigir esa rapidez y celeridad en donde no es posible, como lo es la salud pública. Indudablemente, hay avances, la creación de una vacuna en tiempo récord es prueba de ello, pero aún nos falta más tiempo para mitigar la pandemia, quizá no los siglos que nos tomó vencer la viruela, pero aún nos falta un poco de tiempo.

Tomemos el ejemplo de las y los jóvenes: vayamos a vacunarnos, seamos responsables y honremos nuestro espíritu humano. Debemos recordar que cuando una persona se vacuna no solo se protege a sí misma, sino a su comunidad, pues reduce la transmisión de agentes infecciosos, lo que significa que disminuyan los contagios y, en consecuencia, la propagación de las epidemias. Por ello, es que las y los científicos consideran que no vacunarse, más que un capricho o un ejercicio de la libertad, es una irresponsabilidad, porque significa poner en peligro nuestra vida y la de quienes nos rodean.