/ miércoles 10 de julio de 2019

La desmitificación del “arte de gobernar”

Por: Javier García Zapata

Seguro que usted conoce el texto del pescador y el banquero, que narra cómo aquél llevaba una vida sencilla, independiente, trabajando lo necesario para vivir, y con tiempo suficiente para levantarse tarde, convivir y jugar con sus hijos, tomar la siesta, acompañar a su esposa a las compras y reunirse con sus amigos por las tardes.

Recordará que al banquero, quien además era asesor en inversiones, aquello le parecía poco y buscaba convencer al pescador de trabajar más tiempo, a fin de que creara una empresa, comprara muchos botes y multiplicara sus ganancias, para que al cabo de 20 años pudiera retirarse y entonces tuviera tiempo suficiente para levantarse tarde, convivir y jugar con sus hijos, tomar la siesta, acompañar a su esposa a las compras y reunirse con sus amigos por las tardes.

Independientemente de que el pescador pudiera estar moralmente obligado a generar puestos de trabajo y contribuir de mejor y mayor manera a la economía del país, lo que podemos extraer como lección de esta narración es que hay personas que se complican la existencia para llegar al mismo punto que otras que se toman las cosas con sencillez.

Algo pareciera ocurrir hoy en el país. Los adversarios de López Obrador junto con algunos opinólogos y politólogos han puesto el grito en el cielo y desgarrándose las vestiduras luego de que el Presidente mencionó en por lo menos un par de ocasiones y en diferentes eventos que “gobernar no tiene ciencia”, algo así como “no se hagan bolas”.

“Eso de que la política es el arte y la ciencia de gobernar no es tan apegado a la realidad; la política tiene que ver más con el sentido común… La política tiene que ver más con el juicio práctico, la política es transformar, hacer historia, es un oficio noble que permite a la autoridad servir a sus semejantes, servir al prójimo. Ésa es la verdadera política”, expresó el Mandatario hace unos días en Ecatepec, y palabras más o menos lo dijo también en una de sus mañaneras.

Desacralizar tal concepto le ha ganado una intensa lluvia de críticas y cuestionamientos, tanto por sus declaraciones como por las consiguientes acciones.

Bueno, y ¿qué es política? Pudiéramos definirla como el conjunto de acciones del hombre que se refieren a las cosas del Estado, de la polis; es decir, política sería todo aquello que involucra a los ciudadanos y a los asuntos públicos.

A fin de cuentas todos somos políticos, de una, u otra forma, en mayor o menor medida, como seres sociales. Pero digamos que quien se dedica por entero a la cosa pública es un “político profesional”, y ahí es donde comienzan a establecerse las diferencias entre quienes buscan el poder por el poder, y quienes aspiran a contribuir al bien de la comunidad: hay políticos y “politiqueros”.

Abundan definiciones que conciben el desempeño de la política como sinónimo o como elemento fundamental del ejercicio del poder, sea en provecho propio o en beneficio colectivo.

Como esquema no es tan desdeñable el planteamiento de López Obrador. Gobernar puede resultar sencillo con la aplicación, efectivamente, del sentido común, el juicio práctico y el afán de servicio a los semejantes.

Valga decir que entre “sencillez” y “simpleza” hay mucha más diferencia que sólo de matiz; en el primer caso hablamos del uso de elementos mínimos pero sustanciales para construir un objetivo, en tanto que la simpleza nos remite a lo insulso, a lo vacío; en un caso hay optimización y eficiencia, en el otro, vacuidad.

Por supuesto para ser buen gobernante se necesitan más que ganas. Son imprescindibles los conocimientos y la preparación mínimos, pero también y sobre todo una gran dosis de sensibilidad y otra abundante de humildad, así como una buena medida de honestidad.

Aunque con algunas capacidades, pero sin todas esas cualidades cualquiera (sí, cualquiera) puede alcanzar y ha alcanzado el poder, pero en muchas ocasiones lo utiliza y ha utilizado únicamente para sí y, a veces, para un grupo de incondicionales.

¿Sirvió de algo al país, a los ciudadanos, que Peña Nieto, o Calderón, los Duarte, los Borge, los Videgaray, los Codwell… dominaran “el arte de la política”? ¿En qué nos ha beneficiado que hayamos tenido funcionarios con estudios en las más prestigiadas instituciones, si al fin de cuentas han utilizado sus conocimientos para robar lo más posible, en el menor tiempo y con las mínimas consecuencias? ¿Son de utilidad los grandes teóricos de la política si en la práctica gobiernan de espaldas a la gente y sus necesidades, administrando electoralmente la pobreza?

“Para enterrar a los muertos / como debemos / cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero”, escribió León Felipe. Lo mismo podríamos decir del quehacer político: cualquiera sirve, menos los políticos --o “los grillos” para ser más precisos y menos injustos por generalizar--, a quienes “las cosas les han hecho callo en el alma y en el cuerpo”, y todo lo complican para resultar al fin los únicos “ganones”.

Por: Javier García Zapata

Seguro que usted conoce el texto del pescador y el banquero, que narra cómo aquél llevaba una vida sencilla, independiente, trabajando lo necesario para vivir, y con tiempo suficiente para levantarse tarde, convivir y jugar con sus hijos, tomar la siesta, acompañar a su esposa a las compras y reunirse con sus amigos por las tardes.

Recordará que al banquero, quien además era asesor en inversiones, aquello le parecía poco y buscaba convencer al pescador de trabajar más tiempo, a fin de que creara una empresa, comprara muchos botes y multiplicara sus ganancias, para que al cabo de 20 años pudiera retirarse y entonces tuviera tiempo suficiente para levantarse tarde, convivir y jugar con sus hijos, tomar la siesta, acompañar a su esposa a las compras y reunirse con sus amigos por las tardes.

Independientemente de que el pescador pudiera estar moralmente obligado a generar puestos de trabajo y contribuir de mejor y mayor manera a la economía del país, lo que podemos extraer como lección de esta narración es que hay personas que se complican la existencia para llegar al mismo punto que otras que se toman las cosas con sencillez.

Algo pareciera ocurrir hoy en el país. Los adversarios de López Obrador junto con algunos opinólogos y politólogos han puesto el grito en el cielo y desgarrándose las vestiduras luego de que el Presidente mencionó en por lo menos un par de ocasiones y en diferentes eventos que “gobernar no tiene ciencia”, algo así como “no se hagan bolas”.

“Eso de que la política es el arte y la ciencia de gobernar no es tan apegado a la realidad; la política tiene que ver más con el sentido común… La política tiene que ver más con el juicio práctico, la política es transformar, hacer historia, es un oficio noble que permite a la autoridad servir a sus semejantes, servir al prójimo. Ésa es la verdadera política”, expresó el Mandatario hace unos días en Ecatepec, y palabras más o menos lo dijo también en una de sus mañaneras.

Desacralizar tal concepto le ha ganado una intensa lluvia de críticas y cuestionamientos, tanto por sus declaraciones como por las consiguientes acciones.

Bueno, y ¿qué es política? Pudiéramos definirla como el conjunto de acciones del hombre que se refieren a las cosas del Estado, de la polis; es decir, política sería todo aquello que involucra a los ciudadanos y a los asuntos públicos.

A fin de cuentas todos somos políticos, de una, u otra forma, en mayor o menor medida, como seres sociales. Pero digamos que quien se dedica por entero a la cosa pública es un “político profesional”, y ahí es donde comienzan a establecerse las diferencias entre quienes buscan el poder por el poder, y quienes aspiran a contribuir al bien de la comunidad: hay políticos y “politiqueros”.

Abundan definiciones que conciben el desempeño de la política como sinónimo o como elemento fundamental del ejercicio del poder, sea en provecho propio o en beneficio colectivo.

Como esquema no es tan desdeñable el planteamiento de López Obrador. Gobernar puede resultar sencillo con la aplicación, efectivamente, del sentido común, el juicio práctico y el afán de servicio a los semejantes.

Valga decir que entre “sencillez” y “simpleza” hay mucha más diferencia que sólo de matiz; en el primer caso hablamos del uso de elementos mínimos pero sustanciales para construir un objetivo, en tanto que la simpleza nos remite a lo insulso, a lo vacío; en un caso hay optimización y eficiencia, en el otro, vacuidad.

Por supuesto para ser buen gobernante se necesitan más que ganas. Son imprescindibles los conocimientos y la preparación mínimos, pero también y sobre todo una gran dosis de sensibilidad y otra abundante de humildad, así como una buena medida de honestidad.

Aunque con algunas capacidades, pero sin todas esas cualidades cualquiera (sí, cualquiera) puede alcanzar y ha alcanzado el poder, pero en muchas ocasiones lo utiliza y ha utilizado únicamente para sí y, a veces, para un grupo de incondicionales.

¿Sirvió de algo al país, a los ciudadanos, que Peña Nieto, o Calderón, los Duarte, los Borge, los Videgaray, los Codwell… dominaran “el arte de la política”? ¿En qué nos ha beneficiado que hayamos tenido funcionarios con estudios en las más prestigiadas instituciones, si al fin de cuentas han utilizado sus conocimientos para robar lo más posible, en el menor tiempo y con las mínimas consecuencias? ¿Son de utilidad los grandes teóricos de la política si en la práctica gobiernan de espaldas a la gente y sus necesidades, administrando electoralmente la pobreza?

“Para enterrar a los muertos / como debemos / cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero”, escribió León Felipe. Lo mismo podríamos decir del quehacer político: cualquiera sirve, menos los políticos --o “los grillos” para ser más precisos y menos injustos por generalizar--, a quienes “las cosas les han hecho callo en el alma y en el cuerpo”, y todo lo complican para resultar al fin los únicos “ganones”.

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