/ martes 15 de marzo de 2022

Incertidumbre

La incertidumbre se define como lo incierto, falta de seguridad, de confianza o de certeza de algo, especialmente cuando se crea inquietud o la situación de desconocimiento que se tiene acerca de lo que sucederá en el futuro.

A dos años de confinamiento (parcial o permanente), a propósito de la crisis biológica del SARS-Cov-2, mejor conocida como COVID-19 o Coronavirus, el saldo de la pandemia -si así le podemos llamar- que hemos padecido, no es menor. Justo cuando a punto estamos de recobrar nuestra libertad de movilidad y socialización, en una modalidad de interacción que durante veinticuatro meses debimos restringir. Somos conscientes -aunque no terminamos por aceptar- que algunos sentimientos entre las personas se han venido agudizando; tales como la discordia, desconfianza, impericia, deshumanización, incluso falta de solidaridad, contrario a lo que pudimos esperar. Pareciera que, hicimos una “pausa” en regresión.

La pausa -si así quisiéramos referirnos al tiempo vivido en el confinamiento-, debe dejarnos la riqueza del aprendizaje para entender que nuestra estancia de existencia terrenal es temporal. Recurrentemente recordamos que la vida humana es lo más sagrado del universo, incluso, en la Declaración de los Derechos Humanos que adoptan las Naciones Unidas (Constitución global), se afirma que el “derecho a la vida” es el valor más fundamental de la humanidad.

En nuestra nación, la política pública en salud previsto tanto en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos como en la Ley General de Salud, más que referirse expresamente al derecho a la vida, se reseña al “derecho a la protección a la salud” entendiendo a la “salud como un estado completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, componentes elementales para la vida de las personas.

Como olvidar aquel aniversario en que acumulaba un año más de mi existencia (11 marzo del 2020), misma fecha en que el director general de la Organización Mundial de Salud, comunicaba de la nueva enfermedad por el coronavirus 2019 (COVID-19), entonces con probabilidad de caracterizarse como una pandemia. A partir de entonces la palabra empezó a causar un miedo irrazonable o no, en gran parte del ente terrenal. Para entonces, el virus ya se había manifestado en 114 países, en los que se registraban más de cuatro mil doscientas personas fallecidas. A decir del director, a esa fecha no existía registro o datos de una pandemia provocada por un coronavirus, declarando entonces, el acontecimiento como una emergencia de salud pública de preocupación internacional.

Sin existir aceptación unánime, sino contrario a ello, la opinión pública global se dividió entre quienes daban crédito, como aquellos que negaban la existencia de lo anunciado de forma contundente por la OMS. La filósofa Adela Cortina, en su reciente obra “Ética cosmopolita” señala que “El negacionismo era de nuevo irracional, pero no por ello dejó de hacer acto de presencia. Gobernantes irresponsables, campañas de desinformación en las redes sociales, ciudadanos igualmente irresponsables han intentado obviar la existencia de la pandemia, dando la razón a Camus, <<la plaga no está hecha a la medida del hombre, por tanto, el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar, pero no siempre pasa>>”, como pudimos constatar, la pandemia fue real, sus consecuencias letales; tan reales, como en su momento lo fueron, la plaga justiniana, la peste negra, la viruela, gripe española, el VIH/sida, el ébola.

Para la una gran mayoría de mexicanos, el manejo epidemiológico a la pandemia del COVID 19, fue el más adecuado, sobre todo observando en modo y forma los términos previstos de nuestro marco jurídico constitucional y legal, de hacer efectivo el derecho a la protección de la salud a todas las personas, desde luego evitando privilegios, como en el pasado se registran. Estableciendo en las instituciones de salud paradigmas como medidas de: el de vivir en ambientes sanos (libre de espacios pútridos), el higienista (recomendaciones de sanitización y limpieza constante) e inmunitario (a través de las tres aplicaciones de vacuna).

Sin duda, el gobierno de la república se situó ante tal situación, en una encrucijada donde se encuentran dos o más caminos a elegir para un manejo adecuado a la emergencia de salud pública decretada por la OMS, sea de la desmesura de los supuestamente fuertes o del cuidado compasivo de la vida humana (de los menos fuertes, excluidos o vulnerables).

La experiencia que hemos resistido, no debiera implicar detener el desarrollo humano, todo lo contrario, nos debe comprometer a trabajar por el bien de las personas y seres vivos de nuestro entorno, pretendiendo superar los puntos débiles que la pandemia haya sacado a la luz, entre otros, concordia, confianza, humanización, solidaridad, responsabilidad, compasión, integridad.

¡Reflexionar sobre los fines y priorizar lo mejor, es vivir con inteligencia y el corazón, para determinar correctamente nuestras preeminencias humanas!

La incertidumbre se define como lo incierto, falta de seguridad, de confianza o de certeza de algo, especialmente cuando se crea inquietud o la situación de desconocimiento que se tiene acerca de lo que sucederá en el futuro.

A dos años de confinamiento (parcial o permanente), a propósito de la crisis biológica del SARS-Cov-2, mejor conocida como COVID-19 o Coronavirus, el saldo de la pandemia -si así le podemos llamar- que hemos padecido, no es menor. Justo cuando a punto estamos de recobrar nuestra libertad de movilidad y socialización, en una modalidad de interacción que durante veinticuatro meses debimos restringir. Somos conscientes -aunque no terminamos por aceptar- que algunos sentimientos entre las personas se han venido agudizando; tales como la discordia, desconfianza, impericia, deshumanización, incluso falta de solidaridad, contrario a lo que pudimos esperar. Pareciera que, hicimos una “pausa” en regresión.

La pausa -si así quisiéramos referirnos al tiempo vivido en el confinamiento-, debe dejarnos la riqueza del aprendizaje para entender que nuestra estancia de existencia terrenal es temporal. Recurrentemente recordamos que la vida humana es lo más sagrado del universo, incluso, en la Declaración de los Derechos Humanos que adoptan las Naciones Unidas (Constitución global), se afirma que el “derecho a la vida” es el valor más fundamental de la humanidad.

En nuestra nación, la política pública en salud previsto tanto en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos como en la Ley General de Salud, más que referirse expresamente al derecho a la vida, se reseña al “derecho a la protección a la salud” entendiendo a la “salud como un estado completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, componentes elementales para la vida de las personas.

Como olvidar aquel aniversario en que acumulaba un año más de mi existencia (11 marzo del 2020), misma fecha en que el director general de la Organización Mundial de Salud, comunicaba de la nueva enfermedad por el coronavirus 2019 (COVID-19), entonces con probabilidad de caracterizarse como una pandemia. A partir de entonces la palabra empezó a causar un miedo irrazonable o no, en gran parte del ente terrenal. Para entonces, el virus ya se había manifestado en 114 países, en los que se registraban más de cuatro mil doscientas personas fallecidas. A decir del director, a esa fecha no existía registro o datos de una pandemia provocada por un coronavirus, declarando entonces, el acontecimiento como una emergencia de salud pública de preocupación internacional.

Sin existir aceptación unánime, sino contrario a ello, la opinión pública global se dividió entre quienes daban crédito, como aquellos que negaban la existencia de lo anunciado de forma contundente por la OMS. La filósofa Adela Cortina, en su reciente obra “Ética cosmopolita” señala que “El negacionismo era de nuevo irracional, pero no por ello dejó de hacer acto de presencia. Gobernantes irresponsables, campañas de desinformación en las redes sociales, ciudadanos igualmente irresponsables han intentado obviar la existencia de la pandemia, dando la razón a Camus, <<la plaga no está hecha a la medida del hombre, por tanto, el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar, pero no siempre pasa>>”, como pudimos constatar, la pandemia fue real, sus consecuencias letales; tan reales, como en su momento lo fueron, la plaga justiniana, la peste negra, la viruela, gripe española, el VIH/sida, el ébola.

Para la una gran mayoría de mexicanos, el manejo epidemiológico a la pandemia del COVID 19, fue el más adecuado, sobre todo observando en modo y forma los términos previstos de nuestro marco jurídico constitucional y legal, de hacer efectivo el derecho a la protección de la salud a todas las personas, desde luego evitando privilegios, como en el pasado se registran. Estableciendo en las instituciones de salud paradigmas como medidas de: el de vivir en ambientes sanos (libre de espacios pútridos), el higienista (recomendaciones de sanitización y limpieza constante) e inmunitario (a través de las tres aplicaciones de vacuna).

Sin duda, el gobierno de la república se situó ante tal situación, en una encrucijada donde se encuentran dos o más caminos a elegir para un manejo adecuado a la emergencia de salud pública decretada por la OMS, sea de la desmesura de los supuestamente fuertes o del cuidado compasivo de la vida humana (de los menos fuertes, excluidos o vulnerables).

La experiencia que hemos resistido, no debiera implicar detener el desarrollo humano, todo lo contrario, nos debe comprometer a trabajar por el bien de las personas y seres vivos de nuestro entorno, pretendiendo superar los puntos débiles que la pandemia haya sacado a la luz, entre otros, concordia, confianza, humanización, solidaridad, responsabilidad, compasión, integridad.

¡Reflexionar sobre los fines y priorizar lo mejor, es vivir con inteligencia y el corazón, para determinar correctamente nuestras preeminencias humanas!