/ lunes 13 de septiembre de 2021

Honrar el más noble espíritu mexicano

Para muchos especialistas, existen tres momentos clave en la historia de nuestro país: la Independencia, de 1810 a 1821; la Reforma, de 1858 a 1861, y la Revolución, el conflicto armado entre 1910 y 1917 que, entre otros hechos, daría lugar a nuestra Constitución Política. Estos tres eventos transformaron nuestro país desde sus cimientos; sin embargo, solo con el paso del tiempo verificamos en toda su dimensión el impacto, la trascendencia y el valor histórico que cada uno de ellos tuvo en la vida de nuestro país.

Hace tres años, la administración que llegaba a la Presidencia de México se autonombraba como la cuarta transformación, en un intento voraz y anticipado de adelantarse a la Historia, esa Historia que se escribe con mayúscula, cuyo peso y valor, como mencioné antes, solo cobra trascendencia con el inexorable paso del tiempo. Claro, reconozco que toda alternancia política constituye un evento que se inscribe en nuestra historia, pero ello no implica que sea un acontecimiento que en automático transforme nuestro país a la par de otros hechos históricos trascendentales.

La primera transformación nos heredó nuestra independencia; la segunda, marcaría un nuevo orden político y, por último, la tercera transformación, sentaría las bases del México moderno. Por supuesto, ninguna de estas etapas está exenta de asuntos por reflexionar, estudiar y debatir, pero su legado ahí está, a disposición de quienes deseen someterlo al más exhaustivo escrutinio. Por ello, es voraz y anticipado que un gobierno de alternancia se conciba a sí mismo en términos de una cuarta transformación, pues aún es muy pronto para ponderar su herencia, sus aciertos y desaciertos, en especial a la luz del legado de la Independencia, la Reforma y la Revolución; no obstante, quisiera mencionar algunos datos que, con toda certeza, pasarán a la historia de este gobierno de alternancia.

Hoy por hoy, en 2021, el 66.4 por ciento de la población considera que vivir en su ciudad es inseguro. Desde las fiscalías estatales y federales, se han registrado más de 83 mil 400 homicidios dolosos, cifras que nos lastiman y que revelan el apabullante avance de la violencia, aunado a las más de 245 mil vidas que nos ha arrebatado la actual crisis sanitaria. A lo anterior, se suma la desaparición de fondos, fideicomisos, entre otras acciones que entraron en vigor como parte de supuestas medidas de austeridad que contrastan con la puesta en marcha de obras faraónicas, como la Refinería Dos Bocas, el aeropuerto de Santa Lucía y el Tren Maya, así como la implementación de absurdas consultas ciudadanas, una de las cuales ya nos costó 528 millones de pesos y una próxima que nos costará alrededor de 9 mil millones de pesos. Estas cifras millonarias llaman poderosamente la atención, porque, en los últimos dos años, el número de personas en situación de pobreza aumentó a 9 millones, mientras que 6.5 millones ni siquiera pueden adquirir una canasta básica. Estos son los hechos que el gobierno de alternancia que comenzó en 2018 está inscribiendo en la historia reciente de nuestro país. En efecto, vivimos una transformación, pero está muy lejos de ser para bien de todas y de todos los mexicanos.

Año con año, como mexicanas y mexicanos, nos hacemos la pregunta obligada: ¿México tiene algo que celebrar en el aniversario de su independencia? Ante los datos que cité y el escenario que vivimos, responderíamos que no hay algo que celebrar; sin embargo, hoy más que nunca nos toca reconocernos como un país unido, cuyo espíritu prevalecerá pese a las oscuras pretensiones de un personaje que ha dividido la población entre ricos y pobres, chairos y fifís, aliados y enemigos.

En el aniversario número 211 de nuestra independencia nos toca honrar la valentía de esas mujeres y esos hombres que lucharon y que dieron su vida para construir un mejor país, porque es esa misma valentía la que entrega cada mexicana y cada mexicano que da lo mejor de sí en sus actividades diarias, que trabaja para llevar lo mejor a su hogar, que hace de sus hijos e hijas personas íntegras y con verdadera voluntad de construir una mejor nación, porque reconocernos como mexicanas y mexicanos es un valor que está más allá de quien preside Palacio Nacional. El valor de nuestra mexicanidad radica en nuestra unión, la misma que nos conduce a alcanzar las más nobles aspiraciones a las que anhela el espíritu humano, la misma que nos ha llevado a vencer los más complejos desafíos y las más complejas adversidades.

Para muchos especialistas, existen tres momentos clave en la historia de nuestro país: la Independencia, de 1810 a 1821; la Reforma, de 1858 a 1861, y la Revolución, el conflicto armado entre 1910 y 1917 que, entre otros hechos, daría lugar a nuestra Constitución Política. Estos tres eventos transformaron nuestro país desde sus cimientos; sin embargo, solo con el paso del tiempo verificamos en toda su dimensión el impacto, la trascendencia y el valor histórico que cada uno de ellos tuvo en la vida de nuestro país.

Hace tres años, la administración que llegaba a la Presidencia de México se autonombraba como la cuarta transformación, en un intento voraz y anticipado de adelantarse a la Historia, esa Historia que se escribe con mayúscula, cuyo peso y valor, como mencioné antes, solo cobra trascendencia con el inexorable paso del tiempo. Claro, reconozco que toda alternancia política constituye un evento que se inscribe en nuestra historia, pero ello no implica que sea un acontecimiento que en automático transforme nuestro país a la par de otros hechos históricos trascendentales.

La primera transformación nos heredó nuestra independencia; la segunda, marcaría un nuevo orden político y, por último, la tercera transformación, sentaría las bases del México moderno. Por supuesto, ninguna de estas etapas está exenta de asuntos por reflexionar, estudiar y debatir, pero su legado ahí está, a disposición de quienes deseen someterlo al más exhaustivo escrutinio. Por ello, es voraz y anticipado que un gobierno de alternancia se conciba a sí mismo en términos de una cuarta transformación, pues aún es muy pronto para ponderar su herencia, sus aciertos y desaciertos, en especial a la luz del legado de la Independencia, la Reforma y la Revolución; no obstante, quisiera mencionar algunos datos que, con toda certeza, pasarán a la historia de este gobierno de alternancia.

Hoy por hoy, en 2021, el 66.4 por ciento de la población considera que vivir en su ciudad es inseguro. Desde las fiscalías estatales y federales, se han registrado más de 83 mil 400 homicidios dolosos, cifras que nos lastiman y que revelan el apabullante avance de la violencia, aunado a las más de 245 mil vidas que nos ha arrebatado la actual crisis sanitaria. A lo anterior, se suma la desaparición de fondos, fideicomisos, entre otras acciones que entraron en vigor como parte de supuestas medidas de austeridad que contrastan con la puesta en marcha de obras faraónicas, como la Refinería Dos Bocas, el aeropuerto de Santa Lucía y el Tren Maya, así como la implementación de absurdas consultas ciudadanas, una de las cuales ya nos costó 528 millones de pesos y una próxima que nos costará alrededor de 9 mil millones de pesos. Estas cifras millonarias llaman poderosamente la atención, porque, en los últimos dos años, el número de personas en situación de pobreza aumentó a 9 millones, mientras que 6.5 millones ni siquiera pueden adquirir una canasta básica. Estos son los hechos que el gobierno de alternancia que comenzó en 2018 está inscribiendo en la historia reciente de nuestro país. En efecto, vivimos una transformación, pero está muy lejos de ser para bien de todas y de todos los mexicanos.

Año con año, como mexicanas y mexicanos, nos hacemos la pregunta obligada: ¿México tiene algo que celebrar en el aniversario de su independencia? Ante los datos que cité y el escenario que vivimos, responderíamos que no hay algo que celebrar; sin embargo, hoy más que nunca nos toca reconocernos como un país unido, cuyo espíritu prevalecerá pese a las oscuras pretensiones de un personaje que ha dividido la población entre ricos y pobres, chairos y fifís, aliados y enemigos.

En el aniversario número 211 de nuestra independencia nos toca honrar la valentía de esas mujeres y esos hombres que lucharon y que dieron su vida para construir un mejor país, porque es esa misma valentía la que entrega cada mexicana y cada mexicano que da lo mejor de sí en sus actividades diarias, que trabaja para llevar lo mejor a su hogar, que hace de sus hijos e hijas personas íntegras y con verdadera voluntad de construir una mejor nación, porque reconocernos como mexicanas y mexicanos es un valor que está más allá de quien preside Palacio Nacional. El valor de nuestra mexicanidad radica en nuestra unión, la misma que nos conduce a alcanzar las más nobles aspiraciones a las que anhela el espíritu humano, la misma que nos ha llevado a vencer los más complejos desafíos y las más complejas adversidades.