/ jueves 9 de junio de 2022

Fuera de Agenda | Profesionales del engaño

Cada mañana después de que el presidente de la república concluye su alocución a los medios en Palacio Nacional, hay consenso en la mayoría de la opinión pública que Andrés Manuel López Obrador tiene un severo problema con la realidad. Podría o no ser voluntario en su afán de mostrarse “transparente”, pero el Jefe del Ejecutivo parece seguir de manera voluntaria –o quizá involuntaria—los preceptos básicos de los manuales de desinformación.

La historia de la desinformación en México tuvo hasta el año 2000 algunos episodios bajo llave depositados en los archivos de Gobernación con dos áreas dedicadas al espionaje político, la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales (DIPS).

Una de las lecciones que dejó los primeros años de apertura de esos fondos documentales es que México no fue ajeno a las “medidas activas” de la desinformación durante la Guerra Fría. En aquel escenario donde militares, activistas y militantes de distintas organizaciones de izquierda se enfrascaron en un “guerra de desinformación”, los grandes enemigos de referencia eran el imperialismo yanqui y la dictadura comunista.

La nostalgia de aquel mundo bipolar suele aparecer en el puente que comunica el mundo blanco y negro que habita en la cabeza del presidente mexicano. No hay un día en que sus mensajes exacerben las tensiones y contradicciones que perduran al seno de la sociedad mexicana donde mezcla hechos reales y falsos. El caso de la injerencia de las redes del tráfico de drogas en el pasado proceso electoral es el ejemplo más reciente.

El mantra que desde hace varios años repite buena parte del “ala radical” que le habla al oído al presidente, de que los “grandes consorcios mediáticos” y el resto de medios de comunicación son “cómplices” por “encubrir” a los responsables de los males del país y “manipular” la información para favorecer “al gran capital”, muda de objetivo cada mañana de acuerdo a la circunstancia. López Obrador acusó esta semana de que le armaron “una campaña” para señalarlo de tener vínculos con el narco luego de los casos que se documentaron en el proceso electoral en las entidades donde hubo elecciones con Tamaulipas como el referente mejor ilustrado.

El expediente del empresario “huachicolero” Sergio Carmona Ángulo, el financiero de varios de los candidatos de Morena en aquel estado, amenaza con volverse en el dolor de cabeza que no dejará tan tranquilo al inquilino de Palacio. Los análisis detrás del asesinato en noviembre pasado de este personaje quedaron en los reportes de inteligencia que le parezca o no al presidente, son una fotografía que perdurará en el tiempo. El personaje que se llevó buena parte de la historia de cómo el crimen organizado infiltró al partido del presidente en Tamaulipas es Julio César Carmona Ángulo, hermano de la víctima, quien se encuentra desde el año pasado en Estados Unidos acogido al programa de protección de testigos.

La información que algunos medios y columnistas difundieron sobre el caso Tamaulipas semanas previas a las elecciones, no tiene desperdicio porque actualiza la tragedia que vive la sociedad de aquella entidad desde finales de los años noventa, cuando el crimen organizado capturó la estructura del estado.

Cada mañana después de que el presidente de la república concluye su alocución a los medios en Palacio Nacional, hay consenso en la mayoría de la opinión pública que Andrés Manuel López Obrador tiene un severo problema con la realidad. Podría o no ser voluntario en su afán de mostrarse “transparente”, pero el Jefe del Ejecutivo parece seguir de manera voluntaria –o quizá involuntaria—los preceptos básicos de los manuales de desinformación.

La historia de la desinformación en México tuvo hasta el año 2000 algunos episodios bajo llave depositados en los archivos de Gobernación con dos áreas dedicadas al espionaje político, la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales (DIPS).

Una de las lecciones que dejó los primeros años de apertura de esos fondos documentales es que México no fue ajeno a las “medidas activas” de la desinformación durante la Guerra Fría. En aquel escenario donde militares, activistas y militantes de distintas organizaciones de izquierda se enfrascaron en un “guerra de desinformación”, los grandes enemigos de referencia eran el imperialismo yanqui y la dictadura comunista.

La nostalgia de aquel mundo bipolar suele aparecer en el puente que comunica el mundo blanco y negro que habita en la cabeza del presidente mexicano. No hay un día en que sus mensajes exacerben las tensiones y contradicciones que perduran al seno de la sociedad mexicana donde mezcla hechos reales y falsos. El caso de la injerencia de las redes del tráfico de drogas en el pasado proceso electoral es el ejemplo más reciente.

El mantra que desde hace varios años repite buena parte del “ala radical” que le habla al oído al presidente, de que los “grandes consorcios mediáticos” y el resto de medios de comunicación son “cómplices” por “encubrir” a los responsables de los males del país y “manipular” la información para favorecer “al gran capital”, muda de objetivo cada mañana de acuerdo a la circunstancia. López Obrador acusó esta semana de que le armaron “una campaña” para señalarlo de tener vínculos con el narco luego de los casos que se documentaron en el proceso electoral en las entidades donde hubo elecciones con Tamaulipas como el referente mejor ilustrado.

El expediente del empresario “huachicolero” Sergio Carmona Ángulo, el financiero de varios de los candidatos de Morena en aquel estado, amenaza con volverse en el dolor de cabeza que no dejará tan tranquilo al inquilino de Palacio. Los análisis detrás del asesinato en noviembre pasado de este personaje quedaron en los reportes de inteligencia que le parezca o no al presidente, son una fotografía que perdurará en el tiempo. El personaje que se llevó buena parte de la historia de cómo el crimen organizado infiltró al partido del presidente en Tamaulipas es Julio César Carmona Ángulo, hermano de la víctima, quien se encuentra desde el año pasado en Estados Unidos acogido al programa de protección de testigos.

La información que algunos medios y columnistas difundieron sobre el caso Tamaulipas semanas previas a las elecciones, no tiene desperdicio porque actualiza la tragedia que vive la sociedad de aquella entidad desde finales de los años noventa, cuando el crimen organizado capturó la estructura del estado.