/ viernes 1 de septiembre de 2023

Taza de soles | Enrique Fernández Ledesma,  en una buena charla de café

En artículos anteriores, alguien, que quiso atacarme de modo personal por mis reflexiones acerca de los LTG, me llamó “pasada de moda”, con un adjetivo que no voy a repetir, por respeto a mi misma, pero que me sirve para introducir mis reflexiones sobre Enrique Fernández Ledesma con este cuestionamiento: ¿Hay algo en la identidad aguascalentense que nos impulse a algunos de nosotros al estudio del pasado? ¿A la valoración de nuestras figuras tutelares? Quizá sí, porque a principios del siglo xx, por ejemplo, se dieron cita en esta ciudad varios personajes, que luego destacarían a nivel nacional por sus producciones artísticas. Procedente de Pinos, Zacatecas, llegó hasta aquí la familia Fernández Ledesma. Enrique, el hijo mayor de la familia, fue discípulo de Eduardo J. Correa y cultivó la más viva amistad con Ramón López Velarde, Manuel M. Ponce y Saturnino Herrán, cuyas familias también habían hecho el camino de la migración hacia este Estado.

Después vendría la Revolución mexicana, y el grupo de artistas se dispersó hacia otras latitudes, volviendo a coincidir años más tarde en la capital de la República. Ahí florecieron sus talentos, que habían sido fertilizados tempranamente en estos lares ferrocarrileros y acendradamente buscadores de la palabra escrita, su producción y difusión.

Obviamente, los cambios radicales, provocados por el torbellino revolucionario, se reflejaron en el arte, de varios modos. En literatura, algunos escritores manifestaron la tendencia de recuperar el pasado colonial. EFL se ubicó en el rescate de los siglos xviii y xix. Fuera de su primero y único libro de poemas Con la sed en los labios, (1919) , los otros tres libros tienen como tema el pasado, desde el título: Los Viajes al siglo XIX aparecen en 1933, donde recrea personajes, paisajes y costumbres. EFL estudió a fondo la época, hasta el grado de serle familiares el tono y expresión de la charla decimonónica.

En 1935, publicó Historia critica de la tipografía en la ciudad de México (Impresos del siglo XIX) . “En él dejó testimonio de su amor y conocimiento de las artes gráficas, mediante un balance escrupuloso en el cual no se escatima el elogio a los maestros impresores que entonces ennoblecieron la tradición tipográfica nacional”. (AAE). En Galería de fantasmas, volumen aparecido un poco después de su muerte (1939), agrupó una serie de textos de inspiración semejante al anterior. Esta producción está compuesta de ensayos, cuentos, reconstrucciones del pasado, pero destacadamente de crítica literaria.

Póstumamente, en 1950, el ingeniero Marte R. Gómez, precedido de un prólogo suyo, publicó La gracia de los retratos antiguos, libro donde a la reproducción de daguerrotipos y ambrotipos decimonónicos provenientes de la capital y diferentes estados de la República, este escritor añadió un texto donde exalta los mejores aspectos del siglo xix. ¿Qué motivó a EFL a realizar este rescate?

Una posible respuesta es tomar en serio lo que EFL expresaba del siglo XIX mexicano, “con sus gracias, su carácter, su buena crianza y sus hombres apasionados y orgullosos”. Es decir, “la patria intima”, de la que habló López Velarde, el “criollismo” presente en las producciones pictóricas de Saturnino Herrán y las obras musicales de Manuel M. Ponce. Sé que no estoy diciendo nada nuevo. Pero vale la pena volver a recordarlo.

¿De dónde le viene a EFL su concepto del libro como objeto armónico y escaparate de cultura plástica? Es obvio que dentro de su círculo de amigos y familiares hubo varios artistas visuales. Una colaboración intercultural que inició desde sus tiempos de muchacho preparatoriano, cuando comenzó a codirigir revistas juveniles como Bohemio, según nos relata Ramón López Velarde.

En sus libros mencionados hay una excepcional belleza lograda, tanto en la composición del texto como en la calidad de las ilustraciones, donde participaron artistas como Angelina Beloff, Francisco Díaz de León, Gabriel Fernández Ledesma, Fernando Leal y Jesús Chavarría Dávila. No es raro que cuando la UNAM decidió reeditar su Galería de fantasmas con el título de Nueva Galería de fantasmas, hubiera solicitado las ilustraciones a Fernando Leal, hijo.

Podría seguir haciéndome preguntas, pero prefiero dedicar la última parte del artículo a registrar mi impresión como lectora de algunos de estos cuentos y relatos, notables por su gracia, por su espíritu suavemente irónico. Fernández Ledesma regresa al pasado, y recuerda puntualmente los giros y expresiones del habla de los personajes, no como el escritor nostálgico que añora un tiempo que jamás regresara, sino como el artista que, trayendo al presente el gracejo y la magia del pasado, contribuye a consolidar el alma íntima de un pueblo. A promover la hermandad entre artistas de diversas disciplinas. Por eso lo podemos seguir leyendo. Sus recreaciones tienen el sabor de la tertulia familiar, de la sabrosa plática aderezada con vinos generosos o acompañada con una buena taza de café.

En artículos anteriores, alguien, que quiso atacarme de modo personal por mis reflexiones acerca de los LTG, me llamó “pasada de moda”, con un adjetivo que no voy a repetir, por respeto a mi misma, pero que me sirve para introducir mis reflexiones sobre Enrique Fernández Ledesma con este cuestionamiento: ¿Hay algo en la identidad aguascalentense que nos impulse a algunos de nosotros al estudio del pasado? ¿A la valoración de nuestras figuras tutelares? Quizá sí, porque a principios del siglo xx, por ejemplo, se dieron cita en esta ciudad varios personajes, que luego destacarían a nivel nacional por sus producciones artísticas. Procedente de Pinos, Zacatecas, llegó hasta aquí la familia Fernández Ledesma. Enrique, el hijo mayor de la familia, fue discípulo de Eduardo J. Correa y cultivó la más viva amistad con Ramón López Velarde, Manuel M. Ponce y Saturnino Herrán, cuyas familias también habían hecho el camino de la migración hacia este Estado.

Después vendría la Revolución mexicana, y el grupo de artistas se dispersó hacia otras latitudes, volviendo a coincidir años más tarde en la capital de la República. Ahí florecieron sus talentos, que habían sido fertilizados tempranamente en estos lares ferrocarrileros y acendradamente buscadores de la palabra escrita, su producción y difusión.

Obviamente, los cambios radicales, provocados por el torbellino revolucionario, se reflejaron en el arte, de varios modos. En literatura, algunos escritores manifestaron la tendencia de recuperar el pasado colonial. EFL se ubicó en el rescate de los siglos xviii y xix. Fuera de su primero y único libro de poemas Con la sed en los labios, (1919) , los otros tres libros tienen como tema el pasado, desde el título: Los Viajes al siglo XIX aparecen en 1933, donde recrea personajes, paisajes y costumbres. EFL estudió a fondo la época, hasta el grado de serle familiares el tono y expresión de la charla decimonónica.

En 1935, publicó Historia critica de la tipografía en la ciudad de México (Impresos del siglo XIX) . “En él dejó testimonio de su amor y conocimiento de las artes gráficas, mediante un balance escrupuloso en el cual no se escatima el elogio a los maestros impresores que entonces ennoblecieron la tradición tipográfica nacional”. (AAE). En Galería de fantasmas, volumen aparecido un poco después de su muerte (1939), agrupó una serie de textos de inspiración semejante al anterior. Esta producción está compuesta de ensayos, cuentos, reconstrucciones del pasado, pero destacadamente de crítica literaria.

Póstumamente, en 1950, el ingeniero Marte R. Gómez, precedido de un prólogo suyo, publicó La gracia de los retratos antiguos, libro donde a la reproducción de daguerrotipos y ambrotipos decimonónicos provenientes de la capital y diferentes estados de la República, este escritor añadió un texto donde exalta los mejores aspectos del siglo xix. ¿Qué motivó a EFL a realizar este rescate?

Una posible respuesta es tomar en serio lo que EFL expresaba del siglo XIX mexicano, “con sus gracias, su carácter, su buena crianza y sus hombres apasionados y orgullosos”. Es decir, “la patria intima”, de la que habló López Velarde, el “criollismo” presente en las producciones pictóricas de Saturnino Herrán y las obras musicales de Manuel M. Ponce. Sé que no estoy diciendo nada nuevo. Pero vale la pena volver a recordarlo.

¿De dónde le viene a EFL su concepto del libro como objeto armónico y escaparate de cultura plástica? Es obvio que dentro de su círculo de amigos y familiares hubo varios artistas visuales. Una colaboración intercultural que inició desde sus tiempos de muchacho preparatoriano, cuando comenzó a codirigir revistas juveniles como Bohemio, según nos relata Ramón López Velarde.

En sus libros mencionados hay una excepcional belleza lograda, tanto en la composición del texto como en la calidad de las ilustraciones, donde participaron artistas como Angelina Beloff, Francisco Díaz de León, Gabriel Fernández Ledesma, Fernando Leal y Jesús Chavarría Dávila. No es raro que cuando la UNAM decidió reeditar su Galería de fantasmas con el título de Nueva Galería de fantasmas, hubiera solicitado las ilustraciones a Fernando Leal, hijo.

Podría seguir haciéndome preguntas, pero prefiero dedicar la última parte del artículo a registrar mi impresión como lectora de algunos de estos cuentos y relatos, notables por su gracia, por su espíritu suavemente irónico. Fernández Ledesma regresa al pasado, y recuerda puntualmente los giros y expresiones del habla de los personajes, no como el escritor nostálgico que añora un tiempo que jamás regresara, sino como el artista que, trayendo al presente el gracejo y la magia del pasado, contribuye a consolidar el alma íntima de un pueblo. A promover la hermandad entre artistas de diversas disciplinas. Por eso lo podemos seguir leyendo. Sus recreaciones tienen el sabor de la tertulia familiar, de la sabrosa plática aderezada con vinos generosos o acompañada con una buena taza de café.