/ martes 19 de abril de 2022

De la felicidad… Una pausa para la reflexión

Recientemente en un espacio de convivencia familiar de esos que por distintas situaciones lógicas con el tiempo se han venido diluyendo. Uno de los integrantes se refería en segunda persona hacia los reunidos, recomendando, “dedica más tiempo a tu persona…hay que buscar mejorar en la calidad de vida” sin expresar su sentir los allí presentes, eran claras las coincidencias con lo narrativa del recomendador. Seguramente, varios de los que escuchamos comprendimos la trascendencia del mensaje. En esencia, creo que se trataba de una invitación a reflexionar la posibilidad de intentar adoptar esquemas o estados de felicidad. Empero, -como es de esperarse ante tales sugerencias para algunos debió sobrevenir la interrogante ¿cómo lograr la felicidad, en un contexto determinado por las relaciones en el mercado, lo colectivo (social) y/o lo público?.

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman de entre sus grandes obras escribe respecto a la felicidad (el arte de la vida), señalando que la mitad de bienes cruciales para la felicidad humana no tienen precio de mercado, por lo que, no podremos encontrar en las tiendas: amor, amistad, placer de la vida hogareña, complacencia de cuidar seres queridos o ayudar a un vecino en apuros, la satisfacción del instinto profesional, autoestima que nace de un trabajo bien hecho, aprecio, solidaridad, respeto, entre otros aspectos que nos pueden generar felicidad.

Efectivamente, como lo puntualiza Bauman, sea cual fuere la disponibilidad de efectivo o de crédito con el que se cuente, no podremos adquirir dichos componentes de la felicidad. El autor señala que “la estrategia de hacer feliz a la gente elevando sus ingresos no parece que funcione… El crecimiento económico también ha servido como vara para medir el éxito y el fracaso de las políticas gubernamentales y de nuestra búsqueda de la felicidad”. He allí, el contexto político, que probablemente nos define.

Incluso, si reflexionamos desde la óptica de lo público, se sugiere considerar en el análisis, la forma generalizada en que desde inicio de una campaña política electoral, quienes aspiran gobernar toman como su mejor bandera para convencer al electorado, propuestas en materia económica que en apariencia resuelvan el bienestar y felicidad de los ciudadanos a partir de centrar la atención en un solo parámetro, producto interno bruto (extremadamente engañoso).

Ilusamente quienes pretenden gobernar, impulsan -como si fuera la panacea- el planteamiento de alcanzar la felicidad mediante políticas públicas que tienen el eje principal de crecimiento económico, como si se tratara del único objetivo y estrategia política de la vida, presentando como insuperable y el más sustancial componente que lograría la felicidad en un afán de pretender conseguir bienestar en la implementación de políticas públicas en materia económica para incrementar puntos porcentuales del PIB.

Bien lo decía Robert Kennedy a finales de los años sesenta del siglo pasado en campaña, con aquel discurso que no fue posible materializarlo, no logró ser elegido presidente de los Estados Unidos (murió asesinado); entonces, refirió la falsedad en el que se basaba la idea de que el producto Interno Bruto era una medida de la felicidad (fragmento del discurso) “Nuestro PIB tiene en cuenta, en sus cálculos, la contaminación atmosférica, la publicidad del tabaco y las ambulancias que van a recoger a los heridos de nuestras autopistas… En cambio, el PIB no refleja la salud de nuestros hijos, la calidad de nuestra educación ni el grado de diversión de nuestros juegos. No mide la belleza de nuestra poesía ni la solidez de nuestros matrimonios. No se preocupa de evaluar la calidad de nuestros debates políticos ni la integridad de nuestros representantes. No toma en consideración nuestro valor, sabiduría o cultura. Nada dice de nuestra compasión ni de la dedicación a nuestro país. En una palabra: el PIB lo mide todo excepto lo que hace que valga la pena vivir la vida” .

Por décadas nos hemos formados en ambientes culturales en los que resulta evidente la falta de entendimiento, verbigracia; el amor, se ha venido diluyendo; la amistad, de más a menos pierde grados o niveles de sinceridad; la satisfacción del instinto profesional, que con el transcurrir del tiempo ha perdido valor ético en el ejercicio profesional, en contraparte por la búsqueda de obtener mayor remuneración monetaria dando mayor ponderación a un fin lucrativo en contraste del profesionalismo; lo anterior, por mencionar algunas, bienes cruciales referidos por Bauman.

Abandonemos el autoengaño… ¡el ingreso, no genera felicidad!

Recientemente en un espacio de convivencia familiar de esos que por distintas situaciones lógicas con el tiempo se han venido diluyendo. Uno de los integrantes se refería en segunda persona hacia los reunidos, recomendando, “dedica más tiempo a tu persona…hay que buscar mejorar en la calidad de vida” sin expresar su sentir los allí presentes, eran claras las coincidencias con lo narrativa del recomendador. Seguramente, varios de los que escuchamos comprendimos la trascendencia del mensaje. En esencia, creo que se trataba de una invitación a reflexionar la posibilidad de intentar adoptar esquemas o estados de felicidad. Empero, -como es de esperarse ante tales sugerencias para algunos debió sobrevenir la interrogante ¿cómo lograr la felicidad, en un contexto determinado por las relaciones en el mercado, lo colectivo (social) y/o lo público?.

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman de entre sus grandes obras escribe respecto a la felicidad (el arte de la vida), señalando que la mitad de bienes cruciales para la felicidad humana no tienen precio de mercado, por lo que, no podremos encontrar en las tiendas: amor, amistad, placer de la vida hogareña, complacencia de cuidar seres queridos o ayudar a un vecino en apuros, la satisfacción del instinto profesional, autoestima que nace de un trabajo bien hecho, aprecio, solidaridad, respeto, entre otros aspectos que nos pueden generar felicidad.

Efectivamente, como lo puntualiza Bauman, sea cual fuere la disponibilidad de efectivo o de crédito con el que se cuente, no podremos adquirir dichos componentes de la felicidad. El autor señala que “la estrategia de hacer feliz a la gente elevando sus ingresos no parece que funcione… El crecimiento económico también ha servido como vara para medir el éxito y el fracaso de las políticas gubernamentales y de nuestra búsqueda de la felicidad”. He allí, el contexto político, que probablemente nos define.

Incluso, si reflexionamos desde la óptica de lo público, se sugiere considerar en el análisis, la forma generalizada en que desde inicio de una campaña política electoral, quienes aspiran gobernar toman como su mejor bandera para convencer al electorado, propuestas en materia económica que en apariencia resuelvan el bienestar y felicidad de los ciudadanos a partir de centrar la atención en un solo parámetro, producto interno bruto (extremadamente engañoso).

Ilusamente quienes pretenden gobernar, impulsan -como si fuera la panacea- el planteamiento de alcanzar la felicidad mediante políticas públicas que tienen el eje principal de crecimiento económico, como si se tratara del único objetivo y estrategia política de la vida, presentando como insuperable y el más sustancial componente que lograría la felicidad en un afán de pretender conseguir bienestar en la implementación de políticas públicas en materia económica para incrementar puntos porcentuales del PIB.

Bien lo decía Robert Kennedy a finales de los años sesenta del siglo pasado en campaña, con aquel discurso que no fue posible materializarlo, no logró ser elegido presidente de los Estados Unidos (murió asesinado); entonces, refirió la falsedad en el que se basaba la idea de que el producto Interno Bruto era una medida de la felicidad (fragmento del discurso) “Nuestro PIB tiene en cuenta, en sus cálculos, la contaminación atmosférica, la publicidad del tabaco y las ambulancias que van a recoger a los heridos de nuestras autopistas… En cambio, el PIB no refleja la salud de nuestros hijos, la calidad de nuestra educación ni el grado de diversión de nuestros juegos. No mide la belleza de nuestra poesía ni la solidez de nuestros matrimonios. No se preocupa de evaluar la calidad de nuestros debates políticos ni la integridad de nuestros representantes. No toma en consideración nuestro valor, sabiduría o cultura. Nada dice de nuestra compasión ni de la dedicación a nuestro país. En una palabra: el PIB lo mide todo excepto lo que hace que valga la pena vivir la vida” .

Por décadas nos hemos formados en ambientes culturales en los que resulta evidente la falta de entendimiento, verbigracia; el amor, se ha venido diluyendo; la amistad, de más a menos pierde grados o niveles de sinceridad; la satisfacción del instinto profesional, que con el transcurrir del tiempo ha perdido valor ético en el ejercicio profesional, en contraparte por la búsqueda de obtener mayor remuneración monetaria dando mayor ponderación a un fin lucrativo en contraste del profesionalismo; lo anterior, por mencionar algunas, bienes cruciales referidos por Bauman.

Abandonemos el autoengaño… ¡el ingreso, no genera felicidad!