/ martes 30 de noviembre de 2021

Cero tolerancia en violencia contra la mujer

El pasado 25 de noviembre, se conmemoró el día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. La política pública a favor de la mujer, ahora más que nunca debe continuar y, con más ahínco. Lucha contra la violencia, ese mal lacerante, que ha padecido la mujer desde hace años, décadas y siglos, debemos erradicarla al costo que sea necesario.

Si bien es cierto que, con el transcurrir del tiempo, ha disminuido la violencia contra la mujer, también lo es que, son mínimos los resultados. La mujer, sigue siendo violentada tanto en lo público, como en lo privado (más en lo privado, ya que se encuentra abandonada por los gobiernos que no han implementado políticas públicas efectivas para combatir la violencia contra la mujer). No se requiere hacer ciencia, para constatar con datos recientes que, un amplio porcentaje de mujeres padecen violencia (según registros recientes de la ONU, en el periodo de la pandemia del COVID-19, al menos en 13 países, 2 de cada 3 mujeres fueron violentadas).

La violencia en cualquiera de las modalidades o tipos que nos sugiere la literatura (avalado por la ONU), se pueden presentar desde la violencia económica, la psicológica, la emocional y la física. De mayor gravedad, se encuentra el feminicidio (asesinato por deshonor), la violencia sexual, de entre los que se incluye, el acoso sexual, la violación, violación correctiva, cultura de violación, éstas y otras conductas que atentan contra la dignidad de la mujer, son consideradas conductas atípicas. En otro rango, desde luego, no menos grave, sino todo lo contrario: la trata de personas, mutilación genital femenina (este no muy común en nuestra cultura), el matrimonio infantil (incluso arreglado o consentido por los padres de niñas o adolescentes, véase por ejemplo los últimos datos recogidos en el estado de Guerrero), ahora con la tecnología la violencia en línea o digital, de entre los que se destaca el ciber acoso, sexteo o sexting o doxing ( de éstas últimas prácticas desleales, dieron origen las reformas a códigos penales en diversas entidades federativas en nuestro país, reformas o adiciones legales que comúnmente se les ha venido denominando “ley Olimpia”, entidades en las que se encuentra Aguascalientes y Zacatecas, entre otras).

La violencia contra la mujer, se puede presentar o se hace presente en todos los sectores, el público, en el social y con mayor fuerza en lo privado. La violencia contra la mujer es un mal ofensivo que no solo atenta contra la mujer, sino contra la humanidad; dichas prácticas inaceptables con el tiempo, han venido alimentando las injusticias, desigualdades económicas y la inequidad.

La violencia contra la mujer, se ha normalizado y se desarrolla también en el seno familiar; lo grave de ello, es que los adultos no hemos sido capaces de reconocer formas de violencia que cotidianamente realizamos inconscientemente; aún más grave, es cuando, esas formas de violencia son copiadas y reproducidas por los demás integrantes de la familia (hijas e hijos). Sin tapujos, habrá que decir, estas formas, se han venido reproduciendo por generaciones.

Los adultos hemos sido y seguimos siendo tan inconscientes con nuestros actos de violencia invisibilizada; educamos, propiciamos, reproducimos e inculcamos imitar esquemas o formas aculturadas de nuestro pasado y las adoptamos para interrelacionarnos.

Cuando los adultos (matrimonio o parejas cabeza de familia), transmitimos violencia a nuestros descendientes, por motivos de desacuerdos o discusiones de pareja, ya sea por ausencia de cooperación doméstica o formas patriarcales arraigadas (general- mente, adquiridas del seno familiar del que provenimos), estamos mal educando y reproduciendo violencia de género.

Pocas veces somos conscientes de que educamos y creamos entornos opuestos al entendimiento, a la convivencia armónica, a la productividad, a la realización de los integrantes de la familia, a la paz, a la felicidad, al bienestar, a la salud, a la tranquilidad y amor.

No somos pocas las personas que tenemos conocimiento de alguna relación (familia), donde se presentan actos injustos y de violencia, debido el patriarcado arraigado (machismo) o, a la inferioridad insuperable de la pareja (hombre). El complejo de inferioridad (machismo), es muy probable que se presente, cuando la mujer de la casa (esposa), sobresale en el aspecto profesional, actividad o destreza (cualidad personal).

¡A la inmadurez masculina, sobreviene la discordia e inseguridad, consecuentemente, la violencia contra la mujer!

P.D. tan grave la violencia pública, como la privada (familiar). Tenemos que erradicar la violencia en cualquiera de sus géneros y/o modalidades.

El pasado 25 de noviembre, se conmemoró el día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. La política pública a favor de la mujer, ahora más que nunca debe continuar y, con más ahínco. Lucha contra la violencia, ese mal lacerante, que ha padecido la mujer desde hace años, décadas y siglos, debemos erradicarla al costo que sea necesario.

Si bien es cierto que, con el transcurrir del tiempo, ha disminuido la violencia contra la mujer, también lo es que, son mínimos los resultados. La mujer, sigue siendo violentada tanto en lo público, como en lo privado (más en lo privado, ya que se encuentra abandonada por los gobiernos que no han implementado políticas públicas efectivas para combatir la violencia contra la mujer). No se requiere hacer ciencia, para constatar con datos recientes que, un amplio porcentaje de mujeres padecen violencia (según registros recientes de la ONU, en el periodo de la pandemia del COVID-19, al menos en 13 países, 2 de cada 3 mujeres fueron violentadas).

La violencia en cualquiera de las modalidades o tipos que nos sugiere la literatura (avalado por la ONU), se pueden presentar desde la violencia económica, la psicológica, la emocional y la física. De mayor gravedad, se encuentra el feminicidio (asesinato por deshonor), la violencia sexual, de entre los que se incluye, el acoso sexual, la violación, violación correctiva, cultura de violación, éstas y otras conductas que atentan contra la dignidad de la mujer, son consideradas conductas atípicas. En otro rango, desde luego, no menos grave, sino todo lo contrario: la trata de personas, mutilación genital femenina (este no muy común en nuestra cultura), el matrimonio infantil (incluso arreglado o consentido por los padres de niñas o adolescentes, véase por ejemplo los últimos datos recogidos en el estado de Guerrero), ahora con la tecnología la violencia en línea o digital, de entre los que se destaca el ciber acoso, sexteo o sexting o doxing ( de éstas últimas prácticas desleales, dieron origen las reformas a códigos penales en diversas entidades federativas en nuestro país, reformas o adiciones legales que comúnmente se les ha venido denominando “ley Olimpia”, entidades en las que se encuentra Aguascalientes y Zacatecas, entre otras).

La violencia contra la mujer, se puede presentar o se hace presente en todos los sectores, el público, en el social y con mayor fuerza en lo privado. La violencia contra la mujer es un mal ofensivo que no solo atenta contra la mujer, sino contra la humanidad; dichas prácticas inaceptables con el tiempo, han venido alimentando las injusticias, desigualdades económicas y la inequidad.

La violencia contra la mujer, se ha normalizado y se desarrolla también en el seno familiar; lo grave de ello, es que los adultos no hemos sido capaces de reconocer formas de violencia que cotidianamente realizamos inconscientemente; aún más grave, es cuando, esas formas de violencia son copiadas y reproducidas por los demás integrantes de la familia (hijas e hijos). Sin tapujos, habrá que decir, estas formas, se han venido reproduciendo por generaciones.

Los adultos hemos sido y seguimos siendo tan inconscientes con nuestros actos de violencia invisibilizada; educamos, propiciamos, reproducimos e inculcamos imitar esquemas o formas aculturadas de nuestro pasado y las adoptamos para interrelacionarnos.

Cuando los adultos (matrimonio o parejas cabeza de familia), transmitimos violencia a nuestros descendientes, por motivos de desacuerdos o discusiones de pareja, ya sea por ausencia de cooperación doméstica o formas patriarcales arraigadas (general- mente, adquiridas del seno familiar del que provenimos), estamos mal educando y reproduciendo violencia de género.

Pocas veces somos conscientes de que educamos y creamos entornos opuestos al entendimiento, a la convivencia armónica, a la productividad, a la realización de los integrantes de la familia, a la paz, a la felicidad, al bienestar, a la salud, a la tranquilidad y amor.

No somos pocas las personas que tenemos conocimiento de alguna relación (familia), donde se presentan actos injustos y de violencia, debido el patriarcado arraigado (machismo) o, a la inferioridad insuperable de la pareja (hombre). El complejo de inferioridad (machismo), es muy probable que se presente, cuando la mujer de la casa (esposa), sobresale en el aspecto profesional, actividad o destreza (cualidad personal).

¡A la inmadurez masculina, sobreviene la discordia e inseguridad, consecuentemente, la violencia contra la mujer!

P.D. tan grave la violencia pública, como la privada (familiar). Tenemos que erradicar la violencia en cualquiera de sus géneros y/o modalidades.