/ viernes 22 de septiembre de 2023

Café Fausto | La pobreza de la cultura

Tenía unos 17 años cuando leí por primera ocasión el acertado ensayo “Pobreza de la cultura y cultura de la pobreza” que Mario Benedetti publicó en 1986 en la “Revista de la Universidad de México” perteneciente a la UNAM. En este texto, el también poeta y narrador uruguayo reflexiona sobre estos dos conceptos a partir de la experiencia del final de la dictadura militar de extrema derecha en su país.

Benedetti nos explica que, trato de resumir, la “Cultura de la Pobreza” es aquella que surge en medio de carencias materiales, con dificultades para poder producir y que requiere de un esfuerzo extraordinario para su difusión, ahí no solo cabe lo que algunos llaman “Culturas populares” sino también esas expresiones artísticas que vienen de un origen más académico, por llamarlo de alguna manera. La Cultura de la pobreza es en gran medida la Cultura de la resistencia cuando no existen las condiciones de apoyo gubernamental porque no ven a la Cultura como un derecho del pueblo.

El autor de “El escritor latinoamericano y la Revolución posible” explica que la experiencia en escenarios adversos como la dictadura uruguaya “la cultura de la pobreza fue conscientemente ejercida y aprovechada por autores e intérpretes, no solo como una forma sutil de rebeldía que transmitía y renovaba esa confianza que es tan necesaria en estos tiempos de oscurantismo, sino también como una caja de resonancia y de sorpresas en el plano de la vocación individual y colectiva”. En cambio, cuando hay apoyo es un eficaz motor para emerger.

En nuestra entidad los esfuerzos de la comunidad artística por crear y difundir su obra han sido heroicos, mientras tratan de seguir siendo “comunidad” en medio de un ambiente creado por el mismo modelo neoliberal de producción que los convierte en un mercado de oferta y demanda con su consecuente individualismo y sentido de competencia que distancia a esa comunidad y desdibuja incluso su sentido gremial.

Así, los artistas y grupos culturales han sobrevivido en estos últimos treinta años en una paulatina radicalización de políticas culturales neoliberales en los gobiernos conservadores, salvo con algunas excepciones, en el que se reconoce y promueve el “emprendurismo” cultural y dejan a un lado la creación de estrategias a mediano y largo plazo para apoyar a la Cultura como un derecho humano para todos, así como generar y formar a los públicos visualizando al artista como un profesional que sirve a la colectividad y no como un diletante o como un vendedor en competencia de productos artísticos.

En ese camino la “Pobreza de la Cultura” es aquella que surge como consecuencia de ver a las expresiones artísticas y culturales como un negocio, sin apoyo real gubernamental que a su vez, añado, llega a tratar ese tema con banalidad e incluso con desprecio faccioso, al ser un producto que solo llega a los que tienen dinero para consumirla. En ese caso se trata de cómo se empobrece la Cultura al convertirla en un producto comercial, mientras que los artistas y portadores culturales tienen que ceder en la calidad de su obra y entrar al mundo de la oferta y la demanda para sobrevivir.

Desde antes de la pandemia, por ejemplo, muchos artistas escénicos con foros culturales independientes tienen que intercalar en sus carteleras eventos más “comerciales” para lograr la sobrevivencia de sus espacios, mientras que las autoridades culturales al parecer carecen de un rumbo o discurso del rostro del Arte y la Cultura que pretenden desarrollar para el pueblo a mediano o largo plazo.

Con la Pobreza de la Cultura expresiones de lo que conocemos como arte popular cede al mercado y se debilita nuestra identidad cultural, se destiñe, se coloniza aún más, y en esto añado la reflexión de Benedetti de que “la demanda frívola había pervertido la oferta primigenia, y el artesano, impulsado por el explicable deseo de vender más, había renunciado a su lenguaje y a sus signos propios, en beneficio de salutaciones y palabras que ni siquiera forman parte de su contexto doméstico o imaginero”.

A nivel nacional ejemplos como la “Cultura del narco” es el resultado de una superestructura afectada ya por el modelo económico y dinámica social de la guerra contra el narco que inició en 2006.

“En el subdesarrollo, la cultura de la pobreza suele ser dura, pero no despiadada; severa, pero no inclemente. La pobreza de la cultura, en cambio, es casi siempre intolerante, superficial y segregadora”, sentencia al respecto Benedetti. Agrego que el clasismo y el racismo están implícitos en la Pobreza de la cultura tan solo en su propia dinámica de discriminación.

Es fundamental buscar caminos para revertir los daños que ocasiona la Pobreza de la cultura, y tomar un rumbo que nos permita volver a un sentido colectivo y comunitario de los artistas y trabajadores del Arte y la Cultura, de hacer comunidad con el pueblo para desarrollar un arte que dialogue desde abajo, desde adentro y hacia afuera, capaz a su vez de vincularnos con el exterior fortaleciendo nuestra identidad cultural, avanzar con rumbo, estrategia y discurso viendo al Arte y a la Cultura como un Derecho Humano al que deben tener acceso todas y todos los ciudadanos.

Tenía unos 17 años cuando leí por primera ocasión el acertado ensayo “Pobreza de la cultura y cultura de la pobreza” que Mario Benedetti publicó en 1986 en la “Revista de la Universidad de México” perteneciente a la UNAM. En este texto, el también poeta y narrador uruguayo reflexiona sobre estos dos conceptos a partir de la experiencia del final de la dictadura militar de extrema derecha en su país.

Benedetti nos explica que, trato de resumir, la “Cultura de la Pobreza” es aquella que surge en medio de carencias materiales, con dificultades para poder producir y que requiere de un esfuerzo extraordinario para su difusión, ahí no solo cabe lo que algunos llaman “Culturas populares” sino también esas expresiones artísticas que vienen de un origen más académico, por llamarlo de alguna manera. La Cultura de la pobreza es en gran medida la Cultura de la resistencia cuando no existen las condiciones de apoyo gubernamental porque no ven a la Cultura como un derecho del pueblo.

El autor de “El escritor latinoamericano y la Revolución posible” explica que la experiencia en escenarios adversos como la dictadura uruguaya “la cultura de la pobreza fue conscientemente ejercida y aprovechada por autores e intérpretes, no solo como una forma sutil de rebeldía que transmitía y renovaba esa confianza que es tan necesaria en estos tiempos de oscurantismo, sino también como una caja de resonancia y de sorpresas en el plano de la vocación individual y colectiva”. En cambio, cuando hay apoyo es un eficaz motor para emerger.

En nuestra entidad los esfuerzos de la comunidad artística por crear y difundir su obra han sido heroicos, mientras tratan de seguir siendo “comunidad” en medio de un ambiente creado por el mismo modelo neoliberal de producción que los convierte en un mercado de oferta y demanda con su consecuente individualismo y sentido de competencia que distancia a esa comunidad y desdibuja incluso su sentido gremial.

Así, los artistas y grupos culturales han sobrevivido en estos últimos treinta años en una paulatina radicalización de políticas culturales neoliberales en los gobiernos conservadores, salvo con algunas excepciones, en el que se reconoce y promueve el “emprendurismo” cultural y dejan a un lado la creación de estrategias a mediano y largo plazo para apoyar a la Cultura como un derecho humano para todos, así como generar y formar a los públicos visualizando al artista como un profesional que sirve a la colectividad y no como un diletante o como un vendedor en competencia de productos artísticos.

En ese camino la “Pobreza de la Cultura” es aquella que surge como consecuencia de ver a las expresiones artísticas y culturales como un negocio, sin apoyo real gubernamental que a su vez, añado, llega a tratar ese tema con banalidad e incluso con desprecio faccioso, al ser un producto que solo llega a los que tienen dinero para consumirla. En ese caso se trata de cómo se empobrece la Cultura al convertirla en un producto comercial, mientras que los artistas y portadores culturales tienen que ceder en la calidad de su obra y entrar al mundo de la oferta y la demanda para sobrevivir.

Desde antes de la pandemia, por ejemplo, muchos artistas escénicos con foros culturales independientes tienen que intercalar en sus carteleras eventos más “comerciales” para lograr la sobrevivencia de sus espacios, mientras que las autoridades culturales al parecer carecen de un rumbo o discurso del rostro del Arte y la Cultura que pretenden desarrollar para el pueblo a mediano o largo plazo.

Con la Pobreza de la Cultura expresiones de lo que conocemos como arte popular cede al mercado y se debilita nuestra identidad cultural, se destiñe, se coloniza aún más, y en esto añado la reflexión de Benedetti de que “la demanda frívola había pervertido la oferta primigenia, y el artesano, impulsado por el explicable deseo de vender más, había renunciado a su lenguaje y a sus signos propios, en beneficio de salutaciones y palabras que ni siquiera forman parte de su contexto doméstico o imaginero”.

A nivel nacional ejemplos como la “Cultura del narco” es el resultado de una superestructura afectada ya por el modelo económico y dinámica social de la guerra contra el narco que inició en 2006.

“En el subdesarrollo, la cultura de la pobreza suele ser dura, pero no despiadada; severa, pero no inclemente. La pobreza de la cultura, en cambio, es casi siempre intolerante, superficial y segregadora”, sentencia al respecto Benedetti. Agrego que el clasismo y el racismo están implícitos en la Pobreza de la cultura tan solo en su propia dinámica de discriminación.

Es fundamental buscar caminos para revertir los daños que ocasiona la Pobreza de la cultura, y tomar un rumbo que nos permita volver a un sentido colectivo y comunitario de los artistas y trabajadores del Arte y la Cultura, de hacer comunidad con el pueblo para desarrollar un arte que dialogue desde abajo, desde adentro y hacia afuera, capaz a su vez de vincularnos con el exterior fortaleciendo nuestra identidad cultural, avanzar con rumbo, estrategia y discurso viendo al Arte y a la Cultura como un Derecho Humano al que deben tener acceso todas y todos los ciudadanos.