/ jueves 29 de abril de 2021

Agravio

Una de las reglas más importantes del poder tiene que ver con atacar la credibilidad y la reputación de un adversario para desarmarlo ante la opinión pública. El presidente López Obrador lo sabe y es una de sus estrategias más recurrentes para intentar preservar su nivel de influencia.

Así lo ha hecho con la prensa crítica, con los partidos de oposición, con los empresarios que no juegan bajo sus reglas y ahora también con los médicos que se dicen discriminados por su gobierno, tras no recibir la vacuna Covid.

El presidente agravia y lo hace de manera constante, sin reparo, ni pudor. Agravia sin tener la verdad de su lado y sin considerar las consecuencias de sus declaraciones.

Lo mismo han sido blanco de sus ataques, los grupos feministas y los gobernadores de oposición, que los ex presidentes, los padres de niños con cáncer y los grupos sociales que se oponen a sus proyectos, como los zapatistas que ha declarado la guerra al Tren Maya.

Para el tabasqueño sólo “hay de dos sopas”, o se está con él o sé está en contra del país. Si se apoya al régimen, se es un patriota; si se está en contra, se es un traidor.

Su discurso ya es algo predecible porque a cada mala decisión viene un agravio y un pretexto. Si los precios de las gasolinas está por las nubes, la culpa es de los legisladores del pasado que aprobaron la reforma energética. Si la fase de vacunación es un fracaso, la responsabilidad es de los países ricos que acaparan las vacunas.

En el agravio, López Obrador ha encontrado una trinchera de la que no se mueve. El problema es, sin embargo, que su credibilidad ya no navega por las calmadas aguas del bono democrático con el que llegó a la Presidencia y ahora se enfrenta al duro desgaste de la realidad.

Una encuesta publicada por el periódico El Financiero, por ejemplo, reveló que la aprobación de las conferencias mañaneras se encuentra en su punto más bajo desde que inició el sexenio: apenas un 37%.

Pero el presidente sigue agraviando, lo hace con mezquindad y dolo. Lo mismo acusa a los intelectuales que lo cuestionan, que a los jueces y magistrados que se atreven a conceder amparos contra los atropellos de su gobierno. Incluso han pasado por la mira de su rencor, instituciones como el INE, la Suprema Corte y Auditoría Superior de la Federación.

Ante la falta de resultados, el agravio se ha convertido en su mejor arma. Lo que olvida Andrés Manuel es que, como en una pelea de box, quien da también recibe y las redes sociales están repletas de agravios hacia su persona. También en sus giras y en los vuelos comerciales que utiliza se ha topado con la molestia y los agravios de ciudadanos molestos por el rumbo que lleva el país y por las formas de su administración.

Bien dice el dicho: “cosechas lo que siembras”.

Una de las reglas más importantes del poder tiene que ver con atacar la credibilidad y la reputación de un adversario para desarmarlo ante la opinión pública. El presidente López Obrador lo sabe y es una de sus estrategias más recurrentes para intentar preservar su nivel de influencia.

Así lo ha hecho con la prensa crítica, con los partidos de oposición, con los empresarios que no juegan bajo sus reglas y ahora también con los médicos que se dicen discriminados por su gobierno, tras no recibir la vacuna Covid.

El presidente agravia y lo hace de manera constante, sin reparo, ni pudor. Agravia sin tener la verdad de su lado y sin considerar las consecuencias de sus declaraciones.

Lo mismo han sido blanco de sus ataques, los grupos feministas y los gobernadores de oposición, que los ex presidentes, los padres de niños con cáncer y los grupos sociales que se oponen a sus proyectos, como los zapatistas que ha declarado la guerra al Tren Maya.

Para el tabasqueño sólo “hay de dos sopas”, o se está con él o sé está en contra del país. Si se apoya al régimen, se es un patriota; si se está en contra, se es un traidor.

Su discurso ya es algo predecible porque a cada mala decisión viene un agravio y un pretexto. Si los precios de las gasolinas está por las nubes, la culpa es de los legisladores del pasado que aprobaron la reforma energética. Si la fase de vacunación es un fracaso, la responsabilidad es de los países ricos que acaparan las vacunas.

En el agravio, López Obrador ha encontrado una trinchera de la que no se mueve. El problema es, sin embargo, que su credibilidad ya no navega por las calmadas aguas del bono democrático con el que llegó a la Presidencia y ahora se enfrenta al duro desgaste de la realidad.

Una encuesta publicada por el periódico El Financiero, por ejemplo, reveló que la aprobación de las conferencias mañaneras se encuentra en su punto más bajo desde que inició el sexenio: apenas un 37%.

Pero el presidente sigue agraviando, lo hace con mezquindad y dolo. Lo mismo acusa a los intelectuales que lo cuestionan, que a los jueces y magistrados que se atreven a conceder amparos contra los atropellos de su gobierno. Incluso han pasado por la mira de su rencor, instituciones como el INE, la Suprema Corte y Auditoría Superior de la Federación.

Ante la falta de resultados, el agravio se ha convertido en su mejor arma. Lo que olvida Andrés Manuel es que, como en una pelea de box, quien da también recibe y las redes sociales están repletas de agravios hacia su persona. También en sus giras y en los vuelos comerciales que utiliza se ha topado con la molestia y los agravios de ciudadanos molestos por el rumbo que lleva el país y por las formas de su administración.

Bien dice el dicho: “cosechas lo que siembras”.